Chris Pueyo (Sevilla, 1994) debutó en 2015 con su novela El chico de las Estrellas. Hoy a las 19.00 horas firma en FNAC su segundo poemario, Hombres a los que besé, que surge de sus reflexiones sobre las relaciones amorosas.

¿Cómo nace la obra?

En un momento en que me di cuenta de que besar estaba prohibido, en la pandemia. Era un momento perfecto, confinado en casa, para romper una pareja o para tenerla. Me replanteé las relaciones que he tenido y me doy cuenta de que el concepto del amor que tenía estaba equivocado.

Desde pequeños nos normalizan patrones de desigualdad, y entendí que no sabía llevar las relaciones de la mejor manera. Todos tenemos una herida en la infancia que arrastramos, y eso condiciona el modo en que amamos y necesitamos que nos quieran.

De hecho, habla de la infancia en bastantes de sus poemas.

Es la clave de cualquier relación amorosa: cómo te hayan enseñado cómo es el amor. Y con el ejemplo, porque los niños son esponjas. Me di cuenta de que no había tenido grandes referentes en cuanto al amor. No digo en cuanto al colectivo [LGTBI], sino en cuanto a una relación normal. Me crio mi abuela, y mi familia estaba muy desestructurada: mi padre falleció siendo yo muy joven y mi madre no estaba muy centrada. Tenía un concepto del amor profundamente peligroso y tóxico. No había visto ejemplos correctos.

Y tras reflexionar, ¿cuáles son las claves de una relación sana?

Una es el respeto, luego está la libertad y por último la admiración. Son muy difíciles de conseguir. Tampoco querría decir que el amor tiene que ser así, así y así, porque estamos rozando un punto en el que si la relación con el otro no es mega perfecta o mega especial parece que no podemos construir el amor. Pero estos pilares tienen que estar.

Hay algunos poemas más crudos, con rencor, sentimientos negativos. ¿Escribirlos es exorcizarlos?

Totalmente. Cuando empecé, pensaba, tonto de mí, que solo se puede escribir triste. Encontré otra forma de canalizar mi rabia y mi enfado más allá de discutir o pegar un grito, que es un poema. No sabía que podías coger esa rabia, escribir y hacer que se vaya deshaciendo según llegas al punto final.

La poesía no es tanto una expresión escrita sino una manera de mirar el mundo. Puedes hacer un poema de cualquier cosa si estás dispuesto a mirar.

Tiene dos novelas. ¿Para qué usa la poesía y narrativa?

La narrativa para escaparme, refugiar, inventarme, y la poesía para una expresión muchísimo más en primera persona, arraigada, sin tener que impostar o crear un personaje o historia. La novela es esencial para contar historias, que ya sabemos que la historia la cuenta el vencedor, pero no siempre ganas en todas las historias. Para eso tengo el poema.

¿Cómo es su público, por lo que ven en las firmas? ¿Y la implantación en Latinoamérica?

El ejército latinoamericano es inabarcable. Cuando voy allí las firmas son de 2.000 personas y me ponen hasta guardaespaldas. En edad, mi público es bastante heterogéneo. De 14 a 25 años tengo un grupo importante de lectores, pero pasan a personas más mayores, de 50 años. Es una brecha que he comentado con otros autores. El que va a una firma es el que tiene tiempo, te admira un montón, o le despiertas algo.

Escribe: “Luego vino el instituto de las pasiones torcidas. En la puerta de salida, me pegué contra el más bruto (no tardaron ni un minuto en gritarme maricón”. Esto enlaza con la muerte de Samuel, que algunos consideran un crimen homófobo.

Estuve en la manifestación de Madrid, este tema me toca de lleno. Me han llamado maricón muchas veces, he sentido miedo bajando al patio de colegio o volviendo a casa de noche en mi pueblo. Sé lo que se siente. Ok a que haya que tener prudencia para decir “supuestamente”, pero me molesta mucho cuando las madres de los chavales dicen: “ni un besito por la calle porque están matando gente”. Igual tenemos que educar a los asesinos. Como cuando un padre le dice a una hija: “No te pongas esa falda por lo que pueda pasar.” Eduquemos a nuestros hijos, que son los que violan. Siento un poco que quisieran reprimirnos, asustarnos. Y nada más lejos de la realidad. Estuve en la calle en la manifestación, y la calle era una marea, y me consta que pasa en toda España. Por ese lado muy emocionado, por otra parte, mucho que decir, mucho que cambiar y que hacer, todavía.

¿Se va a mejor?

A la vista está que no hemos mejorado mucho desde que mataron a Lorca, porque fue por el mismo motivo y del mismo modo. Pero sí se tiene muchísima menos vergüenza. Ser maricón, cada vez más, no es un insulto. Salimos, se nos ve, nos manifestamos. Antes igual faltaba este sentirnos apoyados o amparados desde cualquier parte del mundo y ver que hay mucha gente del colectivo. Ahora, en lo tocante al odio, creo que está muy enraizado y que cambiarlo es un trabajo de educación y cultural.

¿Cree que su obra ayuda a esto?

Desde que saqué el primer libro, El chico de las estrellas, me siguen llegando emails de “he salido del armario gracias a este libro”. Es un proceso que me llevó muchos quebraderos de cabeza, y te hace sentir muy bien. No creo que con mis libros vaya a cambiar el mundo, pero me consta que alguna gente se ha atrevido a hacer cosas a las que quizá no se hubiesen atrevido tan pronto.