Gran concierto por el décimo aniversario de la Orquesta Infantil de la Sinfónica de Galicia, que comenzó con unas palabras del maestro Slobodeniouk apelando a la unión entre ciudad y orquesta, dando paso a lo que llamó “el futuro que va a llegar muy pronto”, reconociendo el acierto de este proyecto y, en cierto modo, comprometiéndose con esta cantera. A pesar de la pequeña diferencia entre ensayos y concierto debido a la emoción del momento, estos chicos no se arredran ante nada y pudieron comprobar de primera mano lo que es jugar en primera división, ya que al maestro Slobodeniouk poco pareció importarle la edad o profesionalidad de estos chicos, ya que desde el inicio les exigió más que en ensayos previos. El Concerto grosso, en el que alternan un grupo pequeño de instrumentistas tocando solos, llamado concertino, con el resto de instrumentistas, tutti, fue la forma elegida por Williams para que músicos de diferentes niveles pudieran tocar todos juntos, para que, por un lado, cada uno puede aportar lo máximo sin que la obra se resienta, y por otro, los músicos que tienen más nivel no toquen a nivel inferior y los de menos no se vean desbordados. Se nos antoja una obra perfectamente elegida para esta orquesta. El acorde inicial ya ponía los pelos de punta, porque fue el inicio de quince minutos mágicos, donde un sonido muy bien apoyado en unos bajos muy sólidos llegaba a los recunchos de todo el Coliseum. Los solos de los concertino fueron magníficos y de gran nivel, y el sonido de chelos y contrabajos nunca decayó, cumpliendo la premisa del gran director Arthur Nikisch de que “el sonido se produce desde las notas graves”. Muy acertadas las violas en sus pequeños momentos, gran desparpajo y valentía los segundos violines y precioso sonido en los primeros. Vamos, buenos mimbres para el futuro. Los pequeños desajustes hasta me parecen reseñables y necesarios porque gracias a ellos se pueden corregir aspectos futuros. Lo más destacable, y es digno de elogio y felicitación para sus directores Alejandro Sanz, Enrique Iglesias y Jorge Montes, es trabajar con estos alumnos para implantar el ADN propio de la Sinfónica en el tratamiento del sonido. En ningún momento de la noche se dejó de creer y de crear sonido, ya fuera en los finales de frase o en las intervenciones en las que destacaba una sección. Eso es lo que hace que estos chicos puedan soñar algún día con la orquesta grande.