La Corona española toma una decisión transcendental en el año 1763. La apertura del comercio con las Indias, más allá del monopolio de Sevilla y Cádiz, otorga a nuestra ciudad un especial protagonismo en el mercado colonial. Aquí se creará la sede de los Correos Marítimos, encargados de llevar el correo postal, después también pasajeros y mercancías, a las colonias americanas.

A partir de ese momento la ciudad cambia. El padrón se llena de expertos marinos y oficiales capaces de tripular grandes veleros a través del océano Atlántico. El personal auxiliar para mantenimiento y reparación de los paquebotes se deja ver también en los recuentos de población. Carpinteros, artilleros, marineros, calafates, guardianes, cocineros, veleros, contramaestres, pilotos, cirujanos, capitanes,… se concentran mayoritariamente en dos zonas de la ciudad, ahora en pleno crecimiento. Los barrios de Garás y de Santa Lucía se convierten, a finales del siglo XVIII, en los barrios marineros por excelencia.

El asentamiento en estas zonas vino favorecido por la creación del Arsenal de buques en el lugar de A Palloza. La sede de la Administración de Correos se establece en la Rúa Nueva, mientras que la factoría de construcción y reparación de barcos se crea en la desembocadura del río Monelos. Aquel lugar lo ocupaban los antiguos molinos de Jaspe, allí estaba el puente que cruzaba el río en el camino al Pasaje y en las inmediaciones se encontraba la llamada isla de los Judíos, con su cementerio para no católicos.

Las obras para crear el Arsenal no fueron menores. Se ocupó una basta extensión de terreno con actuaciones que aún se conservaron hasta hace bien poco. De entrada, se cambia el curso del río Monelos, trasladándolo hasta la actual calle que recibe el mismo nombre. El puente del camino de salida de la ciudad, en las inmediaciones de A Palloza, desaparecido el río, se traslada hasta el lugar de A Gaiteira, al lado del actual Centro Comercial Cuatro Caminos. La muralla que circunda el Arsenal configura las actuales calles de Alcalde Marchesi y calle Primavera. La ensenada de A Palloza y el mar cerraban este espacio por el norte y el oeste.

En el interior de este amplio solar se construyen los edificios propios de un Arsenal. El almacén general se sitúa en la orilla misma de la ensenada de A Palloza. Próxima estaba la entrada principal, con la llamada casa del Alistador. Al otro lado del almacén general se situaba la grada de reparación y construcción de barcos, visible hoy en la ventana arqueológica del interior de la antigua Fábrica de Tabacos. Inmediatos a la entrada principal se situaban la capilla, el aserradero y el almacén de herramientas, formando todos un solo edificio. En todo el solar se salpicaban varios tinglados y cobertizos que servían para almacenar madera o bien para dar servicio a la dársena que, flanqueada por los muelles del Este y el Oeste, se construía en el frente norte del conjunto. El edificio donde se albergaba el fogón para la brea, el otro donde se situaba la herrería, los almacenes de tablonería y de pólvora auxiliaban en los trabajos de reparación, construcción, mantenimiento y avituallamiento de los barcos correos.

Pero si un edificio destaca en el Arsenal es la Fábrica de Jarcia. Era, con creces, la construcción de mayor porte. Contaba con una longitud de más de trescientos cincuenta metros, adaptado para el trabajo de elaboración de largos cabos, y se situaba en el extremo este del conjunto. Discurría paralelo al nuevo curso del río Monelos y actuaba como cierre del solar del Arsenal. Era un edificio, que en el plano actual de la ciudad, ocupaba desde la avenida del Ejército hasta la calle Alcalde Marchesi. Sin duda fue el edificio más largo en la historia de la ciudad.

La organización interna del Arsenal estaba regida por un Reglamento que contaba con la aprobación real. Este documento sirvió de modelo para arsenales americanos, como el de La Habana, donde se adopta como propio.

El Reglamento fija el organigrama interno, las competencias de cada cargo, el número de empleados, los momentos de control de material y herramientas, el control de entrada y salida del personal...

El número de empleados variaba en función de las necesidades de la construcción o de la reparación de buques. Al personal fijo se le podía añadir un número indeterminado de carpinteros, calafates, herreros, … según el momento. El conjunto estaba gobernado por un Administrador y de él dependían el Tesorero, el Oficial, el Maestro Mayor y el Capellán. Los dos primeros se encargaban del orden interno. Controlaban la entrada y salida de trabajadores, a través del Alistador, y el material de los diferentes almacenes. El control de las horas trabajadas y el pago semanal del salario también corría a cargo del Tesorero.

Todo lo relativo a las obras en los barcos dependía del Maestro Mayor. Bajo su supervisión actuaban el Maestro de Fraguas, responsable de la herrería, el Maestro Calafate, supervisor también del horno de brea, el Maestro Carpintero, director de los carpinteros de ribera, y el Maestro de Velas, responsable de la Fábrica de Jarcias. Por debajo de este último se situaban los oficiales cordeleros, los hiladores y los rastrilladores.

Una preocupación aparece presente a lo largo de todo el Reglamento, no es otra que el miedo a un incendio. Auténtico peligro donde se trabajaba con madera y donde existían depósitos de pólvora, quizá es lo que explique la amplitud del solar del Arsenal, que permitía guardar distancia entre unos y otros edificios. A los carpinteros se les obligaba a dejar bien limpio de “virutas o chiriloras” el barco donde se había trabajado durante el día. Quién tuviera la costumbre de fumar había de hacerlo en las fraguas. Esta prohibición se hacía rigurosa en el caso de los que trabajaban en los aparejos, en la Fábrica de Jarcias, con la pena de la expulsión del trabajo a quién la incumpliera. La vigilancia sobre las calderas de alquitrán se hacía permanente con “un sujeto de experimentada honradez y confianza”, quién no se apartaría de la chimenea mientras estuviera encendida.

Este documento, que regulaba la vida interna del Arenal, posiblemente fue llevado en el primer barco correo que partió desde aquí hasta La Habana, El Cortés. En él viajaba Pedro Antonio de Cosío, organizador de los Correos Marítimos en América. Allí reguló el Arsenal de la capital caribeña y durante años permaneció en Cuba. Cuando adquirió el carácter de documento histórico fue trasladado al Archivo General de Indias, de Sevilla. Ahora vuelve a A Coruña cerrando el círculo del que fue, con seguridad, el primer y, ahora, último documento de los Correos Marítimos que viajó entre A Coruña y La Habana.