Uno de los tráficos que dio carácter al puerto coruñés en el siglo XVIII fue el del bacalao. A lo largo de aquella centuria fue creciente el número de barcos que desembarcaban este pescado en la bahía, bien para el abasto de la ciudad bien para su venta en mercados foráneos.

Instituto Eusebio da Guarda a principios do século XX.

El origen de esta pesca era lejano. En las aguas de Terranova se capturaba y salaba y, en bergantines y goletas, se llevaba a diversos puertos de Europa. En ocasiones la transacción estaba ya concertada de antemano, en otras los capitanes de los barcos negociaban en el puerto la venta a uno o varios comerciantes locales.

La cuidad regulaba el tráfico de mercancías que pudieran servir para el abasto local. Tanto el bacalao, o la sardina, estaban sometidos a limitaciones a la hora de su venta. Por privilegio de los Reyes Católicos, del año 1483, la ciudad accedía a la compra de los géneros de abasto que se negociaban en la rada. El sistema era simple, el comerciante que adquiría la partida de bacalao debía ponerlo a disposición del público durante tres días, a un precio que cubriera el costo, el precio de la mercancía, y las costas, los gastos de tasas, descarga y almacenaje, sin beneficio empresarial alguno. A través de bando público, colocado en las inmediaciones de la entonces iglesia de San Jorge, se anunciaba la venta en el lugar acordado, normalmente el almacén del comerciante.

Con esta limitación se garantizaba el acceso de los coruñeses a un producto de primera necesidad a un precio más bajo que el de mercado. Pasados los tres días, el comerciante podía venderlo ya a precio libre.

En la evolución del comercio del bacalao, durante la segunda mitad del siglo XVIII, existe un antes y un después de 1795. Si la venta estaba monopolizada por los ingleses, con la Paz de Basilea y el cambio de consideración de la Gran Bretaña, de aliado a enemigo de la corona española, el panorama cambia. A partir de esa fecha serán los barcos norteamericanos y, en menor medida, los daneses los que protagonicen este comercio. Aquel acuerdo también supuso una quiebra en la evolución de los precios.

Hasta 1795 el precio del quintal gallego de bacalao tiene una evolución de incremento sostenido. De los cien reales que suponía el quintal en 1768 se pasa a los ciento veinte de 1795. A partir de ahí el precio se dispara, llegando a alcanzar, en 1801, los doscientos veinticuatro reales.

El nombre de los que comercian con el bacalao también cambia. Antes de 1795, este tráfico lo protagonizan Juan Alegret Casado, Ramón Llovet de la Torre, Thomas O’Brien, José Ceballos, Antonio Palomino, Ramón Fernández de la Barca y otros. Después de ese año, el tráfico del bacalao se concentra en menos manos. Ahora son Antonio de los Santos, Julián Lago Ortiz, José Carbonell, Juan Francisco Barrié y Antonio Güell, asociados o por separado, los que compran las partidas de bacalao para después venderlo en diversos puntos.

Pese a los intentos del concejo por mantener el privilegio de la ciudad de consumir bacalao a precio de coste y costas, no son pocos los ejemplos que demuestran que aquellas ordenanzas se van quedando antiguas y constituyen un freno para la expansión del comercio. Por parte de los compradores, se va más allá de la compra para consumo, comprando para la venta fuera de los límites de la ciudad. Actividad realizada por las conocidas entonces como “regatonas”. Por parte de los vendedores, se pone al público el género de peor calidad reservándose el bacalao de primera para la posterior comercialización. Algo en principio favorable a los intereses de la ciudad se transforma en una fuente de conflictos.

En los años 1767 y 1768, el comerciante y cónsul inglés Thomas O’Brien defiende que las transacciones entre barco y comerciante se hagan en la sede del consulado inglés, fuera del control del concejo. Solicita la misma libertad de comercio que había en Inglaterra. Señala que en otros puertos españoles, como Cádiz, Alicante o Barcelona, no existen las mismas trabas que aquí y que, de mantenerse el antiguo privilegio, el tráfico de bacalao desaparecería del puerto coruñés.

Se cuestiona todo el sistema y se buscan fórmulas para evitarlo. Un comerciante, Juan Francisco Barrié, es sancionado por el concejo por vender una partida de bacalao sin ofrecerlo al público. Su argumento contra la sanción es que no lo había adquirido en la rada coruñesa y, por lo tanto, no estaba sometido a la obligación que marcaba el antiguo privilegio real. Aquella partida de bacalao la había comprado en un puerto noruego, por lo tanto fuera del ámbito del privilegio de los Reyes Católicos.

Las posiciones de un concejo, dominado por el pensamiento de la Ilustración, se hacen, con el tiempo, conservadoras al querer mantener los usos del antiguo régimen. Los comerciantes, por el contrario, abogan por la libertad total de comercio, antesala de sus posiciones favorables a la revolución liberal.