Las pasiones desatan a veces contradicciones, sobre todo si quien las siente convive en algún momento con ellas de forma enfermiza. La pasión por la música, por ejemplo, puede confundir criterios y crear posturas intransigentes frente a lo ajeno o a aquello que non concuerda con los gustos propios, pero también ayuda a descubrir nuevos géneros y artistas y alimenta la necesidad de compartirlos. De estos contrastes y de cómo los melómanos los viven escribe el periodista coruñés Javier Becerra en La música no es lo más importante (Libros.com), que acaba de publicar.

¿Usted pertenece al tipo melómano enfermizo?

Fui muy enfermizo. Mi juventud giraba en torno a la música, mis vacaciones consistían en ir a festivales y ver a todos los grupos, gastarme el dinero en discos y volver a casa con cinco kilos menos. Pero llega un momento en que no puedes seguir así, te dices que no todo es música, que no tienes que buscar a una pareja que le guste lo mismo que a ti. Alta fidelidad retrata al melómano intransigente. Cuando vi la película por primera vez yo me veía retratado y la gente me identificaba con el personaje. Hace poco la volví a ver y no me reconocía, me parecía ridículo que todo en la vida tuviera que estar filtrado por la música. La música no es tan importante como para convertirse en un bobo.

En cambio, ¿por qué es tan importante la música?

A mí me da alimento espiritual y pone banda sonora a mi vida. Me permite comunicarme con los demás, compartir lo que me gusta y disfrutar. Lógicamente, la música no puede ser más importante que tu familia, tus hijos. Y conozco casos de parejas que se divorcian porque una parte se queja de que por los hijos ya no puede ir a conciertos.

¿Necesita un músico o un melómano explicar su relación íntima con la música a través de un texto confesional?

Mi libro es muy confesional. Surgió al principio de la pandemia, aunque se basa en reflexiones que tenía en la cabeza desde hacía tiempo. Veía que Resistiré, la canción del Dúo Dinámico, se había convertido en sintonía de la pandemia y que la gente se abrazaba a ella. En cambio, esos melómanos enfermizos empezaron a rechazar la canción de forma visceral, como si el resto, la masa, fuésemos menos sofisticados que ellos. Me molestó porque la música también se puede disfrutar de esa manera. Esta idea dio paso a las demás y todo derivó en el libro. Ahora en redes sociales veo que hay gente que opina como yo, que se reconocen. Veo a melómanos acomplejados que salen del armario y que admiten que les gusta La Oreja de Van Gogh o Juan Luis Guerra.

O sea, ¿que al amante de la música le puede gustar tanto Metallica como Shakira?

Sí. A mí me pasa. Bueno, me gusta más Metallica que Shakira, pero puedo escuchar sus discos. Con 20 años contestaría violentamente a esa pregunta, ahora no.

El criterio más valioso es el de uno propio, entonces.

Creo que sí. El criterio no es una verdad universal. Es algo voluble. En España la prensa musical siempre se ha movido según dos criterios: el rockero y el indie, excluyentes el uno con el otro y con los demás géneros. El rockero jamás va a apreciar a Mecano y el indie no va a aceptar nunca a The Black Crowes. Ambos extremos no me aportan nada. Llevo toda la vida escuchando que la música latina es pachanga, pero a los 40 años descubro la salsa, cumbias y un universo entero del que no me hablaban las revistas que compraba de joven. Descubres esa música que generalmente está tan estigmatizada y te das cuenta de lo cateto que eres.