Nuria García se subirá al escenario del teatro Rosalía de Castro, a las 20.30 horas de este viernes, para protagonizar la obra de teatro El Grito, basada en la historia real de una mujer española a la que una clínica inseminó con semen de una persona que no era su esposo, y que vivió un periplo judicial de casi una década para que se reconociese el error y se le indemnizase. Antes, su marido la abandonó y su entorno la juzgó considerándola infiel.

¿Qué representa esta historia?

Señala el trato que recibe la mujer de la Justicia. No somos iguales ante la ley, no se nos trata de la misma manera. Es un caso muy explícito. El padre demuestra que no son sus hijos y la abandona, la Justicia y la sociedad, la acusan de ser infiel. Para que una mujer sea creída tiene que tener pruebas fehacientes de lo que dice es verdad. De primeras, no te van a creer, te van a prejuzgar.

En la obra la Justicia aparece encarnada en una magistrada. ¿En qué sentido trata a su personaje de forma diferente a un hombre?

Ante una mujer desamparada, sola con dos hijos, creen antes a la pareja que dice que ha sido infiel, que a ella. Ninguno tiene pruebas, pero lo creen a él. Cuando leí la historia no entendía cómo pudieron pasar casi diez años una jueza lee entre líneas y ve la verdad del asunto. ¿Cómo puede ser que tuviera que pasar tanto tiempo para que la creyeran, cuando la otra parte no tenía pruebas fehacientes de que había tenido una relación extramatrimonial?

¿Cómo es el juicio social?

Es de la gente que la rodea, las vecinas, los abogados... Nadie la cree de buenas a primeras y siempre está ahí la duda. Estuvo sola ante el peligro. Su madre tiene alzheimer, y tiene que tirar de ella además de los mellizos. En la historia real, también tuvo que hacerse cargo una hija de trece años que no está en la obra. Se apoya en su madre, en su abogada, y en una amiga. Pero ella es sabedora de su verdad: cuando luchas por algo que sabes que es verdad, no te puede parar nada. De hecho, nadie la pudo parar.

También estaba sin trabajo a raíz de quedarse embarazada.

Su pareja es su jefe, y en la obra, la despide porque la empresa no va bien, pero le dice que la va a cuidar y estará a su lado. Cuando la abandona, ella se queda en paro, sin nada, sin ningún apoyo.

¿Ahora es más fácil contar este tipo de historias?

La gente no lo recibe con mucha alegría. En el teatro es complicado que haya una obra en la que los personajes femeninos lleven la voz cantante y se cuente una historia desde la mujer y una situación de sororidad, como la hay con la abogada y la madre. Hay muchas mujeres que salen encantadas del teatro pero está costando un poco vender la función; a veces no interesa, o molesta. No es mainstream, pero estas obras son necesarias para que cambie la sociedad: lo que no se cuenta no existe. A la mujer le queda mucho por caminar para que estemos en igualdad con el hombre.

¿Cómo se inspiró para el papel?

Cuando empecé a trabajar el personaje me basé en el texto, y solo tras el estreno empecé a leer las noticas sobre el caso real, para no contaminarme. Sabía que era una adaptación, y quería hacerla desde mi verdad. Luego, la chica a la que le pasó todo y su abogada vinieron a ver la función. Conocerlas también me ayudó: me dio otro punto de vista.

¿Qué feedback le dieron?

Estaban emocionadísimas. Era el paso final para que su historia se conozca y a otras mujeres no les pase. El juicio sentó precedente; era la primera vez que se aceptó indemnizar por daño moral en un caso así; en las primeras sentencias la clínica solo tenía que devolver el dinero.