Vimos ayer en la calle del Ángel a un joven, mochila a la espalda, paseando mientras tocaba el banjo con gran acierto. Estaba solo, salvo por nuestra peruleira presencia y, suponemos, la invisible compañía de la musa Euterpe, la de agradable genio. Y por cierto, ¡con qué cruel desigualdad reparten el talento los hados! A algunos les es dado tocar mientras caminan, pero debemos sufrir a los que son incapaces de conducir estando sentados, y a los niños que no saben dormir estando acostados.