“Hambre no pasamos, pero tampoco teníamos excedente de dinero, vivimos siempre justitos.”, relata Luis Mediero, hijo de Luis Mediero Santamaría y de Manola Beltrán, el matrimonio que, desde 1969 hasta entrados los años 2000 tuvo los carromatos de caballitos en los jardines de Méndez Núñez. Cuando su madre se retiró, “en 2002 o 2003”, Luis y sus dos hermanas, que habían cumplido con el deseo de sus padres, de ir a la Universidad y de estudiar una carrera, tenían ya sus trabajos, así que, no siguieron con el negocio familiar y, con su decisión, se evaporó esta estampa de la ciudad, de los niños llevando las riendas de unos pura sangre de fibra de vidrio, imaginando que no son sus pies los que los mueven.

Los caballitos, en María Pita. | // CEDIDA Gemma Malvido

Niños en los caballitos. Cedida

Fueron muchas las personas que, desde entonces, les preguntaron por los caballitos y, en su cabeza, siempre rondó la idea de donarlos a una asociación sin ánimo de lucro o a alguna fundación de la ciudad para que volviesen a llevarlos al relleno, ante la estatua de Daniel Carballo, que ha sido siempre su lugar. El tiempo fue pasando y, hasta ahora, nunca habían encontrado la oportunidad de sacar los aproximadamente 50 carruajes de su encierro hasta esta tarde. Pablo Senra, sobrino de Luis Mediero y nieto de Luis y Manola, restauró durante un mes uno de sus caballos, y lo ha dejado a punto para que los niños de hasta doce años puedan subirse al carro violeta que le ha puesto y tener la misma sensación que tuvieron sus padres cuando se montaron por primera vez. Estarán en los jardines desde las seis de la tarde, como lo hicieron ya sus antepasados.

10

Un caballo para un recuerdo en A Coruña Víctor Echave

“Siempre tuvimos en mente la idea de que pudiesen volver, que alguna asociación, ONG o fundación se pudiese hacer cargo de ellos, que los pusiesen en los jardines, que los explotasen y les sacasen un rendimiento económico. Nosotros, mis dos hermanas y yo, se los cedemos, con la única condición de que los cuiden. Lo ideal sería que se implicase también el Ayuntamiento para darles los permisos”, cuenta Luis Mediero, al que, según recuerda, como a todos los niños de la ciudad, también castigaban sin caballitos si hacía alguna trastada.

“Mis hermanas y yo disfrutamos de ellos más de lo normal, aunque mi padre era bastante estricto con esto y nos decía que solo nos podíamos montar cuando no hubiese niños. Si había clientes, no nos dejaban, pero si no había, sí”, recuerda Luis Mediero, que nació el mismo año que lo hicieron los caballitos que le dieron el sustento a su familia, en 1969. A pesar de que los caballitos fueron sus compañeros, ni Luis ni sus hermanas les tenían nombres, aunque Mediero recuerda que su padre decía que algunos niños habían bautizado a los equinos. Unos nombres que ya han olvidado.

De la carbonería a aprender a trabajar la fibra de vidrio

“Mi padre tenía una carbonería, cuando el carbón dejó de ser negocio, tuvo que ver cómo reinventarse, y con mi tío José María, idearon esto. Mi padre fue a aprender a trabajar la fibra a Miranda de Ebro con una gente que le enseñó, y después el diseño y los moldes los hicieron ellos”, relata Mediero, que puntualiza que los caballitos fueron siempre los mismos, que el que se verá hoy, será uno de los que nacieron de las manos de su padre y de su tío. “Es fibra de vidrio, así que no se desgasta, se puede romper pero no se pudren ni se estropean”, comenta Mediero, que si bien no había nacido cuando se gestó toda la idea de que el negocio familiar fuese una atracción para los más pequeños, sí que tiene muy presente el momento en el que su madre se jubiló. “Mi padre murió en 1999, mi madre aguantó unos poquitos años más, hasta 2002 o 2003. Fue duro para toda la familia, es un trabajo duro, porque todos los años había que pintar los caballos y mi madre tenía ya una edad pero era necesario y natural que lo dejase”, comenta,. Asegura que nunca han dejado de cuidar esos carruajes, así que, los visitan de vez en cuando e, incluso, se animan a montarlos.


Un mes de trabajo para revivir la atracción


Pablo Senra aprendió a arreglar los caballos viendo cómo lo hacían su abuelo y su abuela, que todos los años tenían que poner a punto los carruajes para que estuviesen bien bonitos para los niños de la ciudad, así que, se pasó un mes en el taller poniendo todo su empeño en que uno de los caballitos estuviese tal y como ellos lo hubiesen sacado a los jardines. “Salía de trabajar a las cinco de la tarde y me iba para el taller igual hasta las once o las doce de la noche”, comenta Senra. La idea de restaurar los carruajes la tenía desde hace mucho tiempo, aunque, al estar estudiando, no tenía ni tiempo ni dinero para enfrentarse a esta tarea. “Yo pasaba los veranos en los jardines, todo el rato dando vueltas. Los caballitos marcaron mi infancia”, reconoce Senra. Su única pena, ahora, es que llueva esta tarde o que algún niño se quede sin poder montar en los caballitos y que no pueda atesorar ese recuerdo por el que tantas horas ha trabajado y que tanta ilusión le haría a su abuelo.