Nací en Bens, que entonces era una aldea de labradores y pescadores, y me crié allí hasta los nueve años, edad a la que mis padres, José Antonio y Visitación, decidieron instalarse conmigo y mis seis hermanos —José, Pilar, Carmen, Alberto, Rosa y Víctor— en un edificio de la ronda de Outeiro en el que la mayoría de los vecinos eran trabajadores de la refinería de Petrolíber, al igual que mi padre, que era mecánico de profesión y entró a trabajar en esa factoría junto con mi hermano José, cuando empezó a construirse.

Juan, primero por la izquierda agachado, con el equipo del Ciudad Jardín La Opinión

Allí ambos desarrollaron toda su vida laboral hasta que se jubilaron, mientras que mi madre fue una costurera muy conocida en Bens y Pastoriza, hasta donde se desplazaba cargando con una de aquellas pesadas máquinas de coser de la época hasta que se casó.

Juan, con su hermano pequeño

Juan, con su hermano pequeño La Opinión

Mi primer colegio fue la escuela de Bens, hasta que al mudarnos a la ronda de Outeiro ingresé en el Metis, que años después se llamó Cid y en el que estuve estudiando hasta los catorce años. Luego entré en la Escuela del Trabajo la especialidad de mecánico electricista y al poco tiempo de terminar me contrataron en la empresa SPI, que trabajaba para la refinería y otras empresas.

Años después trabajé en la fundición de Emesa en Agrela hasta que cerró, momento en que decidí marchar a Venezuela, donde ya estaba mi hermana Rosa con su marido, Neira, que tenía allí una pequeña empresa de fontanería.

Cuando llegué allí monté im restaurante que gestioné durante cinco años y, cuando la economía de ese país empezó a deteriorarse, volví a la ciudad, donde llevé la cafetería del Circo de Artesanos durante varios años, hasta que esa sociedad empezó a tener problemas. Fue entonces cuando entré en el restaurante Casa Vasca, donde trabajé durante treinta años hasta su cierre. En vez de jubilarme, decidí abrir el mesón O Burato en la calle Entrepeñas.

Juan Fernández Sande

Juan Fernández Sande La Opinión

Mis amigos de la infancia fueron Javier, Alberto, Vaquero, Moncho, Paquiño, Roberto, Barallobre y Federico, con quienes sigo manteniendo una gran amistad y con quienes jugaba por los campos de O Ventorrillo y sus alrededores, que entonces estaban sin urbanizar, aunque ya se empezaban a construir los primeros edificios de la zona. Lo pasábamos fenomenal haciendo carritos de madera con viejos rodamientos para organizar competiciones en calles asfaltadas con mucha pendiente, como la cuesta de A Silva o en las de Santa Margarita. También jugábamos a los clásicos juegos de aquellos años, entre ellos a la pelota, en ocasiones con un balón de los de verdad que nos prestaban los equipos de fútbol que entrenaban en el barrio.

Los domingos, si había suerte y en casa nos daban la paga, la gastábamos viendo películas en cines de barrio como los España, Finisterre, Monelos y Equitativa, aunque también teníamos la opción de alquilar tebeos para pasarnos el domingo leyéndolos. Disfrutábamos mucho de las fiestas de nuestro barrio y de las de Pastoriza y Suevos, hasta donde íbamos andando. Jugué al fútbol en el equipo del Ciudad Jardín durante once temporadas y tuve como compañeros a Nolis, Rivas, Pan, Vaquero, Chato, Miguel, Chiri y Alberto.

Guardo un gran recuerdo de esos años y de mis compañeros de equipo, con quienes bajaba muchas veces al centro a pasear por las calles de los vinos, donde nos encontrábamos con jugadores de otros clubes y disfrutábamos del gran ambiente que había en la ciudad en aquel tiempo. También parábamos mucho en la sala de juegos recreativos El Cerebro, donde jugábamos al billar y al futbolín.

Me casé muy joven con Flor Brañas, natural de Betanzos y que vivía en la calle Páramo, y con quien tuve dos hijas, Vanesa y Silvia, quienes nos dieron dos nietos, Silvana y Axel.

Testimonio recogido por Luis Longueira