Galicia profunda-mente cultural

Galicia profunda-mente cultural

Galicia profunda-mente cultural / Marcos Seoane Vilariño

Marcos Seoane Vilariño

Mucha impaciencia por este concierto. Un motivo era escuchar la primera sinfonía compuesta por el compositor coetáneo más importante de Galicia, como es Rogelio Groba Groba, nacido en Ponteareas, residente en A Coruña y que fue el primer director del conservatorio en el que estudió un servidor. El otro motivo, la programación de un concierto para mi instrumento, el violín. A mi mente se venían estrenos de obras del Maestro Groba a finales de los ochenta en A Coruña, como el concierto para violín interpretado por el violinista Pedro León.

La primera sinfonía de Groba, dividida en cuatro movimientos, con tempos y estructura académicos, comienza de manera trepidante y rítmica. Ritmo que no abandona y se nos estima fundamental a lo largo de toda la obra, en la que utiliza cinco percusionistas que durante los 28 minutos aproximadamente que duró la obra “teñen traballo de abondo”. Sinfonía sin largos solos instrumentales, exceptuando el de trompa, con un Bushnell en su línea de excelencia habitual. Estamos ante unos comienzos, estudio y evolución de su obra sinfónica; actualmente está trabajando en su decimosexta sinfonía, en las que el maestro Groba juega con timbres, choque de tritonos y una búsqueda de una identidad y estética que le hará inconfundible. Esa maravilla de comienzo de segundo movimiento, donde chelos y bajos se funden con las violas y luego con timbal, nos puede evocar y trasladar a un ambiente y un espacio ensoñador de nuestra Galicia, aunque dicha situación nos llevará a otra realidad que tiene que ver con la represión franquista. Gran trabajo en el movimiento final de violines en ese “momento” Concierto para Orquesta de Bartok y con ganas de escuchar la segunda sinfonía.

Tras la pausa, llegó el poco programado y oído Concierto número dos de Shostakovich, en una gran interpretación del violinista de la famosa escuela rusa Vadim Gluzman, el cual hizo creer que no solo el violín es fácil de tocar sino que la falsa leyenda de que los Stradivari suenan solos pareciera verdad. Lo cierto es que un violinista así podría hasta conmover el alma de un mediocre violín chino. Una técnica descomunal, una proyección y belleza de sonido que deseas que no termine nunca; todo lo que hace Gluzman sale de manera natural en un acompañamiento adecuado de Slobodeniouk y la orquesta, que logran que ese instrumento italiano se instale en nuestros corazones. En una acústica difícil, la del Palacio de la Ópera, ese sonido del Strad “ex Auer” (Los Stradivari llevan los “apellidos” de los famosos violinistas a los que pertenecieron y con ello la historia de sus dueños) viajaba sin interrupción en la manera que el solista quería en cada momento, sin tener que forzar ni interpretación ni manera de tocar. Nos hubiera gustado escuchar el famoso primer concierto de Shostakovich, pero se compensó con el bis de Bach interpretado tras la insistencia de un público que quería más.

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