Nací en A Gaiteira, donde me crie hasta los ocho años, ya que luego me trasladé a O Montiño, donde estuve viviendo hasta que me casé. Posteriormente viví con mi familia en varias localidades coruñesas, hasta que finalmente regresé a la casa de mis padres en O Montiño cuando fallecieron.

La autora, el día de su boda. | // L. O.

Mi primer colegio fue el de don Ramón en la Travesía de A Gaiteira, en el que estudié hasta los siete años, luego fui al colegio público del barrio, dirigido por doña Celia y en el que estuve hasta los catorce años. Dejé de estudiar para entrar en la escuela de costura de Marujita Longueira en la calle Vales Villamarín, donde aprendí el oficio hasta los dieciocho años, lo que me permitió trabajar en la fábrica de punto Ameijeiras, en la calle Pintor Villar Chao.

María del Pilar, en su primera comunión. | // L.O.

Allí trabajé hasta que me casé, ya que luego me dediqué a las labores de la casa y al cuidado de mis dos hijos, quienes ya me dieron cuatro nietos. En la actualidad sigo reuniéndome con algunas amigas de mi pandilla de la infancia y también comparto el tiempo con mi familia, sobre todo con mis nietos.

María del Pilar Sánchez Castiñeiras La Opinión

Mis amigos de toda la vida fueron Mari, Toñita, Maricarmen, Manolita, María, Luis, Pepe y Juanito, con quienes disfruté de los maravillosos juegos de nuestra infancia tanto en la calle como en los campos de los alrededores y en el Corralón de A Gaiteira, donde teníamos amigas como Encarna, la hermana de Pistón, y María del Carmen.

Hacíamos escapadas para coger frutas, moras y maíz en las muchas fincas que había en el barrio y también jugábamos a las casitas en los portales de nuestras casas. A veces montábamos en las aceras tómbolas con cajas de madera para vender o cambiar cosas que teníamos en casa, como los tebeos, que eran la televisión de nuestra época.

También comprábamos recortables de papel de trajes y mariquitas para vestirlas luego. Recuerdo que venían dibujadas en unas láminas de papel y que valían dos patacones, mientras que para los niños se vendían con dibujos de soldados de distintos países. Pero lo que más nos gustaba era ir los domingos a las sesiones infantiles de los cines Gaiteira, Monelos y Doré.

Cuando nos quedaba calderilla después de comprar las entradas, comprábamos pipas, palo de algarroba o chufas, además de los chantillys de las dulcerías que había frente a las dos primeras salas. Recuerdo que eran tan grandes que los compartíamos entre varias amigas y nos duraban casi toda la película.

Cuando a partir de los quince años nos dejaron bajar al centro en pandilla, teníamos que estar en casa a las nueve de la noche después de ir a los bailes del Finisterre, Circo de Artesanos, La Granja y El Seijal. A ese último íbamos en el tranvía Siboney o en el viejo autocar de la empresa A Nosa Terra, en el que nos sentábamos en los asientos situados en el techo.

Recuerdo que un día fuimos allí a ver al Dúo Dinámico en sus comienzos y que perdimos el autobús para volver, por lo que llegamos muy tarde, por lo que mi padre me dio una patada en el culo y estuve castigada dos semanas, aunque me dejaron visitar a mis amigas, que también estaban castigadas.

Cuando bajábamos al centro en las mañanas de los fines de semana, paseábamos por los Cantones y la calle Real para ver a los chicos, que también hacían lo mismo. Por la tarde tocaba ir a los cines Avenida, Coruña, Savoy, Rosalía y Colón, en los que muchas veces nos colamos en las películas para mayores sin que nos dijeran nada.

Uno de mis recuerdos de aquellos años es cuando casi todas las chicas, acompañadas de nuestras madres, fuimos al cine Goya a ver la famosa película alemana Helga, en la que se veía perfectamente un parto, lo que era todo un acontecimiento. La película estuvo durante meses en la cartelera, ya que había grandes colas en todas las sesiones.

Cuando íbamos a la playa lo pasábamos muy bien, tanto en las de A Coruña —como Lazareto y Riazor—, como en Santa Cruz, Mera y Santa Cristina. En el centro solíamos ir mucho a la cafetería Otero por sus calamares, mientras que las fiestas que más nos gustaban eran las de A Gaiteira, Santa Margarita y A Palloza, donde se instalaban los coches de choque, los caballitos y toda clase de atracciones de la época, además del famoso Teatro Argentino y el circo de los hermanos Tonetti.

Allí también estaba la churrería El Timón, que entonces era un simple barracón de madera y se hizo famosa por la cantidad de gente que iba a comprar los churros de todo tipo que hacían.

Testimonio recogido por Luis Longueira