La película de Dune, y la novela de Frank Herbert que la precede, nos llevan a un universo futuro extraño y exótico. Los ordenadores ya no existen, exterminados por una yihad que consideraba herejía las máquinas pensantes, y el efecto Holtzman ha hecho obsoletas las armas de proyectiles, por lo que las guerras se libran con cuchillos y espadas. Un imperio de decenas de miles de planetas se mantiene bajo una estructura feudal, con un Emperador y casas nobles, y las naves espaciales viajan por el vacío interplanetario guiadas por mutantes adictos a la especia, una materia que solo se encuentra en un planeta desértico: Arrakis, Dune. Han pasado tantos miles de años que no existe la Tierra ni se sabe en qué año de nuestra era están, y nuestro tiempo se recuerda en mitos y leyendas. Entre ellas, la de la vieja “La Coruna”, mencionada en el material oficial como uno de los orígenes de la Corrida, el deporte de gladiadores de este futuro, y sede de la famosa Arena de los Campeones.

Antes de que los fans de Frank Herbert repasen sus copias de Dune, o de las secuelas y precuelas que publicaron tanto él como su hijo, hay que aclarar que la referencia se encuentra en la Enciclopedia de Dune, obra de otros escritores y aficionados. Sin embargo, Herbert la refrendó en 1983, señalando que “como el primer fan de Dune, le doy a esta enciclopedia mi maravillada aprobación”. Por otra parte, la enciclopedia pasa por una pieza escrita en el propio futuro en el que se ambientan las novelas, y se tiene una idea distorsionada del pasado, con lo que nunca sabremos si esta versión de la historia de la ciudad es cierta o una acumulación de leyendas.

La Corrida, cuenta la obra, empezó en un tiempo mítico en el que la humanidad no viajaba entre las estrellas y su Emperador solo gobernaba en un planeta, cuando el héroe Manolete se enfrentó al dios Zeus. De ahí nació el enfrentamiento entre el matador y el toro, que se difundió por otros planetas en la época en la que los seres humanos estaban esclavizados por máquinas pensantes. En esta era, marcada por toreros como Rodolito y Lili Kalt, se hicieron famosas las dehesas de La Coruna, Saragonna y Bahamonde, pero se cree que fue el Baron de La Coruna el primero que reformó el evento dotando a los toros de un escudo de energía, “lo que los hacía mucho más difíciles de matar intrínsecamente” y lo aislaba de distracciones y ruidos. Fue, se calcula, en el año 1.333 antes de la creación del gremio de navegantes interplanetarios.

A Coruña aporta nobleza

Esto lo cambió todo. El Baron pidió a dos toreros que se enfrentasen a un toro escudado, pero eran plebeyos, como se acostumbrada que fuesen los matadores en este tiempo, y por tanto no estaban entrenados para pelear contra este tipo de defensa, que obliga a usar técnicas particulares. Así que saltaron a la arena un maestro de armas y su discípulo, con los muy coruñeses nombres de Barkan y Tial.

“La Corrida de ese día todavía se cuentan en susurros por los aficionados de la arena”, rezan las crónicas, y el público quedó epatado por la belleza de la lucha. Desde entonces, y “bajo el patrocinio del Barón de La Coruna”, la Corrida se convirtió en una prueba de valor para los nobles.

Y siguió evolucionando. Los Atreides, la casa nobiliaria protagonista de la saga, desarrollaron un estilo particular, si bien lo abandonaron; no por animalismo, sino porque se trasladaron a gobernar un planeta sin toros. Sin embargo el duque Mintor, abuelo de Paul Atreides, protagonista de Dune, murió ante los cuernos de un astado. Otras casas, como los sanguinarios Harkonnen, crearon la variante conocida como Arena, enfrentándose a algunas otras especies peligrosas de animales o al mayor reto: un ser humano. Hay algunas peleas de este tipo en Dune; sepan los espectadores que nacieron en A Coruña.