El compositor, pianista y escritor Quinito Mourelle acaba de publicar el álbum de jazz Olympia con el músico Roberto Somoza. El título saca su nombre de la máquina de escribir de su abuelo, y la obra está a la venta en la web grupoberoly.com. También se han cumplido recientemente diez años desde la creación de su blog MARQUIDE, en la web de LA OPINIÓN.

El disco se iba a llamar Reflexiones de un músico iletrado.

Con el título como al hacer las canciones: tienes unos temas, los vas ensayando y a medida que van evolucionando cambias cosas. Al final decidí hacerle un homenaje a mi abuelo, y este título es más conciso.

¿Qué simboliza la máquina de escribir, para un músico y escritor?

Para mí, es la máquina de mis inicios escribiendo. Por otro lado la máquina, que también es un teclado, simboliza mi relación personal entre música y literatura, que son inseparables en mi caso. Lo normal sería que apareciese un piano, pero para mí es una herramienta igual a este.

En los textos del cuadernillo que acompaña al disco habla de la contradicción de la música: debería expresar sus virtudes y limitaciones, pero al tiempo le fuerza a luchar contra las segundas. ¿La música es más exigente que la escritura?

Técnicamente, la música me exige mucho más. Cuando quiero ir más allá, la carencia de técnica me limita. En la escritura tengo un oficio que hace que me sienta más cómodo. Eso no quiere decir que no quiera ir más allá, y que no tenga que hacer revisiones todos los días, y que no tenga que ser una lucha constante y diaria. Pero técnicamente tengo una mayor comodidad en la escritura. Sin embargo, a la hora de componer, sí que ya tengo una familiaridad suficiente como para sentirme cómodo.

En Olympia hay 19 temas, todos bastante cortos. Así se aleja de un disco de jazz típico, con canciones largas y con desarrollo.

Eso fue una idea de Roberto Somoza. En origen le presenté unos temas, y mi idea era hacer ocho o nueve, con desarrollos e improvisaciones. Pero cuando empecé a tocar propuso hacer otra cosa, y a mí me gustó mucho la idea, sobre todo por cambiar la rutina de otros discos que hemos hecho a dúo. Me puse a componer nuevas cosas con ese formato más breve y preciso en mente, yendo a la esencia de los temas. Eso nos complicó un poco la vida, porque pudimos hacer pocos ensayos por culpa de la pandemia, y cada uno era ver temas nuevos más que revisar los antiguos. Pero eso forma parte del espíritu del jazz: el día que grabamos, una tarde en el Conservatorio, decidimos muchas cosas que no estaban previstas. Y eso me gusta.

¿Qué posibilidades expresivas ofrece la combinación de su piano y el clarinete bajo de Somoza?

Creo que muy pocas personas habrán escuchado a Roberto Somoza tocando el clarinete bajo. Sí el normal. Conmigo ya había grabado cosas con este, y en la orquesta que tiene, la Garufa Blue Devils, lo toca a veces, además de dirigir. Pero el clarinete bajo tiene una sonoridad diferente, un alma diferente, sobre todo en los registros graves. Es como una voz, tiene algo humano. En un principio teníamos pensado todo lo contrario: utilizar un registro más amplio de instrumentos, clarinete bajo, clarinete, saxo, flauta. Pero también fue idea de Roberto quedarse solo con uno y crear una estética para todo el disco. Me gustó mucho la idea.

¿Y para usted el piano qué significa, más allá de sus posibilidades musicales?

En las reflexiones que he escrito para el disco hay alguna dedicada a Iván Lins, un compositor e intérprete brasileño, que tiene un tema que se llama Meu piano. La letra es suya, y en ese tema se resume todo lo que un piano significa para un pianista. Él lo define con tres palabras: amor, camarada y saco de pancadas, esto es, el saco de boxeo contra el que das los golpes para descargar la energía. Esa letra es maravillosa, y me quedo con esas tres palabras.

Acaba de cumplir una década escribiendo MARQUIDE, y en la entrada de los diez años acaba con “espero ser declarado algún día joven promesa”. ¿Humor hasta el final?

Ironía pura (ríe).

¿Qué son para usted estos diez años en el blog?

Pues es mucho. Por un lado me he dado a conocer, gracias a internet y al soporte de LA OPINIÓN. Mucha gente que no me conocía ha tenido acceso a una parte de mi escritura, que es diferente a las novelas. Por otro lado, no es como llevar un diario, pero en los últimos años publico todos los lunes, y es el termómetro de mi estado de ánimo. Eso para mí es importantísimo. Muchas veces he querido dejarlo, porque me obliga un poco, pero por otro lado también le doy salida a mil frases e ideas que voy apuntando. La mayoría no las publico, pero cada semana voy eligiendo las que veo que pueden cuajar.

Se ha abonado al formato de hacer para cada entrada varias pequeñas piezas, de una línea o unas pocas, y pequeños diálogos, lo que, salvando las distancias, es el mismo formato de las canciones de este disco.

Sí (ríe). Me llevó a esto la falta de tiempo. La primera entrada que hice fue un cuento, y el blog era un puente hacia mis novelas. Lo primero que empecé a escribir fue poesía, y también publiqué poemas en MARQUIDE, ideas, alguna reflexión. Hubo un momento en el que estaba con otras cosas y no tenía tiempo, y empecé con las frases. Jesús Goy me dijo: “Esto tiene que ser todas las semanas”. Me lo exigió, entre comillas, y le obedecí (ríe). En principio mi idea no era publicar semanalmente, pero me he acogido a ese formato y estoy contento con él.