El día a día de María Teresa González desde que su hermano decidió quitarse la vida es un ir y venir de preguntas sin respuesta. (*teléfonos de la Esperanza frente al suicidio: 911 385 385 y 717 003 717, 981 519 200 además de 112 y 061). Al principio, la rabia hacia lo que consideraba un gesto egoísta por parte de su hermano primaba por encima de las demás emociones. “No lo entendía. Ya lo había intentado otras veces y sabía el dolor que nos iba a causar. Mi madre, a su manera, todavía no es capaz de perdonarle. A nuestra abuela le dijimos que había sido el COVID, no lo habría entendido”, recopila. Transcurrido poco más de año y medio desde el día en el que recibieron aquella llamada por parte de la pareja de su hermano, cada miembro de su familia lo ha interiorizado, asumido y gestionado de una forma distinta.

Una voluntaria del teléfono de la Esperanza. // XOÁN ÁLVAREZ

“La culpa te reconcome, claro. A todos. Otras veces pudimos evitarlo. En esta ocasión, simplemente, no supimos anticiparnos. Te queda en la cabeza el no haber llegado. No vimos señales que nos mantuviesen en alerta como otras veces. Fue una hostia en la cara de todos”, recuerda María Teresa. La culpa y la rabia lucharon en su mente por imponerse los primeros meses. Ahora, mitigados sus efectos, estos sentimientos conviven con la resignación. “Se quiso marchar. Ya está”. La terapia le ha ayudado a superar el duelo inicial hasta hallar cierta paz, aún sabiendo que tendrá que convivir con la pérdida toda la vida.

Parte del equipo de la Unidad de Prevención del suicidio, creada en Vigo.

No sabe identificar si, en su caso, la pandemia ha ayudado, o todo lo contrario. “Lo vivimos como si no fuese real, a fin de cuentas. Ocurrió al principio de todo de la pandemia, en el confinamiento. No pudimos despedirnos como lo hubiésemos hecho en circunstancias normales. La vida dejó de ser como era antes en todos los aspectos. No tuvimos golpe de realidad porque nunca volvimos a la realidad”, reflexiona.

Su mejor terapia ha sido, reconoce, hablar de ello. Darle un sentido a lo ocurrido, y, sobre todo, dejar de intentar meterse en la mente de su hermano para buscar respuesta a esas preguntas para las que sabe que no existe. “Mi madre y mis tíos dejaron de hablar de mi hermano, y si alguien preguntaba, decían que había muerto porque estaba enfermo. Nadie te pide más explicaciones. Yo necesitaba ir más allá, y con mi entorno intento dar normalidad a lo que pasó, hablar de ello con naturalidad. Claro que me cuesta, fue anteayer como quien dice, pero es lo que pasó y a mí no me ayuda en nada maquillarlo o negarlo. Si además, que yo hable de esto puede hacer que alguien recapacite, pues un punto a favor”.

La voz de María Teresa suena cansada, pero segura. Tras esa seguridad, hay todo un camino a sus espaldas, en el que el dolor marca la pauta en casi todos los pasos. Ella, que hasta entonces se había mostrado muy escéptica con la psicología y la ayuda que pudiese brindarle un profesional, supo desde el primer momento que la terapia sería un escalón necesario. Frente a su psicóloga lloró, verbalizó, insultó y exorcizó parte de las emociones de ese proceso que, aunque ha sido sanador, sabe que será largo. Y que, en cierto sentido, no acabará nunca. El suicidio de un ser querido es una onda irradiadora. Hay un fallecido, pero a su alrededor quedan, inevitablemente, los que le sobreviven. “Cada vez que hay un suicidio, se calcula que quedan un mínimo de seis personas afectadas de forma grave”, explica la psicóloga coruñesa Paula Baldomir, con varios casos parecidos en su consulta.

El suicidio es ya la principal causa de mortalidad externa en España. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en Galicia perdieron la vida por esta causa, en el año 2020, 307 personas, una cifra que la sitúa en la segunda Comunidad Autónoma con mayor tasa de suicidios, por encima de la media nacional. En cifras absolutas, es la quinta. Según datos del Instituto de Medicina Legal de Galicia, recopilados por Saúde Mental Feafes, los suicidios triplican las muertes por accidente de tráfico en la comunidad. La provincia de A Coruña es la que más suicidios registra: 135 en el último año. Negar la realidad, como advertía María Teresa, no sirve de nada. Callar al respecto ha dejado de ser una opción. Solo queda romper el silencio existente y despojar al suicidio del estatus de tabú que arrastra hasta el día de hoy. El Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que se celebró esta semana, hace hincapié en la necesidad de hablar. Hablar para curarse en salud.

Desterrar falsos mitos

Lo primero, advierten los profesionales, es desterrar las ideas preconcebidas que el silencio ha ido construyendo, a lo largo de los años, alrededor del tema. “El suicidio no responde a una única causa. Es algo multifactorial. Detrás de un suicidio hay una vida, depende de la mochila de cada persona. Poner dos o tres causas es un error. Las presiones del momento pueden influir, el tema del trabajo, o si hay una enfermedad mental asociada... se van juntando determinados factores que van llevando a la persona hasta ese momento”, explica la psicóloga.

La red de apoyo y familiar de la que cada uno disponga, llegado el momento, es otra de las coyunturas que influye en la situación. Los profesionales advierten de la importancia de saber reconocer las señales, aunque no siempre las hay, para detectar cuando un amigo, familiar o compañero está pensando en quitarse la vida, y así poder prevenirlo. Lo primero, la escucha. “La mayoría de los suicidas suelen verbalizarlo, de una forma u otra. Si no lo hacen, pueden dar señales más activas, del estilo de despedirse o empezar a regalar cosas”, ejemplifica Baldomir.

Una persona que toma la decisión de acabar con su vida, advierten, atraviesa un momento de sufrimiento tan extremo que piensa que no tiene capacidad de manejar sus circunstancias. No ven más opciones. “O me quedo y sufro o dejo de sufrir”, señala la psicóloga, que invita al entorno de la persona que pueda estar experimentando ideaciones suicidas a informarse sobre la coyuntura, con el fin de poder escuchar, acompañar y ayudar a la persona que sufre. “Hay que hacer ver a la otra persona que no está solo, no quitarle importancia, sino acompañar”, propone.

Otro de los mitos a desterrar, advierte, es el del llamado efecto contagio, que justificó durante años el silencio informativo alrededor del suicidio. Un consenso que tiene parte de responsabilidad en el hecho de que muchas personas no sepan a dónde acudir, qué medios existen a su disposición, qué es lo que le ocurre o, en el caso de los supervivientes, como lidiar con el trance. “Hablar de ello da herramientas para manejarlo, en los demás y en uno mismo”, dice. El entorno de la persona que toma la decisión de quitarse la vida queda siempre afectado, aunque lo hace de formas distintas. La norma, como es de suponer, es la culpa. “Te preguntas si yo pude haber hecho eso, si no oí lo otro, si me tomé a risa tal cosa, si no me fijé. El duelo es diferente al que se pasa en una muerte natural. La culpa es la emoción que más bloquea otras emociones. Es importante aprender a gestionarla. Tengo una paciente que lo que le ayudó en su caso fue darle visibilidad”, recomienda.

Recursos insuficientes

Si las consultas privadas de psicología no dan abasto, los hospitales y centros de salud no son menos. La otra epidemia paralela a la COVID, la de la salud mental, preocupa a asociaciones y profesionales sanitarios, que demandan más recursos y políticas públicas de prevención, diagnóstico y tratamiento para los males invisibles, que comienzan a convertirse en un auténtico problema de salud pública. “Hemos notado un aumento de las patologías de salud mental en los pacientes. Estamos atendiendo en los servicios de Urgencia un aumento de cuadros de ansiedad, autolesiones y, en general, de la demanda de atención en salud mental en todas las edades”, advierte Jose Manuel Fandiño Orgeira, coordinador de urgencias del Chuac y Presidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias en Galicia (Semes).

Los profesionales se muestran especialmente alarmados por el incremento de estas conductas y patologías en adolescentes. Un crecimiento que algunos profesionales achacan a los efectos que la situación prolongada de pandemia, confinamiento y aislamiento pudo haber tenido en un segmento de la población especialmente vulnerable. “La adolescencia es una época importante de la vida. El confinamiento ha limitado el contacto social, que es esencial en esa etapa: ser parte de un grupo. Estos factores pueden estar detrás del aumento de la incidencia”, razona Fandiño.

Los recursos públicos comienzan a verse cada vez más limitados ante el incremento de la demanda de un servicio de salud mental que no deje a nadie atrás. José Manuel Fandiño, desde los servicios de urgencias, admite y advierte de que hay, y debe haber, mucho margen de mejora. “Es algo en lo que tenemos que mejorar. Se ha creado un grupo de trabajo sobre suicidio en las urgencias. Quienes hemos estado ahí en primera línea, sobre todo en estos 18 meses, que hemos vivido una demanda asistencial tremenda, no hemos tenido a veces ni el espacio, ni la formación ni los recursos acordes”, señala. El resultado de esta reflexión colectiva desde un ámbito sanitario en el que no hay casi margen de reacción, ha sido un documento de consenso entre varios profesionales que pone el foco en la necesidad de habilitar espacios adecuados y seguros en los que la gente pueda sentirse tranquila y respaldada, y, sobre todo, en propiciar que los profesionales tengan el tiempo y los recursos para atender a la gente. Y que la gente se sienta atendida. La especialización puede ser otra vía, proponen, para mejorar en prevención, diagnóstico y tratamiento. “Tenemos la necesidad de una especialidad de medicina de urgencias y emergencias. Hay una homogeneidad de conocimientos”, advierte Fandiño.

Es complicado determinar hasta qué punto el tabú ha influido directamente en la ausencia de mecanismos efectivos de prevención, pero, a ojos de los profesionales, tiene parte de culpa. Y no poca. “El verbalizarlo da miedo. Otras veces, detrás de otra sintomatología hay un problema de ansiedad que la persona somatiza, o una depresión. Hay miedo a manifestarlo por temor a que se considere a uno enfermo mental, que es otro tabú, y porque socialmente en este país sigue estando mal visto que una persona tenga depresión. Hay tres millones de personas que la padecen. Ir al psiquiatra es otro estigma social. Es algo que tenemos que cambiar, y cambiarlo es labor de todos”.

Saber informar, un aliado en la prevención

Durante años, el falso mito del efecto contagio sentó el consenso, entre los medios de comunicación, de que informar sobre los suicidios hacía un flaco favor a la causa. En el proyecto Papageno de Periodismo Responsable llevan un año esforzándose en difundir lo contrario, ya sea formando a los medios sobre la forma correcta de informar, felicitando a los que lo hacen bien y, sobre todo, haciendo pedagogía de que una información de calidad puede ser la mejor aliada en la prevención. Guillermo Córdoba, responsable del proyecto, propone las siguientes pautas. “No se debe contar el método ni detallar dónde. Hay que incluir siempre recursos de ayuda. No se debe simplificar las causas: el suicidio nunca se produce por una sola. Nunca se deben publicar imágenes del lugar de los hechos, como puentes o acantilados, ni tampoco que hagan referencia al método”.