“Este es un libro de Europa, del enfrentamiento de Oriente y Occidente”, apura a decir la escritora Julia Navarro sobre su última novela, De ninguna parte, que presentó ayer en la librería Bululú de A Coruña. Habla de terrorismo, de las mujeres, de las personas desarraigadas y de los medios de comunicación. No habrá segunda parte. Nunca se lo ha planteado. “Cada historia es distinta”, dice. Ya trabaja en su próxima novela.

Ahora todos los titulares los ocupa la pandemia, pero hace no mucho eran sobre atentados.

Esta es una novela que se ha escapado de las páginas de los periódicos. Durante las últimas décadas, hemos asistido a ese reguero de sangre que han dejado los terroristas de la yihad por todas las capitales europeas. Los atentados de Madrid, de Barcelona, de Berlín, de Londres, de París o de Bruselas. Todo eso está ahí. Es una novela en la que me pregunto por qué.

¿Y por qué?

No tengo la respuesta. Me hago la pregunta e intento hacer una reflexión y compartirla con los lectores. Pero lo cierto es que, durante las últimas décadas, esos atentados terroristas han sido una constante en Europa.

En esa búsqueda de la respuesta, ¿entra, como le pasa a alguno de sus personajes en el libro, la falta de identidad, de patria?

La novela tiene tres patas. Además del enfrentamiento entre Oriente y Occidente, me planteo el fenómeno de las personas desarraigadas. La gente que viene a vivir a Europa y no termina de sentirse de aquí, pero tampoco son ya del lugar de donde vinieron. ¿Por qué no se terminan de sentir de aquí? Porque no se lo ponemos fácil, no siempre se trata a los migrantes con la dignidad que todo ser humano merece. A veces, cuando vemos explosiones de violencia en los barrios periféricos, como en París, se puede caer en la tentación de pensar que solamente es un problema de orden público. Pero no pensamos en qué ha originado esa explosión. Vemos chicos desesperados, que pertenecen a la segunda o tercera generación de migrantes y, por un parte, reciben en su casa una educación y unos códigos que no tienen nada que ver con los de la sociedad de la que ellos forman parte, que es la sociedad occidental. Pero al mismo tiempo, esa sociedad occidental tiene una mirada sobre ellos de tú no eres de aquí, eres diferente. Eso provoca frustración, sensación de desarraigo, de estar descolocado, de no ser de ninguna parte. Luego hay otra parte en la novela que es el papel de los medios de comunicación.

¿Cómo actúan?

Los medios de comunicación tienen la tentación de convertir en espectáculo todo, también la información. Eso me preocupa. Creo que la información debe ser tratada con rigor y ofrecida a los lectores, oyentes y televidentes con todo el rigor posible, sin hacer de ella un espectáculo. La información no está para entretener, está para que la sociedad tenga elementos y que cada ciudadano saque sus propias conclusiones. Estos días, que estoy siguiendo lo del volcán de La Palma, no sé si me están contando una tragedia o si estoy en una película. Los periodistas deberíamos reflexionar sobre que se haya difuminado esa frontera, que antes estaba tan clara, entre lo que es entretenimiento y lo que es información.

En la novela, ¿la periodista se mueve y quiere estar en pantalla por vocación?

Es una vocación pero, al mismo tiempo, está pendiente de las audiencias. Es también coger al lector de la mano y llevarle a una redacción, que vea el juego de los egos.

Suelen ser programas con mucha audiencia. ¿Es problema también de la sociedad?

Vivimos en la sociedad del entretenimiento. Las nuevas tecnologías han cambiado todos los paradigmas, también los paradigmas de los medios de comunicación. Ahora todo está dirigido a que nos entretengamos. Tenemos un montón de plataformas y artilugios programados para que nos entretengamos. Tenemos que estar entretenidos hasta cuando nos están informando de una tragedia, me parece que eso es una infantilización de la sociedad. Deberíamos reflexionar sobre eso.

Las mujeres tienen un papel importante en su libro. Noura rompe con la tradición, quiere ser libre e independiente.

Claro. Es algo que pasa mucho en las segundas y terceras generaciones de inmigrantes de origen musulmán. Sobre todo, muchas mujeres se encuentran que viven en una sociedad en que los valores y los códigos son distintos a los que tiene la sociedad de la que provienen sus padres. En este caso, uno de los personajes decide dar un paso, que es la libertad. La libertad de decidir, de gestionar su propia vida, sin la tutela masculina. Su padre la quiere casar, le busca un marido, pero vive en una sociedad en la que las mujeres decidimos si nos casamos o no, cómo organizamos nuestra vida sentimental. Para ella, tomar la decisión es algo muy complicado. Se termina convirtiendo en una extranjera en su propia casa, una paria dentro de su comunidad. Pero opta por la libertad y paga un precio por ello. Las mujeres siempre hemos pagado un precio por cada derecho que hemos conseguido. Nadie nos ha regalado nada. El camino hacia la igualdad ha sido una batalla. Insisto, nadie nos ha regalado nada. Ha sido fruto de una lucha de muchas mujeres.

Hace pocos meses, todos los medios informaban del régimen talibán y las fuertes restricciones a mujeres y niñas. ¿Parece que se ha olvidado?

La actuación de Estados Unidos, de Occidente, en Afganistán ha sido bastante irresponsable. Hemos dejado abandonadas a las mujeres. En los 20 años que ha durado la presencia de Estados Unidos, de Occidente, en Afganistán, sin duda, ha habido muchos fallos, pero también para las mujeres fue la posibilidad de tener una vida propia. Por primera vez, muchas mujeres pudieron tener un puesto de trabajo, salir de sus casas y trabajar fuera. Por primera vez, muchas mujeres, jóvenes, accedieron a la universidad. Se atrevían a ir con la cara descubierta. Es verdad que eso no sucedía en todo Afganistán, sino en las ciudades. Pero luego la libertad es contagiosa, se va expandiendo poco a poco, y todo eso se ha cortado de raíz. El régimen talibán es brutal y para las mujeres, doblemente brutal, porque son doblemente prisioneras. Pero de eso ya no se habla. Durante una semanas, Afganistán ocupaba el centro de nuestras vidas. Ahora el foco está en otra cosa.

De nuevo, ¿la actuación de los medios de comunicación?

No es solo el periodismo. Es una crítica como sociedad. Los periodistas contamos en cada momento lo que es noticia y es verdad que no hay una noticia permanente. Pero esa es una obligación que sí tienen los gobiernos, la Unión Europea, Estados Unidos, preocuparse por lo que han dejado atrás, preocuparse por esas personas.

Uno de los personajes se plantea la pregunta de si morir o matar. ¿Qué significa esa disyuntiva?

En este caso, es un chico al que quieren fanatizar para que se convierta en una bomba andante, que muera matando. Él tiene miedo. Muchas veces me he preguntado qué sentirán y pensarán esas personas que se ponen un cinturón de explosivos, muriendo y llevándose las vidas de un montón de gente. He querido que me personaje sienta miedo, miedo por morir y por matar. Y que se haga esa pregunta.

Pero es un miedo que no paraliza.

A veces, uno no sabe cómo salir de un laberinto en el que se ha metido. En este caso, es alguien absolutamente manipulable, que no tiene los recursos para atreverse a decir no.

Hace referencias a Homeland y un personaje se llama Walter White. ¿Es seguidora de series?

Soy muy cinéfila, me encanta ir al cine, pero no veo mucha series de televisión. Cuando escribía esta novela, hablé con un amigo mío que le acababan de operar del corazón. Me empezó a contar el aparato que le habían puesto y me hizo una broma sobre Homeland. Me dio una pista fantástica para utilizar en la trama de la novela. No había visto la serie, así que me puse a verla.

También su libro Dime quién soy llegó a televisión. ¿Cómo fue el proceso?

Un proceso complicado, agridulce, pero con final feliz. Es muy difícil pasar del lenguaje literario al audiovisual. Una obra audiovisual la firma el director, con lo cual imprime también su personalidad. Participé en todos los procesos, no escribiendo los guiones, pero sí leyéndolos, y me peleaba muchísimo con los guionistas. Gracias al empeño de José Manuel Lorenzo, el productor, y la llegada, como director, de Eduard Cortés, hizo posible que Dime quién soy sea una serie que está hecha con muchísima dignidad. Yo siento reconocida mi novela. Mi problema era que ni yo ni los lectores la reconociéramos. Es curioso, muchos lectores me pedían que no llevase la novela a la pantalla. Yo los entendía, así que la defendí con uñas y dientes frente a los guionistas.

Están siendo días tristes para la literatura por el fallecimiento de Almudena Grandes. ¿Qué supone esa pérdida?

Almudena Grandes nos deja lo mejor de ella. Nos deja sus novelas, sus historias. Ha dado voz a los perdedores, a los que no tenían voz. Almudena siempre ha escrito historias que nos han hecho reflexionar sobre nuestra historia reciente. Es una de las escritoras más importantes de la literatura contemporánea. Su pérdida produce ese estupor y esa rabia de que alguien tan joven, tan vital, tan extraordinario se haya ido.