Primer día de la entrada en vigor de las nuevas restricciones en A Coruña, que afectan a la hostelería y a sus clientes, con limitación de aforos al 50% tanto dentro como fuera de los locales, y con la obligación de mostrar el certificado de vacunación, el de haber pasado el coronavirus o una prueba negativa realizada en las últimas 72 horas para consumir en el interior. Los clientes estaban bien preparados, con su certificado impreso o en el móvil para poder disfrutar de su café de todos los días o de su aperitivo. Ni siquiera estas restricciones les hicieron quedarse en casa. Sabían a qué se iban a enfrentar cuando llegasen al bar, así que, a muchos ni siquiera hizo falta pedirles la documentación.

La clientela del bar El Hispano, en la calle Barcelona es, según dice Bernard Parente que se pone todos los días detrás de la barra y llama por el nombre a los que esperan a que les sirva el café, “muy familiar”, así que, en su caso, pedirles el certificado es una formalidad, porque juntos han vivido el proceso de vacunación y la pandemia.

María García, en O Carrusco | VÍCTOR ECHAVE

“Yo ya sé perfectamente quién está vacunado. Quien no lo está, ya me pide la consumición para llevar. Los clientes vienen todos los días, puede que aparezcan uno o dos nuevos, a ellos, les pregunto si conocen las nuevas normas y, por ahora, muy bien. Es complicadísimo pedir el certificado y hacer el trabajo diario, que se incrementó mucho con el tema de la desinfección, porque nosotros intentamos ser muy pulcros para que el cliente no se sienta mal atendido y, además, nos quitan mesas”, relata Parente. En su caso, los clientes le ayudan mucho para que no pierda facturación.

“Este es un local con mucho movimiento. Yo tengo que dar las gracias porque nuestros clientes tienen mucha empatía con nosotros y ellos mismos, si ven que entra alguien y que no tiene sitio, se levantan y se van antes de lo que habían previsto para que se pueda sentar otro cliente de los de todos los días. Tengo una gran suerte”, reconoce Bernard Parente que defiende que “la inmensa mayoría de la hostelería de la ciudad” intenta cumplir las restricciones y seguir “viviendo”.

Sonia Villarquide, en Otero Blanco | VÍCTOR ECHAVE

Para María García, que abrió el viernes de la semana pasada su restaurante O Carrusco, en As Conchiñas, por ahora, es todo nuevo. “De momento no hemos tenido ningún problema, la gente tiene bastante control y nosotros hemos podido ir trabajando. Veremos con el paso de los días cómo responden los clientes”, relata García, que, en estos primeros días de apertura ha tenido que reducir su aforo.

A pesar de la pandemia, asegura que no se pensó mucho el hecho de emprender y de hacerlo en el barrio de su abuela que ahora es también el suyo. “Es un nuevo proyecto, una nueva aventura y, ahora, a trabajar mucho, para que las cosas vayan bien. Hoy es un día de adaptación”, resume, antes de sentarse en la mesa con ruedas de triciclo que más le gusta a sus clientes.

Sonia Villarquide es la dueña del bar Otero Blanco, en la calle Barcelona, a pesar de que sus clientes no han faltado a la cita para tomar los callos a media mañana, siente que las restricciones son “injustas” con la hostelería, Y es que, la nueva normativa solo exige el certificado de vacunación a sus clientes y no a los que vayan al cine, a la peluquería o a un centro comercial.

Amanda Barreto, en AntoAita. | VÍCTOR ECHAVE

“Siempre se nos señala a los mismos y no está demostrado que la gente se contagie más en la hostelería”, lamenta Villarquide. Para ella, esta norma es un cierre encubierto del sector. “Llevamos un año y medio sin barra y así no podemos seguir, hay que dejar trabajar”, relata. Para Alfredo Iglesias, que trabaja también en el Otero Blanco, las nuevas restricciones son “una lata”, aunque asume que, en su caso, no representan “mucho problema” porque sus clientes son mayores de sesenta años, así que, llevan tiempo vacunados y acuden todos los días, por lo que han vivido con ellos la evolución de la pandemia. Sobre las limitaciones de aforo es muy sincero: “¡Ojalá estuviese siempre al 50% y siempre ocupadas las mesas!”, dice con una sonrisa, porque eso significaría que estarían trabajando todo el día sin descanso, pero reconoce que esa situación en hostelería no se suele dar.

“Nuestra clientela ya sabe que nos tiene que enseñar la documentación y no nos pone ningún problema. Yo ya les digo que no es por fastidiar, es que nos obligan a pedirlo y, de momento, no hemos tenido problema, veremos por la tarde, porque cuando hace buen tiempo siempre suele venir gente que no es la de todos los días”, relata Amanda Barreto, que es la dueña del bar AntoAita y que, desde el primer día, dejó muy claro a sus clientes que, en su bar, se cumplían las restricciones.

Bernard parente y Uxía, en El Hispano. | VÍCTOR ECHAVE