Ramón Núñez Centella (A Coruña, 1946), artífice de los museos científicos coruñeses, ex director del Muncyt y autor de gran cantidad de exposiciones y programas científicos, ha recibido el Premio de Divulgación Científica 2021 de la Real Academia Galega de Ciencias, que se le entregará el martes 29 de junio.

Tiene muchos galardones, como el de Periodismo Científico, el Mario Bohoslavsky o la Distinción de Honra de la Facultad de Ciencias coruñesa. ¿Qué supone este?

Mucho. Uno, por el respeto que le tengo a la Real Academia Galega de Ciencias, porque la crearon personas que en mi juventud fueron mis profesores o referentes de autoridad científica: Enrique Vidal Abascal, Luis Iglesias, Isidro Parga Pondal o Domingo García Sabell. Que una institución de este prestigio reconozca el trabajo en divulgación es decir que la divulgación es socialmente importante. El que recaiga en mí me llena de emoción, es un orgullo profundo.

La academia lo nombra “promotor de la nueva museología científica en España”. ¿Se considera así?

Quizás pueda decirse que sí. Hice muchas cosas por primera vez. A Coruña tuvo el primer museo interactivo de ciencias con titularidad pública en España, [la Casa de las Ciencias] y marcó un precedente. Era la primera vez que una administración, en este caso un Ayuntamiento, dedicaba parte del presupuesto de cultura a la difusión del conocimiento científico. Hoy nos puede parecer normal, pero hace treinta y tantos años no se le ocurría a nadie. El ejemplo fue seguido por otros ayuntamientos, y empezaron a surgir museos de ciencias interactivos en muchas otras ciudades. En varios me llamaron para consultarme: fui asesor en la creación del Parque de las Ciencias de Granada, de los planetarios de Pamplona o Madrid. En el Museo de la Evolución Humana de Burgos hice el anteproyecto, y en el de las Ciencias de Valencia, el proyecto museológico con otro autor.

Tras tantos proyectos, así como guiones y exposiciones, ¿cuáles son las claves para transmitir los conceptos especializados de la ciencia?

Si fuese en general, diría que lo importante es sorprender y descolocar. Es lo que incentiva la curiosidad. También tienes que agradar con la estética, ambientes e imágenes. Comunicar los conceptos difíciles es harina de otro costal. Para explicar al gran público un concepto difícil hay que ser un experto en él. No vale con un conocimiento superficial. Solo el que más sabe es capaz de decirlo sencillamente. El físico Niels Bohr, decía que para entender las profundidades de la materia a veces lo más útil es la poesía. Si tienes que explicar algo que requiere bases matemáticas o físicas que sabes que tu interlocutor no tiene es mejor ir a la metáfora. Esa es la única receta.

Tras un año de COVID, sigue habiendo gente que no cree en el virus o se niega a llevar mascarilla. ¿Qué pasa cuando la negativa a aceptar la verdad científica pone en peligro a los demás?

Ese es nuestro trabajo. Lo que usted llama verdad científica los científicos sabemos que es provisional. De las vacunas o de la capacidad de mutación del virus sabemos algunas cosas, y otras no. Que la gente acepte que tiene que fiarse de un saber que no es definitivo es difícil. Pero tienes que fiarte de eso sí o sí. Es como el que tiene que fiarse de su pareja aunque no esté al 100% seguro. Si no, no puedes convivir.

Tampoco es cuestión de fe...

¡Ni mucho menos! Es una cuestión que se asienta en una experiencia vital, la de saber la autoridad que tiene quién te recomienda las cosas. Hay una autoridad otorgada por la ciencia y la experiencia. ¿Cómo se va a negar hoy que las vacunas han sido útiles para reducir el número de muertes? Es un dato.

¿Y a qué achaca el escepticismo tajante de algunos?

Antiguamente se decía que la ignorancia es atrevida, y puede ser eso. Es falta de rigor y espíritu crítico. No sé hasta qué punto las nuevas formas de comunicar están fomentando esa frivolidad o levedad de “no hace falta que tengas un conocimiento asentado racionalmente”. No estoy muy activo en Twitter porque intuyo que obliga a responder inmediatamente. Para tener una opinión formada hace falta reposo y reflexión.

Por otra parte, hay canales de divulgación en Twitch o Youtube.

¡Ya lo creo! Hay youtubers divulgadores científicos muy buenos. Mi crítica a Twitter no es su negación, que tiene muchas utilidades. Pero creo que era Einstein quien decía: no le critico a usted que escriba rápido, lo que le critico es que escriba más rápido de lo que piensa.

Usted se licenció en Ciencias. ¿Por qué decidió dedicarse a la divulgación y no a la investigación?

Influyeron un conjunto de factores. Quizás que mi padre y mi madre eran maestros. Me llevaban a la escuela con ellos desde pequeño y les ayudaba en las clases particulares que daban en casa. Mamaba la vertiente educativa desde que nací. Empecé a trabajar en la industria química, pero me sentí incómodo. Entré en el colegio Santa María del Mar y estuve catorce años dando clase. Esa fue mi conversión a educador de la ciencia. Pasar a divulgación fue paulatino. En el colegio había un grupo de investigación pedagógica, y allí me puse a escribir y participar en cursos y congresos. La conversión definitiva fue cuando fui a EE UU en 1976-1977 [a cursar un máster en educación de las Ciencias]. Allí entendí que había una educación más importante que la reglada, la que dura toda la vida. Que la gente, cuando sale de la escuela, tiene que seguir aprendiendo, sobre todo de ciencia, porque cambia continuamente. Descubrí que los museos tenían unas posibilidades enormes de despertar emociones y vocaciones, de estimular la curiosidad. De ahí el lema de que en la Casa de las Ciencias lo importante es que salgas con más preguntas de las que tenías al entrar, que te haya incomodado por dentro. Me atraía eso, y como en España no había, dije: “vamos a ver”.