Un recuerdo de esta exposición histórica en A Coruña, una de las grandes citas culturales mundiales de este año, se quedará para siempre en la ciudad (Autoridad Portuaria mediante). Expertos en la obra del artista que ayer guiaron y explicaron la muestra, indicaron que el “corazón de la exposición” es la sala en la que se forraron todas las paredes con fotografías reproducidas en papel tintado a gran formato, como si fuesen propaganda callejera, que confieren una estética muy particular. A Lindbergh le llevó seis meses de trabajo elegir qué fotografías, qué tamaño, qué agrupación, y hasta que lo terminó no siguió con el resto de la muestra. “Por esta sala de 24 imágenes es por lo que quería ser recordado”, señaló uno de los responsables de la organización. Y justo estas imágenes se quedarán en esta nave acondicionada, “no se arrancarán de las paredes”, no viajarán a otras exposiciones en otros países porque se hicieron expresamente para A Coruña.

El hijo de Lindbergh destacó ayer que su padre creaba un ambiente de “confianza” con las mujeres que retrataba de forma que conseguía que ellas se “abrieran” y dejasen que las retratara sin maquillaje, sin adornos. Así aparece una Naomi Campbell bellísima con sus cicatrices en la cara, el rostro narrativo de Jeanne Moreau o las pecas, muchas pecas de muchas modelos. En contra de la fotografía de moda, de cada cabello en su sitio, Lindbergh siempre prefería el pelo al viento. Con el blanco y negro elimina todo lo que no es la persona, lo que transmite. Y narra, porque además de fotografiar quería contar historias, no quedarse nunca en la superficie.