La ingeniera agrónoma y experta en medio ambiente Elena Pita acudió ayer al castillo de Santa Cruz, en calidad de directora de la Fundación Biodiversidad, a inaugurar la jornada O proxecto Ártabro2 e a gobernanza no medio marino, organizada por el Centro de Extensión Universitaria e Divulgación Ambiental de Galicia (Ceida).

Acude a A Coruña para participar en las jornadas de presentación del proyecto Ártabro2, organizadas por el Ceida. ¿En qué se plasma aquí el trabajo de la Fundación Biodiversidad?

La verdad es que estoy muy contenta y agradecida de haber recibido la invitación para participar en estas jornadas. Este es uno de los proyectos que apoya la Fundación Biodiversidad a través de un programa que se llama Pleamar, que tiene cofinanciación del Fondo Europeo Marítimo y de Pesca. Después de este período tan largo de pandemia, es importante volver a restablecer el contacto con la realidad del terreno, y escuchar a quien trabaja desde el lugar en el que se hacen los proyectos para volver a restablecer estas relaciones. El trabajo con el medio marino es importante, es una de las áreas prioritarias de la Fundación, entendiendo la conversación desde un enfoque amplio. La idea es que haya un diálogo entre todos los actores que están en el territorio.

¿Cree que, tras la pandemia, las prioridades colectivas han cambiado, y el medio ambiente ha pasado a un segundo plano?

Yo creo que, en cierto modo, hemos tenido una experiencia muy personal de lo que significan algunos aspectos de la relación de las personas con la naturaleza. Hablamos de ecosistemas y de lo importante que son los servicios de los ecosistemas, que al final pueden ser una barrera para la propagación de estas enfermedades. En un ecosistema sano, es más difícil que salten las enfermedades a las personas, porque es más difícil establecer ese contacto. Luego está también la experiencia del impacto de los espacios verdes en la salud física y mental de las personas. El debate ha estado centrado en las vacunas y los hospitales, pero nos ha permitido darnos cuenta de esto también.

Desde la Fundación se impulsa la protección de las zonas marinas. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de protección?

Existen diversas figuras, pero hay dos aspectos que quiero resaltar. Primero, el conocimiento científico. Para cualquiera de estas figuras, hay que explicar por qué y qué es eso tan valioso que queremos proteger. Luego, no basta con designar una zona para que esté protegida: hay que permitir la convivencia con las actividades que se desarrollan para que la gestión sea participativa. Es fundamental que se tengan en cuenta los usos y los actores que intervienen.

¿Hay sectores económicos, como la pesca y el turismo, que pueden ver como una amenaza a su modo de vida la protección de estos ecosistemas?

Precisamente por ese aspecto, la participación y el diálogo son importantes. Se trata de eliminar amenazas a partir de esa discusión y ese diálogo, y también de ver oportunidades y compartir información. Hay buenas prácticas que ya se están desarrollando, que están teniendo un impacto positivo y beneficios en la conservación de las aves, que hay que generalizar. Hay zonas geográficas que, con pequeños cambios, se pueden proteger más fácilmente.

Habla de que la sociedad tiene que conocer lo que se busca proteger y por qué. ¿Hay suficiente concienciación?

Depende de con qué se compare. En general, hemos mejorado mucho, lo cual no quiere decir que no quede mucho por hacer. Los mensajes van calando poco a poco, como sociedad somos cada vez más receptivos. Los mensajes que nos llegan, en general, son muy negativos. Se habla cada vez más de ecoansiedad. Los informes dicen la verdad, y los datos son los que son, tenemos una ventana de oportunidad cada vez más estrecha para dar soluciones a la pérdida de biodiversidad, porque los sistemas están colapsando. El reto es transformar eso en un mensaje esperanzador y transmitir las cosas de manera diferente. Hay un mensaje de urgencia, pero hay que conectar con las emociones positivas.

¿Cuál es el impacto de la protección de estas zonas en la conservación de las aves marinas, que es el centro del proyecto Ártabros2?

Justamente, lo que se busca es el impacto positivo en la protección de las aves. Se están haciendo estudios muy interesantes con técnicas muy avanzadas. Se extraen conocimientos del tamaño de las poblaciones, de su distribución y hábitos. Sabiendo cuántas son, donde están y cuáles son las actividades económicas que se desarrollan allí, se puede tratar de establecer esa gestión conjunta de esas áreas.

Hablábamos antes de la concienciación de la sociedad. ¿Las instituciones están a la altura del desafío?

Una de las cuestiones clave a las que se dedica nuestra Fundación es movilizar los fondos para la conservación. Para eso, trabajamos tanto con fondos propios del Ministerio de Transición Ecológica y para le Reto Demográfico como con Fondos Europeos. Ahora, también trabajamos con fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Esto le da un valor añadido, el de poder actuar y combinar desde distintos fondos, que van destinados a distintos beneficiarios, con lo que llega a muchas capas. El plan de Recuperación es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Tenemos una línea específica del medio marino que tiene una convocatoria para investigación, otra dedicada a bioeconomía, transición ecológica, otra convocatoria va para centros de rescate y redes de varamientos. Tiene un componente para generar conocimientos aparte de solventar este problema.