El amor es un tema que obsesiona a Manuel Vilas y que protagoniza su nueva novela, Los besos. La presenta hoy, a las 19.30 horas, en la Fundación Luis Seoane, dentro del ciclo Somos o que lemos, junto a Gaby Consuegra y Javier Pintor.

Sitúa su obra en marzo de 2020, una fecha que nadie olvidará.

Efectivamente. Es un episodio trágico de nuestra vida colectiva.

A usted le sirvió para crear una historia de amor.

Sí, es una novela de amor escrita casi como alegato contra la pandemia. Ante una crisis colectiva universal, como puede ser una guerra o un virus, yo creo que los seres humanos, y es lo que dice la novela, solo tienen un lugar donde volver a sentirse plenamente humanos, que es en una historia de amor. Hay una escena en Casablanca que es la semilla de mi novela, cuando entran los nazis en París, Ingrid Bergman está apoyada en la ventana y Humphrey Bogart le dice: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Ese es el mensaje de esperanza que hay, que siempre la vida de un ser humano tiene que ser maravillosa a pesar de lo que ocurra. Necesitaba contármelo a mí mismo y en una novela.

¿Es una reivindicación de que existe el amor a primera vista?

Hice mi pequeña encuesta cuando escribía la novela para saber si la gente cree en el amor a primera vista. Y la sigo haciendo en las presentaciones del libro. Hay muchísima gente que cree en él. A mí me parece bonito. Puede ser que un psicólogo diga que el amor a primera vista es una ilusión que te creas, seguro que hay una manera de desmontarlo. Pero creo que hay muchos seres humanos que se enamoran así.

Su protagonista, Salvador, dice además que “a los pobres solo les queda el amor”.

Esa es una idea maravillosa, porque es revolucionaria. Y es verdad. El amor es el sitio en el que el capitalismo no tiene mucho que decir. En un enamoramiento a primera vista, en un amor salvaje entre dos seres humanos, el capitalismo casi ni entra ahí, parece un territorio de plenitud humana. Si están enamorados, da igual cómo se vistan, aunque vayan medio desnudos, aunque no tengan donde caerse muertos, aunque no tengan trabajo. Si estás enamorado, el 95% de tu existencia está resuelto. Todo el mundo necesita enamorarse, pero hemos creado un mundo en el que eso no es prioritario. Triunfar en el trabajo o la vida económica, por ejemplo, es una prioridad para muchos.

El personaje se refugia en una cabaña a la que se lleva varios libros, entre ellos el Quijote. ¿Por qué esa obra?

Porque él quiere ser un Quijote Hace una lectura de Don Quijote bastante heterodoxa, dice que es una novela de amor. Todo lo que hace, lo hace por amor, para engrandecer y ensanchar la gloria de su amada, Dulcinea. Ese romanticismo tan pasado de moda, tan viejuno, le parece fascinante a Salvador.

Y si fuese usted el que se va a esa cabaña, ¿qué libro se llevaría?

No lo sé. Ojalá yo fuese tan romántico como para llevarme el Quijote a una cabaña, pero probablemente me llevaría una suscripción a Netflix para acabar viendo películas policiacas.

También entra en su novela el tema de la edad, pues Montserrat tiene 13 años menos que Salvador.

Es algo que me importa mucho, ya que yo me estoy haciendo viejo. Creo que hay una discriminación por edad en este mundo. Hemos luchado contra discriminaciones, como la sexual, racial, política o religiosa. Las tenemos controladas, sabemos identificarlas y las corregimos y denunciamos, pero la discriminación por edad se ha quedado ahí colgando. Una señora con 50 años se queda sin trabajo y es una profesional de primera magnitud, pero no le dan trabajo por ser mayor. Actrices de Hollywood dicen que no les dan papeles porque son mayores. Gente soltera con 60 años no se atreve a enamorarse por miedo a hacer el ridículo. Si a alguien de 80 años le dices que no se puede enamorar, es como decirle muérete ya. No se trata de ser joven ilusoriamente, pero sí dejar que la gente mayor tenga una profunda conexión con la vida.

¿Se separa un poco de sus dos anteriores novelas, Ordesa y Alegría?

Creo que hay mucha poesía y hay una obsesión compartida con esas dos novelas que es el amor. Había visto el amor en el espacio familiar, las relaciones padres, madres e hijos, y aquí es el territorio del amor en las relaciones de pareja. El amor, el misterio del vínculo entre seres humanos, me sigue obsesionando. Ese es el gran misterio de la vida. A veces es algo tan sencillo como que si no te ve alguien, no estás vivo.

Con Alegría fue finalista del Premio Planeta, ¿qué opina de la polémica que se ha generado al desvelar la identidad del pseudónimo Carmen Mola?

Estuve en el fallo. Me parece una polémica, en mi opinión, un poco infantil. A veces tengo la sensación de vivir en un país infantilizado. No sé dónde está el problema. Hay debates en la vida pública y cultural española que no son ilusionantes. Lo bueno de un debate es que traiga conocimientos, pasión, que sean ventanas abiertas. Pero este debate no es ilusionante.