“Muchos de los niños que están naciendo ahora van a vivir más de 130 años. La vejez no es tan natural como pensamos”. Quien afirma con esa contundencia sabe bien de lo que habla. Miguel Ángel Vázquez, presidente de la Sociedade Galega de Xerontoloxía e Xeriatría, se apoya en los muchos estudios que ya hay sobre el particular para anticipar la inminencia de una realidad que no queda tan lejos. Los datos del Instituto Gallego de Estadística dibujan, con poco margen de error, cómo será esa sociedad del futuro hacia la que caminamos. Sabemos una cosa: que peinará canas.

Salvo catástrofe impredecible, en 2035 los mayores de 65 de la comarca coruñesa doblarán a los menores de 20. Habrá quien se eche las manos a la cabeza. Los estudiosos de la longevidad, en cambio, tienen una visión diferente: la forma de envejecer ha cambiado, y a partir de los 65, todavía queda mucho por hacer. “La longevidad humana es la revolución del siglo XXI. La sociedad va a cambiar, el sistema de trabajo de la época industrial se quedó en el pasado. La ciudad tiene que diseñarse de otra manera”, asevera Vázquez.

José Antonio Alonso puede poner rostro a esa promoción de nuevos jubilados que son más jóvenes, a todos los efectos, que la generación anterior a la misma edad. Desde que dejó su puesto en la Refinería debido a un ERE, se dedica a “disfrutar de la vida”. Aunque no pasa de los 63, suma más de cuatro décadas cotizadas, con lo que el descanso es merecido y bienvenido. “Sigo yendo de vez en cuando a echar un cable a mis compañeros del sindicato que formamos hace muchos años. Por lo demás, me dedico a la familia, voy a nadar, salgo con la moto”, explica.

Una persona mayor participa en un taller de alfabetización digital | // CARLOS PARDELLAS Marta Otero Mayán

Una jubilación activa y muy distinta a la que era norma en otro tiempo, y que comienza a afrontarse con una actitud diferente al catastrofismo de envejecer de hace unos años. El futuro es sénior, y la sociedad comienza a adaptarse. La clave está en un concepto que expertos de todos los ámbitos repiten como si se hubiesen puesto de acuerdo: las ciudades amigables, urbes adaptadas a las necesidades de todos, con especial atención a las personas mayores, que favorezcan su participación social y no impongan barreras que les excluyan del sistema una vez han dejado su vida laboral.

“Va más allá del urbanismo. Se trata de convertir tu casa en barrio. No tiene lógica que vivas en un edificio en el que sabes que una persona de 90 años vive sola, y no tengas 5 minutos a la semana para tomarte un café con ella. Tenemos que convertirnos en vecinos, humanizar el barrio”, ejemplifica el gerontólogo.

Envejecimiento activo, mayores que participan

El envejecimiento activo no solo implica, valga la redundancia, llenar el día de actividades sino también tener un proyecto de vida que dé continuidad a la etapa que termina. “Se trata de ser sujeto activo de ese proyecto, tomar tus propias decisiones de acuerdo a tus motivaciones, de ser dueños del proceso de envejecer, porque llegas ahí después de toda una trayectoria vital que no se acaba”, ilustra la coordinadora del área de envejecimiento activo de Afundación, Sabela Couceiro. El primer cambio, ya en marcha, es más social y mental que tangible, y se encuentra en la percepción que tenemos de ese momento. El ciclo ya no se limita a aprender, trabajar y jubilarse. Las otrora tres etapas de la vida, adscritas a la actividad laboral, se han desdibujado y entremezclado. Nada es definitivo. “Ya no existen trabajos para toda la vida, y todo cambia tanto que no desaparece la necesidad de seguir formándose. Las etapas están más difusas: puedes trabajar, estar un período fuera por cuidados o desempleo. El momento en el que te retiras tampoco es como antes: pueden quedarte décadas de una vida plena, en la que sigues aprendiendo, contribuyendo, participando. Tu identidad no desaparece porque dejes de trabajar”, señala Couceiro.

Asegura que este cambio de concepción de las canas, después de años de avisos de lo que se avecina en forma de pirámides poblacionales ensanchadas en el centro, es positiva, pero hay que seguir trabajando para lograr esa convivencia intergeneracional que no deje a nadie atrás, y en la que todos los actores compartan y se enriquezcan mutuamente. “No es un tema de mayores. Es el futuro de los que vamos a estar aquí. Tenemos que celebrar la longevidad, y dotar de contenido a ese concepto de vejez que vemos como algo vacío”, propone Couceiro. Los mejores referentes en la transformación son los propios ciudadanos senior, que experimentan ahora ese nuevo paradigma. “Nadie mejor que ellos para contarnos cómo están viviendo esa etapa como un crecimiento. Están recuperando anhelos que habían dejado aparcados por necesidades laborales o familiares. Las relaciones son decisivas, hay que cultivarlas”, propone Couceiro.

El sistema de salud, una transformación en ciernes

Otro ámbito de la vida que tendrá, a la fuerza, que evolucionar, es el sistema sanitario: a más población mayor, mayor porcentaje de gente que, llegado el momento, vaya a necesitar unos cuidados, lo que no quiere decir que envejecer se vaya a convertir en sinónimo de perder calidad de vida. “Las personas viven, cada vez, en mejores condiciones de salud. Los últimos años malos son cada vez menos. Vamos a vivir muchos años, y vamos a vivir bien. Cuando enfermemos, la enfermedad será corta”, avisa Miguel Ángel Vázquez. Una realidad que marcará el diseño de los sistemas de salud, cuyo sino es orientarse al tratamiento de las enfermedades crónicas, y no, como hasta ahora, a las dolencias puntuales.

Los cuidados de larga duración tendrán que imponerse a la respuesta rápida. “En A Coruña tenemos hospitales muy buenos, que te resuelven un problema puntual, pero que no piensan en la cronicidad. Son precisos sistemas más complejos con buenos especialistas que atiendan dolencias como el cáncer, la hipertensión o la diabetes”, señala. Un nuevo escenario que requerirá nuevas figuras que cubran los huecos que no se ajustan a los servicios de hoy. “Ahora hay hospitales y residencias, pero no hay un sistema de cuidados institucionales de larga duración”, reflexiona el experto en geriatría.

Instalaciones de la residencia de mayores Torrente Ballester Víctor Echave

La economía, adaptarse o morir

La estructura económica, tal y como la conocemos, empieza a adaptarse ya a este nuevo escenario, hasta el punto en el que ya ha acuñado su propio término. La Silver economy, economía de plata, se posiciona como un sistema de producción destinado a cubrir las necesidades de este sector de la población, en el que reside, a día de hoy, gran parte del poder adquisitivo de la sociedad. “Los mayores son un núcleo de consumo muy poderoso. El 88% de las mujeres y el 90% de los hombres mayores de 65 son propietarios de sus viviendas. Tienen pensiones más altas que el salario medio interprofesional”, respalda Vázquez.

Con tales datos, el mercado ha empezado a fijarse en los consumidores senior, que empiezan a convertirse en uno de los principales targets de marcas y empresas. “Antes, en los anuncios de moda solo salían chicas jóvenes. Ahora, ya es normal ver modelos de más de 40, y empiezan a verse mucho las de 60”, aduce el gerontólogo. La Silver economy llegará para impregnar todos los sectores, más allá de la estética y el bienestar: la tecnología buscará su nicho en estas necesidades, con sistemas como la domótica y la inteligencia artificial. El impacto de esta nueva concepción de la economía en el ocio y el tiempo libre, el turismo, las actividades deportivas y la cultura ya empieza a estar patente con actividades cada vez más orientadas a este sector de la población.

Personas realizan sus compras en una calle de A Coruña Carlos Pardellas

La ciudad amigable, el único camino

El investigador italiano Francesco Tonucci llegaba, en su imprescindible La ciudad de los niños, a una conclusión tan obvia que resulta extraño que no se hubiese formulado antes. Algo tan simple como que una ciudad segura y buena para los niños es una ciudad mejor para el conjunto de la población. El concepto ciudad amigable viene a decir exactamente lo mismo, pero tomando como referencia al otro extremo de la pirámide demográfica. La llave de una ciudad en la que quepamos todos, juzgan los expertos, la tienen dos conceptos que cobran fuerza en el debate en los últimos años: accesibilidad y movilidad sostenible.

“Tenemos una ciudad que va mejorando poco a poco. Se siguen haciendo cosas que no son accesibles, todas las obras nuevas ya deberían recoger ciertos criterios de accesibilidad en los proyectos, lo que no siempre pasa”, observa Álvaro García Bustelo, coordinador del área de accesibilidad de la Confederación Gallega de Personas con Discapacidad (Cogami). En el departamento cuentan con un grupo compuesto por profesionales de distintos ámbitos, que prestan asesoramiento a la hora de corregir esas deficiencias. Lo que para muchos es un escalón, para otros es una auténtica barrera entre su casa y el mundo exterior. A veces, fomentar la participación social de las personas mayores y con algún tipo de discapacidad es tan sencillo como eliminar ese escalón. A la ciudad amigable se une, en este caso, otro concepto inherente: accesibilidad universal. “Hablamos de accesibilidad universal cuando se dan las condiciones para que cualquier persona, independientemente de sus características, se pueda desplazar con más autonomía. En este sentido, no se ha hecho demasiado por avanzar. No se trata de hacer todo accesible de golpe, sino de que haya unos planes de futuro para ir consiguiéndolo”, explica Bustelo.

Es complicado, si uno no lo vive, empatizar con las personas para las que recorrer las calles no es tan sencillo. Para quienes si lo hacen, en carne propia o de forma indirecta a través de sus seres queridos, cuyos obstáculos experimentan como propios, ese escalón, ese pavimento degradado o esa señalización vaga suponen, a veces, la diferencia entre participar de la sociedad o no.

Basta un paseo corto por la ciudad para darse cuenta de que, en este sentido, A Coruña no cumple como debiera. “Es fundamental que se instauren las plataformas únicas, en el caso de haber aceras sobreelevadas, con vados bien hechos que permitan que una persona pueda circular sin tener un escalón o una rampa superior al 10%”, ejemplifica Álvaro García Bustelo. La señalización es otro elemento que no siempre se instala pensando en las necesidades de todos, pues excluyen, habitualmente, a las personas con problemas de visión.

Una persona mayor cruza el escalón de los Cantones, zona recientemente peatonalizada. | // VÍCTOR ECHAVE Marta Otero Mayán

Peatonalizar, futuro plural

No obstante, y por encima de todos los obstáculos y dificultades que puedan presentar nuestras ciudades, los profesionales señalan un enemigo común, fuente de la mayor parte de los problemas: el vado. Así lo justifica el arquitecto Alejandro Rodríguez, especialista en accesibilidad. “En todos los análisis urbanos que hacemos, el gran obstáculo que encontramos es el vado. Esa rampa que hay que bajar para cruzar pasos de peatones. El peatón y el coche van en distintos niveles”, explica.

Rodríguez recuerda, como ejemplo, aquellas imágenes del Obelisco del siglo pasado, en el que coches y caminantes compartían espacio, y los límites no entrañaban peligro de tropiezo. “El peatón, en cierto modo, era más libre. Cruzaba por donde le daba la gana. Ahora está todo condicionado, somos como piezas de un videojuego en el que podemos cruzar solo en ciertos puntos. El coche nos ha metido en senderos perimetrales”, señala. La accesibilidad pasa, en conclusión, por bajarnos de las aceras y ganar la batalla al otro gran enemigo de la accesibilidad y la movilidad sostenible: el coche particular. “Los ciudadanos se han convertido en peatones. La normativa marca que el ancho de las aceras tiene que ser de 1.80 metros. Con la pandemia, hemos visto que no es suficiente”, juzga el arquitecto.

Lograr la convivencia entre todos los ciudadanos con todas sus circunstancias, sean personas mayores, o en sillas de ruedas, padres y madres con carritos de bebé, niños en patinete, bicicletas, personas con problemas de movilidad o parejas de la mano, pasa por entender que no se trata solo del problema de unos pocos. “No afecta solo a personas mayores. Tarde o temprano, todos estaremos ahí”, avisa.