El catedrático emérito de Sociología de la Universidade da Coruña (UDC) Antonio Izquierdo acaba de ser designado miembro de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes. Esta institución privada, radicada en Austria, ha valorado su labor de décadas en la investigación de los fenómenos migratorios. Entre sus integrantes, divididos en ocho secciones (Izquierdo participa en la de Ciencias Sociales, Derecho y Economía) se encuentran unos 2.000 académicos de renombre, y varias decenas de ganadores del premio Nobel. Si la situación de la pandemia lo permite, será recibido formalmente en la agrupación en un acto que se celebrará el primer fin de semana de marzo de 2022. Izquierdo sigue investigando y actualmente se encuentra trabajando sobre la relación del coronavirus y las migraciones.

¿Cómo ha vivido la noticia de entrar a formar parte de la Academia Europea? 

Pues como una noticia inesperada. La verdad es que no la tenía en mente y no pensaba que pudiera llegar. Me sorprendió, gratamente pero me sorprendió. Muy inesperado.

Tiene un currículum largo. Fundó en 2004 el Equipo Internacional de Sociología de las Migraciones (Esomi), fue decano de la facultad de Sociología, jefe de departamento, corresponsal ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) como experto en migraciones internacionales...

Ser representante español en la OCDE, haciendo informes anualmente, sobre inmigración irregular... Creo que es lo que más ha debido de contar, pero no lo sé. También estuve en la Comisión Europea, en un organismo sobre información de migración internacional, pero pocos años. Lo de la OCDE debe ser lo que más ha debido de pesar.

¿Y qué le hace sentir más orgullo de la carrera? ¿Los cargos, la investigación...?

Los cargos no, alguna vez te toca ser director de departamento o decano, pero son más bien cargas. Es la labor como investigador, escribir y el equipo. El Esomi es probablemente lo que más satisfacciones personales me ha dado. 

¿Por qué?

Porque de ahí está saliendo gente mucho mejor que yo. Están saliendo catedráticas y profesoras titulares, pero sobre todo investigadoras, que son mejores, y están teniendo buenos proyectos de investigación y reconocimiento internacional. Y digo ellas porque básicamente son ellas. Cuando yo estaba en el Esomi éramos dos chicos y a lo mejor ocho chicas; ahora no sé cuántas chicas son pero muchas más (ríe) y pocos chicos. Son ellas, básicamente son ellas las que están tirando del carro y han seguido investigando y trabajando sobre migraciones. En diferentes parcelas; unas en cuidados, otras en América Latina, otras en políticas migratorias... y además son bastante interdisciplinares: hay politólogas, sociólogas, antropólogas... Esa era la idea, formar un equipo interdisciplinar.

¿Cómo ha visto cambiar la Sociología desde la época en la que la estudiaba en la facultad, desde sus primeras investigaciones?

Una cosa que no ha cambiado es la importancia del acopio de datos estadísticos para elaborar tendencias, investigaciones y conclusiones. Ahora es más fácil, porque tienes acceso con Internet a diferentes bases de datos. Cuando empecé a estudiar Sociología en Madrid la influencia principal era de la sociología anglosajona, que es muy empírica, tanto la de Estados Unidos como la del Reino Unido. Los profesores que tuve se habían formado en Estados Unidos y nos enseñaban mucho, en demografía, en el manejo de datos, en la elaboración de indicadores y cálculos... En eso, algunas cosas ahora son mejores y otras peores: los censos de ahora son peores que los de entonces, pero ahora tienes más volumen de información con el big data. ¿Qué ha cambiado? Muchas cosas, por ejemplo los criterios de prestigio. Entonces eran libros y se trabajaba con más calma. Ahora los criterios son básicamente artículos y se producen a toda velocidad, y lo que importa es la cantidad, muchos artículos en muchas revistas más o menos reconocidas. Es un ritmo mucho más trepidante.

¿Qué más?

Ha cambiado mucho el contacto con los alumnos. La Sociología antes era mucha lectura de clásicos y mucho contacto con estos. Cuando yo empecé había una sola facultad, la de Madrid, ahora hay muchísimas, y hay mucha especialización. Y ahora uno solo se preocupa de los clásicos de su especialización, no de los de la Sociología. Entonces también éramos más interdisciplinares en las lecturas: leíamos más Economía, más Historia. Ahora se avanza dentro de la especialización pero se pierde perspectiva global y conocimiento de diferentes disciplinas. Curiosamente, ahora cuando se trabaja en investigación interdisciplinar se trabaja sobre un tema desde varios puntos de vista, como en una tesis. Entonces éramos menos especialistas y trabajábamos varios temas desde diferentes puntos de vista. Pero bueno, yo también me fui especializando. Pasé de la demografía, en la que podía haber hecho fecundidad o mortalidad, a estudiar migraciones. Y cuando llegué allí, como entonces no había nadie, me cayó la lotería. La verdad es que no fue casualidad, fue fortuna.

¿Cómo llegó a esa disciplina?

Todo esto empezó en el medio de una obra de teatro en el María Guerrero de Madrid, donde un investigador francés me preguntó qué sabíamos de la inmigración en España. Yo le dije que no sabíamos nada, porque ni siquiera sabíamos que había inmigración. Me fui con él a París, allí parimos un artículo buscando datos en el Ministerio del Interior, en la Dirección General de la Policía, en varios sitios, y a partir de ahí me dediqué ya a esto, ya me especialicé.

¿En qué está trabajando?

Estoy muy metido en el impacto del COVID sobre la inmigración, básicamente trabajando sobre coronavirus y políticas migratorias y COVID referido a la inmigración. De hecho, de las dos últimas cosas que he publicado, una se refiere a por qué no mueren de COVID los inmigrantes, que es básicamente porque no se recogen datos sobre la incidencia del COVID en la inmigración. La otra, que saldrá ahora en septiembre u octubre, es A planes torcidos. El COVID contra la inmigración. Es un libro colectivo sobre el coronavirus de diversos autores.