Rostro televisivo familiar gracias a personajes como Eugenio, el sacerdote de Cuéntame que lo deja todo por Inés Alcántara, o Eugeni, el disciplinado e histriónico profesor de literatura catalana en Merlí, el actor Pere Ponce, veterano sobre las tablas, se sube hoy y mañana a las 20.30 horas al escenario del Teatro Rosalía para meterse en la piel de Julián Álvarez, el cura de Los pazos de Ulloa que, en esta adaptación, se convierte también en el principal narrador de la trama.

¿Otro cura enamorado?

Sí, otro cura, pero este es muy especial. Es una especie de Hamlet gallego, es una persona que duda mucho también en qué hacer, que entra en un mundo que desconoce, con toda una serie de normas que él tiene en su mundo eclesiástico, que debe reconducir a una familia que encuentra en los pazos, una familia antinatural, con el amancebamiento del marqués con la criada, con un hijo ilegítimo. Intenta ordenar todas estas cosas que le rompen la cabeza, trayendo de Santiago a una esposa legítima, de una clase social acorde a la del marqués. De alguna manera, se da cuenta de que este universo de los pazos no lo cambia ni Dios. Hay una parte en él de pérdida de fe y de ver cómo es la sociedad en la que vive. Es un personaje torturado, tiene esta cosa hamletiana de qué hacer, si impedir alguna acción o no. Tiene una parte pusilánime y contemplativa. Eduardo Galán lo eleva, en su adaptación, a la categoría de narrador omnisciente, está explicando y hablando al público de las cosas. Es como si fuesen pasando los años y él explicase lo que sucedió.

Si bien en la novela el cura tiene bastante protagonismo, aquí el papel de narrador recae también sobre él.

Sí, de hecho empieza como en una metaficción; empieza hablando al público de que él es un personaje, que Emilia Pardo Bazán lo convirtió en personaje en 1886, y empieza a relatar el por qué de que él, por su carácter, por su educación, por su clase social, se haya visto obligado a actuar de una determinada manera. De algún modo, se justifica, trata de explicar qué sucedió desde su punto de vista. A partir de aquí, empieza la reconstrucción como si fuese una compañía teatral, ordenando y poniendo escenas para ilustrar, dar pinceladas. Eduardo ha hecho una abstracción de la obra para dar a conocer ciertos episodios que para él son significativos, y sobre todo para ordenar lo que son los pazos.

Ha hecho ficción y adaptación. ¿Qué parte de usted puede imprimir en un personaje que ha sido leído por miles de personas a lo largo de los años?

Cuando te acercas a una novela es algo muy rico, porque aparte del guion de la adaptación, puedes acceder a todo el contenido de la novela, que es toda la riqueza de pensamientos, la voz interna del personaje. Hay una serie de matices que te hace ahondar en el personaje. Siempre que nos acercamos a un personaje, es como vestirlo de una manera adecuada, porque el actor aporta sus emociones, su vínculo emocional: yo puedo entender la rabia, la frustración, hacer ese ejercicio de ira, de compadecerse de algo. Todos tenemos estos colores en nuestra vida. Luego hay que entender también el contexto de la época, don Julián es un hombre de su época, con sus prejuicios sociales sobre las mujeres, que no deja de ser una voz crítica de doña Emilia: a pesar de todo, un personaje como Julián, sensible, cercano a un universo femenino y a la sumisión de la mujer al hombre en aquel momento por su propia sumisión también dentro de la jerarquía eclesiástica, tiene esta manera inculcada de pensar sobre la función de la mujer, que no deja de ser el matrimonio y la maternidad. Critica la violencia, la brutalidad que se produce, pero no puede hacer nada.

La obra llega a la ciudad en la celebración del centenario de la muerte de Pardo Bazán. Se habla de que su obra es atemporal. ¿Qué actualidad tiene Los pazos de Ulloa?

Un tema fundamental es la sumisión, el sometimiento al poder, venga de donde venga, la dominación política, el patriarcado, etc. Esta figura, el caciquismo, que se ha transformado ahora, es el individuo sometido y resignado al poder. Habla mucho de esta capacidad de sufrimiento y de martirio. Creo que muchas veces nosotros en nuestra vida nos resignamos a ciertas cosas, como el recibo de la luz. Hay ciertos comportamientos que son cada vez más retrógrados políticamente, que de repente tienen unos altavoces, y hay una despreocupación entre lo correcto y lo incorrecto. Estas líneas se están difuminando. Yo creo que la voz de Emilia lo que hace es poner esa denuncia encima de la mesa, que aún está hoy. Sí que ha evolucionado el punto de vista femenino, pero hay unos patrones masculinos, seguramente heredados, que siguen ahí. Ahora sabemos que políticamente no es correcto, pero hay algo que sigue ahí, en la cultura, en el lenguaje, en la manera de ver las relaciones, que se sigue perpetuando. El sometimiento es un patrón que sigue vigente. El hecho de verlo aporta también esa visión de que, aunque hayamos evolucionado, no somos tan diferentes.