“A veces pienso que en Madrid no deben de tener otra cosa que hacer que esperarme a mí. Pero luego compruebo que no es tanto cosa mía, sino del pueblo en general”, escribía el periodista y escritor pontevedrés Manuel Jabois en su libro Irse a Madrid y otras columnas. El periodista, afincado en la capital desde hace algunos años, no se equivocaba: la comunidad de Madrid recibió, en el último lustro, una media de 72.200 nuevos habitantes al año procedentes de otras provincias del estado, según datos de variaciones residenciales del Instituto Nacional de Estadística (INE).

La capital actúa, de algún modo, como una suerte de agujero negro que centrifuga la población del resto de comunidades y que cada año expande su radio: si antes las migraciones provenían, sobre todo, de provincias limítrofes, ahora los ciudadanos de regiones periféricas y, a priori, más pobladas y con más oportunidades laborales que los territorios interiores, se ven seducidos por la idea de buscar un futuro mejor en las grandes ciudades. Madrid parece ser, en ocasiones, la única y primera opción para ello: la otra gran provincia receptora del estado, Barcelona, no llega, siquiera, a hacerle competencia, con una media de 40.380 nuevos residentes en el último lustro.

Las oportunidades laborales y una mayor posibilidad de crecer profesionalmente lleva, cada año, a miles de jóvenes (y no tan jóvenes) a hacer las maletas y probar suerte en localizaciones aparentemente más prósperas. Una ambición de mejorar que provoca que se sacrifiquen, por el camino, elementos como la calidad de vida que las grandes ciudades van perdiendo a medida que se masifican. Con todo, la cifra tiene un matiz: si en 2015 fueron 76.000 los nuevos empadronados en la capital, en 2019 el dato cayó hasta los 70.000 tras un descenso progresivo. En el caso de Barcelona, pasó de casi 45.000 a poco más de 37.500.

El mercado laboral es poco sospechoso de haber mejorado sustancialmente en un período tan reducido como para que cada vez menos personas opten, anualmente, por tirar millas. La explicación puede residir en el encarecimiento de la vida en las urbes receptoras, pero también, quizás, en un cambio en las prioridades.

Si en A Coruña la subida de los precios de la vivienda se ha hecho notar en los últimos años, siendo el único concello del área metropolitana que ha cedido habitantes a los municipios colindantes en el último año, en Madrid y Barcelona ya son muchos los que dan por imposible encontrar un alquiler asequible o mínimamente ajustado a las condiciones reales de los inmuebles. “Ahora pago por una casa de campo con piscina lo mismo que pagaba en Madrid por un piso pequeño interior”, ejemplifica Almudena Ripamonti, que se hartó, tras 16 años, de los precios abusivos y los ritmos de vida frenéticos de la gran ciudad y regresó a A Coruña, la ciudad en la que nació y a la que ha vuelto para quedarse.

Fue el confinamiento lo que la obligó a poner en orden sus prioridades. “Durante la pandemia empecé a dar clases de yoga gratuitas en mi instagram, @almuripamonti. Recibí tan buen feedback que me di cuenta de que para mí tiene sentido que lo que yo hago ayude a la gente”, señala. Ahora, además de en su propio centro, imparte clases en el Hangar 4 y en Estudio tres, vive más despacio y es feliz.

En A Coruña encontró su sitio, también, Valentina Decán, a quien hasta la comida de aquí le sabe distinta después de seis años en Barcelona, a donde se trasladó desde su tierra natal, Venezuela “La comida es diferente, lo noto, sobre todo, en los tomates. Allí casi no los comía. Aquí son una maravilla, el olor y el sabor”, asegura. Ahora, su empresa de comunicación le obliga a vivir a caballo entre A Coruña y Mallorca, pero llegado el caso, el norte tira más que las islas. “Estoy enamorada de A Coruña”, reconoce.

Valentina Decán. | L.O.

 “En seis años en Barcelona nunca tuve la sensación de hogar que tengo aquí”

Lo de Valentina Decán con A Coruña fue amor a primer aterrizaje. Y no ha sido por haber visto poco mundo: nacida en Isla de Margarita, en Venezuela, ha residido en Barcelona y en Mozambique. Las vacaciones, en cambio, acostumbraba a pasarlas en A Coruña, de donde era oriunda su compañera de piso. “Desde el primer día que vine aquí me sentí como en casa”, reconoce. El empujón definitivo para asentar su residencia en la ciudad se lo dio el escandaloso precio de los alquileres que se encontró cuando, a su vuelta de Mozambique, quiso reinstalarse en Barcelona. “El piso más pequeño y barato allí te cuesta más de 800 euros”, ejemplifica. El precio de la vivienda fue la mejor excusa para cambiar de aires, aunque no el único motivo para elegir la ciudad para empezar de 0. “Es todo: el precio del alquiler, la calidad de los productos al hacer la compra, incluso la cerveza. La Estrella Galicia es insuperable”, enumera. Hasta su perro, de nombre Raxo, se siente coruñés. “En Barcelona no le gustaba nada la lluvia, pero aquí sí”. En A Coruña pudo poner en marcha su propia empresa de comunicación y gestión de redes sociales, Fata Morgana, que cada día suma nuevos clientes. Lo fundamental, con todo, sentirse y saberse en casa. “En seis años en Barcelona no logré tener la sensación de hogar que tengo aquí”, admite.

Almudena Ripamonti. | CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

“Lo importante para mí era respirar aire limpio, lo económico es secundario”

Almudena Ripamonti casi había olvidado lo que era ser coruñesa tras más de tres lustros residiendo en Madrid, a donde se trasladó para buscar oportunidades como actriz y directora de arte. Todo marchaba con buen rumbo y los proyectos iban saliendo, hasta que una pandemia mundial se cruzó en su camino y la obligó a reflexionar. “Tomé conciencia de lo que quería en mi vida: estar cerca de mi familia, de mi tierra, recuperar el contacto con la naturaleza. Allí no tienes tiempo ni lugar para eso”, comenta Ripamonti. De un día para otro empaquetó sus pertenencias y dijo adiós a la ciudad que, pese a que le había dado muchas cosas, le estaba quitando otras tantas. “El ritmo de vida allí es frenético, tienes que comer rápido, coger el metro rápido, vestirte rápido. Para mí lo económico era secundario, lo fundamental era respirar aire limpio y tener tiempo”, asegura. Ahora dirige su propio centro de yoga, La salita de Almu, en Barrañán, disciplina en la que se formó durante su estancia en la capital, imparte clases en otras escuelas y vive al ritmo que quiere. Sabe que deja atrás la ciudad que podría darle “su gran oportunidad”, pero el traslado le ha brindado la posibilidad de compartir sus destrezas. “Mi yoga es más íntimo, más hacia dentro, no hace falta poner posturas imposibles. La gente responde muy bien”, asegura.

Philip Webb. | VÍCTOR ECHAVE

 “Se teño que mudarme a Madrid ou a Barcelona, morro”

Philip Webb, nacido en Cheltenham e falante dun galego impecable cun deixe británico, é coruñés por amor. Recalou na cidade hai xa seis anos da man da súa moza, á que coñeceu en Inglaterra, onde el estudaba español e ela inglés. “Daquela, se estudabas español podías dar clases de catalán, vasco e galego. Quedeime co galego”, lembra. Rematados os estudos, “o natural” para ambos foi cambiar Birmingham, onde vivían ata o momento, por Galicia. “Eu estaba moi entusiasmado por viaxar naquel momento. Non tiña un plan nin un proxecto de vida, non sabía o que quería facer”, asegura. Agora xa o ten máis claro: o seu é a docencia, que compaxina cun doutoramento en Historia. Nos seus plans está preparar oposicións para mestre de Secundaria. O requisito do idioma dende logo que o cumpre. “O mercado laboral alí é mellor que aquí. Moita xente emigra a Inglaterra, e moi poucos ingleses marchan de alí para buscar traballo. Eu teño a sorte de que o que realmente quero ser é profesor”, recoñece. Para el, a escolla entre cidade grande ou pequena está clara: “Pola miña experiencia vivindo en cidades grandes, se teño que mudarme a Madrid ou a Barcelona, morro. Aquí estás menos agobiado, a calidade de vida cambia”, asegura.

Emitt Harrow. | L.O.

 “En Nueva York parece que te va a explotar la cabeza, aquí vas andando a cualquier parte”

El castellano de Emmit Harrow, nacido en Boston, es casi perfecto tras tres años desde que su afán por aprender el idioma le llevó a asentarse en España. Primero como au pair en Madrid y luego como estudiante de un máster en Edificación Sostenible en A Coruña. Tras un año viviendo en la ciudad, se diría que ya casi se le nota el acento. “Todo el mundo me habló siempre bien de Galicia y del norte en general”, cuenta el joven. El principal reclamo que le hizo acercarse a nuestras costas, sin embargo, fue su afición por el surf. Desde entonces, todo han sido ventajas. “Me encanta el ambiente que hay. La gran ventaja es el tráfico. En Boston, para llegar al centro tienes que conducir 40 minutos, y para ir a la playa, más de una hora. Aquí tardas menos de 10 minutos aunque vivas a las afueras. Tener la playa en medio de la ciudad es un lujo que no tiene todo el mundo”, explica. La decisión la empezó a tomar a su vuelta de un erasmus en Italia, cuando sus amigos españoles le contagiaron el gusanillo del idioma. De regreso en Boston, se cargó de créditos su último año de carrera para poder trasladarse cuanto antes. “Aquí no te agobias, das un paseo y vas a gusto. En ciudades como Nueva York parece que te va a explotar la cabeza. Llegas andando a cualquier parte, incluso con la tabla de surf”, comenta.

Antonio Rodríguez y Lucía Alonso Casteleiro/Roller Agencia

"Una no se imagina que va a encontrar oportunidades laborales en una ciudad pequeña"

Lucía Alonso trabajaba en Berlín cuando recibió una oferta laboral que no pudo rechazar. Lo atractivo del puesto no lo daban, únicamente, sus condiciones: el nuevo empleo la traería de vuelta a A Coruña, ciudad en la que nació pero en la que nunca llegó a residir. Hasta ahora. “Curiosamente, mis padres vivían aquí en el momento en el que yo nací, porque mi madre es de Corme, un pueblo de A Costa da Morte. Luego se trasladaron a Palencia, donde crecí”, relata. La vida y los estudios la llevaron luego a Madrid durante varios años, y más tarde a Berlín, desde donde hizo las maletas para asentarse en una ciudad en la que nunca imaginó, pese a su vinculación inicial, encontrar oportunidades en su sector, el diseño, que sí podrían brindarle las grandes ciudades. O eso pensaba ella. “Una nunca se imagina que va a encontrar oportunidades laborales en una ciudad pequeña, tiendes a pensar siempre que tienes que irte fuera. Tener una vinculación previa con la ciudad para mí fue muy importante”, asegura.

Un mes después del traslado la siguió su pareja, Antonio Rodríguez, a quien conoció mientras cursaban estudios en Diseño de producto y que tampoco dudó a la hora de cambiar de aires. Para él, natural de Madrid, la aventura era, si cabe, más arriesgada. “Yo estaba terminando un posgrado porque me encontraba sin trabajo. Tenía la necesidad de un cambio y decidimos venirnos juntos. Al principio tuve una sensación más fría, pero luego te das cuenta de que, en diseño, A Coruña es una ciudad importante dentro de España”, aprecia. Tras poco más de un mes desde la mudanza, se encuentra totalmente aclimatado. “Una amiga de Lucía me dijo una vez que yo iba a terminar viviendo aquí, y le dije que estaba loca. Y aquí estoy”, reconoce. Acostumbrados a los precios y distancias de las grandes ciudades, en A Coruña se han topado con una calidad de vida distinta a la que habían experimentado hasta ahora en urbes, a priori, con más salidas. “Cuando tienes acceso a una vivienda de calidad, tu vida mejora automáticamente. Por el precio que pagas en Madrid y Berlín por una habitación, en A Coruña tienes un piso entero y mucho mejor. Me sorprendió mucho el ambiente juvenil que hay aquí. Viniendo de Palencia, las ciudades jóvenes se valoran”, asegura Lucía. La comodidad de las distancias y la cercanía al mar son, para Antonio, los principales acicates del cambio. “Para mí estar cerca del mar influye mucho. La comodidad es fundamental: en Madrid, todos los traslados eran en coche y conllevaban una hora u hora y cuarto. Para ir a mi estudio en Carabanchel tenía que coger varios buses. Los atascos, el gasto en gasolina, encontrar aparcamiento... aquí he cogido un solo bus y la ciudad me la he recorrido entera a pie”, señala.