Nací en Ortigueira, aunque a principios de los años cincuenta me vine a vivir a la ciudad con mi tía Rosario a su casa de la calle Ángel Senra. Al poco tiempo empecé a estudiar en la Escuela de Formación Profesional Acelerada, donde hice la rama de mecánico electricista, lo que luego me permitió trabajar en la empresa Isolux y más tarde en Intace, Genosa, Astilleros de Levante, Freire Hermanos, Cerámicas Lomba y, finalmente, Istega, en la que jubilé, por lo que puedo decir que nunca me faltó trabajo.

El autor, tercero por la derecha en la segunda fila, en la fundición de Freire en Xubia. | // LA OPINIÓN

En los primeros años de mi carrera laboral pude ayudar a mis padres, Josefa y Lisardo, ya que él era mutilado de guerra por faltarle las dos manos, que perdió al pasarle un tren por encima después de que le tiraran del mismo en marcha. De mis primeros años en Ángel Senra recuerdo los buenos momentos que pasé con amigos como Pepe, Jaime, Frutos y Ramón, así como con mis primos Sergio, José y César, además de con mi hermano José, ya que mis padres acabaron por trasladarse a aquí.

Ramón, su novia y la hermana de esta. | // L. O.

Como en aquel tiempo los alrededores de la calle eran campos, podíamos jugar sin problemas ya que apenas pasaban coches y algún camión, como el de Parrocho, que como vivía en el barrio sabíamos a qué hora iba a venir. Los vehículos más utilizados entonces eran los carros que transportaban las gaseosas, el vino, el hielo, el carbón y la lejía, que solían llevar a los bares, bodegones y casas del barrio.

También jugábamos en las estaciones del tren del Norte y de San Cristóbal, en cuyas explanadas organizábamos partidos de fútbol contra otras pandillas: Si nos daban paga el domingo, íbamos a cambiar tebeos y novelas o a los cines de barrio como el Monelos, Doré, Gaiteira y Finisterre, en los que siempre ponían buenas películas de aventuras. Lo mejor era cuando a veces se marcha la corriente o se rompía la película, ya que nos poníamos a patear y menear las butacas, lo que originaba un gran ruido que volvía loco al pobre acomodador, quien con su vieja linterna era incapaz de poner orden entre tantos chavales.

En mi juventud, cuando el trabajo me lo permitía, quedaba con mi pandilla de siempre para recorrer las calles de los vinos y parar en el 7 Puertas, Priorato y La Bombilla, locales en los que había un gran ambiente y en los que todos los jóvenes nos conocíamos.

Solíamos acudir a todas las fiestas que se celebraban en la ciudad y sus alrededores, además de a salas de baile coruñesas como el Finisterre, Sally La Granja y a las de Sada, Betanzos y San Pedro de Nós, a las que ir suponía una aventura, ya que además de en tren o en autocar a veces nos desplazábamos andando.

Nuestras playas preferidas eran Riazor, Orzán y Santa Cristina. A esta última en ocasiones íbamos en la lancha que cruzaba la ría y en otras en el autocar de la empresa A Nosa Terra, que paraba en Cuatro Caminos, donde se juntaba mucha gente para ir a la playa. Como éramos jóvenes, nos subíamos a los asientos de madera que había en el techo del autocar, en el que como siempre se llenaba, al cobrador muchas veces no le daba tiempo a cobrar el billete a todos los pasajeros, por lo que cuando llegábamos a As Xubias o Santa Cristina, aprovechábamos para bajarnos sin haber pagado. El dinero que nos ahorrábamos nos lo gastábamos luego en la terraza de la cervecería que tenía entonces la fábrica de Estrella Galicia en Cuatro Caminos.

Desde que me jubilé reparto mi tiempo entre la familia y los ensayos y actuaciones como coralista del Orfeón Herculino.

Testimonio recogido por Luis Longueira