En las navidades de 1968, Ton Pedraz recibió un ejemplar de El teniente Blueberry como regalo de Reyes. Las aventuras del personaje de Charlier por los desiertos y grandes llanuras del Far West lo conquistaron, y desde entonces no dejó de utilizar los cómics como ventana a ese mundo de sheriffs e indios que ha fascinado a una generación tras otra. Ahora muestra parte de su colección, unos 150 ejemplares, en la exposición Bang!, estrenada en la Casa Museo Picasso el pasado 26 de julio y que podrá visitarse hasta el próximo 20 de septiembre.

Los ejemplares que se incluyen, explica el coleccionista, se corresponden con una cifra casi igual de colecciones diferentes, pues solo en unas pocas se ha incluido más de un número, y siempre para incorporar alguno “que tenga características especiales”, por ejemplo porque lo hayan realizado guionistas o dibujantes que no son los habituales. Tampoco hay muchos procedentes de la patria del western. “Solo dos son americanos. Del resto, hasta los años 60 son españoles, y a partir de ahí hay tanto español como europeo: franco-belga, italiano...” señala Pedraz.

Algunas de las piezas expuestas en la Casa museo Pablo Picasso hasta el 20 de septiembre

Y es que, según señala el propietario de las obras de la muestra, realizada con la colaboración del Concello y el colectivo de dibujantes Coruña Gráfica, los años 60 son importantes en la historia del cómic del Salvaje Oeste en España. Desde el fin de la Guerra Civil hasta esa época casi todo lo que se publicaba era en cuadernillo, libros de apenas diez hojas, hechas con papel muy fino, casi de fumar. Esto se hacía para economizar costes en la precaria economía de posguerra, pero, según, lamenta Pedraz, hace que la conservación sea “complicada”.

A partir de los 60 empieza a mejorar el material, y también a haber un “cambio de contenido”. En las historietas de posguerra, señala, “prácticamente todas las colecciones tenían el mismo corte: estaba el bueno, los malos, y un círculo que rodeaba al protagonista, habitualmente un niño, una mujer, un personaje gracioso...” Iban dirigidos a público infantil.

Algunas de las piezas expuestas en la Casa museo Pablo Picasso hasta el 20 de septiembre

Pero en los años 60 entraron en liza los guionistas y dibujantes franco-belgas. “Cambia radicalmente: el cómic obtiene una trama” explica Pedraz. Se incluyen temas más dirigidos a público adulto, como el sexo. Y eso a pesar de que, en España, “la censura hizo un daño grande al cómic” y a la industria española, retirando colecciones de los quioscos y haciendo que las editoriales se “arruinasen prácticamente”. Esto crea un impasse de reposiciones de antiguos cuadernillos, hasta la entrada de los cómics franco-belgas, con tapa dura y gran calidad artística.

También fue en esta época cuando las viñetas del Oeste se enfrentaron a un nuevo enemigo, la televisión, que le dio “un varapalo importante” al cómic,. Pero este sobrevivió y mejoró, reorientándose desde el pulp hasta el arte. “Actualmente te encuentras material de una calidad excepcional en cuando a edición, guiones que son como si estuvieras viendo una película o leyendo un libro, viñetas en las que cada una es como si estuvieras mirando un óleo” indica Pedraz, que ejemplifica esta tendencia en el cómic más reciente de la exposición: un ejemplar del primer número de John Tanner, publicado en 2021. “En estos momentos, la calidad que existe en el western es comparable a la de cualquier cómic de otra temática”.

Y sobre todo, el Oeste sigue vivo en el imaginario colectivo, reconocible para todos y haciendo soñar a los mayores como si fuesen niños; en la inauguración de la exposición, la concejala del PP Nazareth Cendán fingió tirotear al edil de Cultura, Jesús Celemín, que se agarró la tripa como si acabase de recibir plomo en OK Corral. Para Pedraz, la clave de esta fascinación reside en “la carga de heroísmo, mística y aventura” de aquella época. Quizás no la real, sucia y polvorienta, pero sí la que soñaron John Ford, Oakley Hall y Antonio Hernández Palacios.