Nací en O Ventorrillo, cuando toda esta zona y al de A Silva de Arriba estaban rodeadas de campos en los que lo pasé muy bien en mis primeros años de vida con los muchos amigos que hice, con gran parte de los cuales me sigo relacionando, como Víctor, Iván, María, Rosa, Mai y Adri. Cerca de nuestro barrio había un campo de tiro y maniobras del Ejército, por lo que cuando oíamos los disparos nos íbamos hasta allí para recoger los cartuchos que quedaban en el suelo y venderlos en la ferranchina, donde nos daban unas pesetas con las que jugábamos al futbolín o comprábamos canicas.

El autor, con compañeros del club de fútbol Silva. | // LA OPINIÓN

Mi colegio fue el Hogar de Santa Margarita, del que tengo buenos recuerdos, sobre todo del cine que tenía, en el que los domingos proyectaban películas de aventuras, mientras que en Semana Santa eran religiosas, como la de Fray Escoba. También iba con mis amigos a las sesiones infantiles de los cines Finisterre, España, Monelos y Gaiteira, ya que eran los más baratos. Disfrutábamos todo lo que podíamos de las fiestas que se hacían cada año en O Ventorrillo, A Silva y Santa Margarita, que tenían una gran fama y siempre estaban abarrotadas de gente para ver las actuaciones de las orquestas en palcos de madera con tan solo cuatro bombillas y una lona.

Santiago, en su primera comunión. | / L. O.

Cuando crecimos, empezamos a bajar al centro para recorrer la calle Real y las de los vinos gastando las suelas de los zapatos para tratar de ver a las jovencitas, que también hacían lo mismo. En las tardes de los días festivos nos íbamos a los cines del centro y luego a salas de fiestas como Sally, La Granja, Circo de Artesanos, Cassely o Pirámide.

Empecé a jugar al fútbol en el Silva, en el que estuve tres temporadas y gané tres trofeos al pundonor que guardo como un tesoro. Tuve que dejar el deporte al ponerme a trabajar mientras terminaba los estudios, ya que fui chico de los recados de un taller de reparación de motos en el que comencé a apasionarme por el mundo del motor, que con el tiempo se convirtió en mi afición y en mi actividad profesional, ya fui piloto en competiciones nacionales y trabajé como mecánico.

Mis primeros pasos fueron carreras en circuitos españoles con una moto casi artesanal que logré construir con piezas diversas y a la que tuve que hacer un colín de madera porque costaba mucho comprar uno de fibra o de plástico. En aquel tiempo tener una moto de marca para competir era todo un lujo, pese a lo cual logré correr en el Jarama con mi vieja moto, que tenía unas cubiertas cuarteadas de la marca Mandrake, y vestido con un viejo buzo de cuero que me prestaron. También competí en los campeonatos gallegos, que se disputaban en los circuitos de Braga y Estoril, en los que siempre quedaba segundo, aunque tuve que dejar la moto tras una gran caída en la que me rompí la clavícula. A partir de entonces me dediqué a ser mecánico del gran piloto gallego Martín Vázquez, quien ganó varios campeonatos en el Jarama.

Años más tarde dejé la competición y abrí mi propio taller, Bikes Motor, en el que me dedico a reparar motos y coches, aunque continúo asistiendo como servicio de mecánica a competiciones de motos. Formo además parte de una peña de aficionados que pretendemos organizar próximamente un homenaje al recientemente fallecido Pepe Pereira, un gran mecánico coruñés.

Testimonio recogido por Luis Longueira