Oliva Figueira (Barazón, Frades, 1953), esa niña de aldea que era “la radiografía de un silbido”, se acabó convirtiendo en uno de los pilares de la eclosión del Grupo Caamaño y en mucho más. Madre, cantante, conductora de camión, emprendedora, mujer para todo... Una vida intensa y polifacética que se ha decidido a contar en una autobiografía.

¿Por qué se lanza a publicarla?

Soy muy celosa de mi intimidad, contar algo de mi vida... Pero es que, en realidad, no tengo ninguna cosa rara, ningún secreto. Escribía con el afán de tener ahí mi tocho de papeles, que nadie los vio nunca jamás porque estaban bajo llave, pero me insistieron, me insistieron y di mi palabra. Y lo que prometo lo cumplo, salvo que muera en el intento. Cierro los ojos y sé todo lo que hay en el libro y eso que no lo leí. No tengo necesidad. De hecho, todo el mundo me está contando, “y cuando hablaste de esto y cuando...”. Cada uno me recuerda su capítulo, donde sale.

El agua era la única bebida en su casa, el café solo el día de la fiesta. ¿Nacer en un entorno de apreturas le hace valorar lo que vino después?

Yo es que me acuerdo del día que nací. En la aldea se aprenden otros valores. Los niños tienen otra madurez. Yo con seis años y medio crie a mi hermana. Era la posguerra, que por desgracia duró mucho. Me tocó vivir esa pobreza de verdad, pero tuve unos padres responsables, de la nada sacaban algo. Ya me gustaría cocinar como mi madre, porque preparaba unos guisos con nada, con un puñado en carne... De muerte. Eso sí, te tocaba un bocado. Hizo todo lo posible para que mantuviéramos la barriga llena. Mi agradecimiento eterno y todo eso te hace reflexionar en tu vida. Yo era delgada, la radiografía de un silbido, pero aprendí mil cosas que luego pones en práctica. Ahora pienso que si a mis nietos les viene una del revés y se ven ni en la mitad de necesidad que yo viví, sufrirían tanto... Es que prefiero morirme yo antes que verlo.

Fue madre antes que levantar codo con codo el Grupo Caamaño junto a su marido José. Ahora es al revés: primero trabajo y luego familia. ¿Un signo del paso del tiempo?

Es que ahora se calcula todo: la fecha de la boda, el piso, cuándo toca el primer hijo... Son vidas muy programadas, al final vamos a ser todos robots. Fui madre joven, aunque en aquel momento con 19 años yo me veía muy adulta.

Entra en Sistemas Metálicos Caamaño en 1993 con 9 empleados y sale en 2000 con 150. El grupo llega a 2.000. ¿Se disfruta la eclosión, genera preocupación o le engulle el día a día?

No da tiempo a pensar. Necesitábamos más y más gente y empiezas a contratar y a entrevistar, claro. No te das cuenta dónde estás metida, solo notas que cada día hay un empleado más. Hasta que ves que no llega el espacio, copábamos la explanada en Cordeda, porque había que montar pavés. Yo he sellado pavés... No se imagina cuánto. Era fácil de hacer. Bueno, si le pones cara, todo es fácil de hacer. Aquello no llegaba y nos vamos a Alvedro y allí fue la expansión total.

Recorrió España conduciendo un camión, hacía la contabilidad y colocaba material los domingos. Y así, como un día llegó, se fue...

Cogía el camión porque no había gente, ya se veía la necesidad. Al principio ni cobraba, pero bueno, tampoco trabajaba para el maestro Armero. Tiro para adelante, nunca me dio reparo nada. Habíamos hecho una casa, de la que solo conocíamos la habitación y el comedor. Estaba tan metida en el trabajo que no sabía lo que pasaba en la familia. Como te entregues al trabajo, no te enteras. Aunque no te olvides de nadie, no sabes el día a día de ninguno. Me dije: “Me voy, dejo el puesto a otra persona que hay mucha gente en el paro”.

¿Lo aceptaron bien?

Sí, me apoyaron. Emilio Mahía [socio de la empresa] me decía de broma: “ahora nos dejas tirados, como a una colilla”. Tenía muy buen feeling con gente de Inditex y a alguno le dije que me iba y me preguntaban por qué. Y yo les decía, de cachondeo: “me echan de la empresa”. Y luego le pedían explicaciones a Emilio. Él se indignaba y un día me echó una bronca... Sabían que era una broma.

Con un mundo más global y alejados centros de poder. ¿Podrían levantar hoy, otra vez de la nada, un grupo como Caamaño?

Con lo trabajador y emprendedor que es José Caamaño, seguro. Sería actualizado, porque nacimos sin ordenador. Lo haríamos igual. Tiene que haber emprendedores. Es que si no, ¿qué pasará con este país? Cuando falten los emprendedores, nos comeremos unos a otros o volveremos todos al campo, que hay mucho monte y está muy bien. El otro día delante de una tienda de Zara estaban ofendiendo a Amancio Ortega y me sentó mal porque puedo imaginar el esfuerzo que hizo. Con él no estaba, pero sé qué hay que poner para que una empresa avance y la suya es un gigante. Te rodeas de buena gente, tienes buenas ideas, pero hay que poner todo tu patrimonio. Siempre tienes dolor si tienes que despedir a esa persona y no piensas en él, lo haces en su familia. Como estaban allí chillando y, como soy intensa e impulsiva, me vino alguien con un panfleto y le dije “deberías tirarlo y largarte. Estáis insultando a una persona que si se va la empresa de A Coruña, dime de qué vivimos en la ciudad”.

Oliva Figueira posa con su libro en la calle de A Franxa. | CARLOS PARDELLAS

El libro destila arraigo a la tierra. ¿Ese sentimiento influye para no externalizar o producir fuera?

Muchísimo. Nadie imagina lo que pesa. Vendimos el 51% y el dolor que te da... Parece que vendes un trozo de tu carne. Ya había habido ofertas en vida de Emilio (Mahía), pero ninguno de los dos había dado el paso. José no sabe dónde tiene el techo, pero yo le animé a hacerlo, porque tenía que vivir para algo más que para el trabajo y tampoco había relevo en la familia. Estaba dedicado 100% y entonces teníamos muy buena salud los dos, pero el tiempo no hay quien lo pare. Yo sigo pensando como si tuviera 40 años, pero los años se cumplen. A él, por ejemplo, le quita el sueño despedir a una persona y si sabe que está casada o con hijos, le quema. Cuando dicen “es que les importa nada echar a la gente”, es una mentira tan grande...

Su nieto dice en el libro que no podría llevar tal peso...

Es una responsabilidad enorme y tienes un cliente que es exigente, que te pide hoy una cosa, pero es para ayer. Inditex fue nuestro estrellato. Exigieron, cumplimos. Llevamos 80.000 tiendas. Terminábamos siempre en tiempo y forma y si había que trabajar toda la noche, se hacía. Los plazos son sagrados.

Vivió un robo en su casa. ¿Es peor el secuestro en sí o el secuestro mental con las secuelas?

No, el momento, aunque después tengas pesadillas. He despertado muchas veces con ellas, no sé si me quería evadir o luchar. Lo peor es el momento, ver que le están apuntando a tu hija con una pistola. Si no estuviese mi hija por el medio, al que me hizo bajar por las escaleras con una espada y una pistola, le habría dado una patada en la parte alta de la escalera, que sé que lo tiraba. Mi intención era defenderme e igual me pegaban o me mataban, yo qué sé. Pero moría con las botas puestas, pero, claro, tenía perdida de vista a mi hija.

Fue vicepresidenta de la Fundación del Deportivo. ¿Le decepcionó el fútbol por dentro?

Esperaba mucho, soy optimista, pero no me gustó. Como en todas partes, en el Dépor cuecen habas. Sentí decepción por algunas personas, me habrían engañado, pero, por suerte, ya sabía con quién debía hablar. Pero hay buena gente, mucha. Gelines, Santi, Javi... Ya antes, cuando renovaba el carné, quería ir por su ventanilla. Siempre me cayó bien ese señor. Le llamo señor y es más joven que yo. Pienso que estoy en 40.

En un capítulo relata un episodio tenso con Rodríguez Cebrián...

No me gusta que el Dépor esté en manos de Abanca. Paco Zas es muy honrado y cuando se fue, me dio mucha rabia que no nos escucharan. Conocía el pasado de Vidal, de Barral y sé muchos detalles que no voy a contar, pero yo dije: “¡Qué desastre! Lo que nos espera”. Es que nos [a la directiva de Zas] machacaron vivos desde el minuto uno. Horrible. En el club me decían que saliese y entrase de Riazor por el callejón para que no me pasase nada. Cuando llegaron [Vidal], seguía en la Fundación, nadie me había echado. Estaba allí una persona, cuyo nombre no voy a decir, que me faltó a todos los respetos.