No debe ser fácil salir a tocar con la coletilla de ser el concertino de la Filarmónica de Berlín por lo que de antemano todo el mundo espera de ti. Pero esa presión no parece afectar a Daishin Kashimoto, que desde el acorde inicial de la tercera de Schumann deja la impronta de que será una noche divertida, como así fue. Bien secundado al piano por el francés Eric Le Sage, el violinista nipón desplegó recursos por doquier. En ningún momento de la hora exacta que duró el programa sin pausa, la emisión y finales de frases sublimes quebraron el sonido de esa joya de violín Guarneri de 1674, anteponiendo música sin limitar recursos técnicos para lograr tal fin.

Es la acústica del Teatro Rosalía cristalina, y cualquier mal ataque, imperfección de sonido o afinación se capta al momento, sobre todo al inicio mientras no se coge calor en las manos. Exceptuando a Daishin, que parece no necesitar aclimatarse, y logra desde el comienzo un sonido cálido apoyado en un hermoso vibrato, un legato sin portato maravilloso, una afinación perfecta; y eso que había mucho trabajo de notas, y esa delicatessen de no atacar con dureza las notas graves en la cuerda sol, propio de los genios que no pierden control ni necesitan fuerza para producir gran sonido.

Milagro musical y poco conocida esa tercera sonata en la que Schumann aprovecha dos movimientos de la sonata F.A.E (Frei, aber einsam: Libre, pero solo) tipo de sonata colaborativa compuesta por Dietrich, Brahms y Schumann como regalo al reputado violinista Joachim, y que incluye como tercer y cuarto movimiento en esta tercera sonata. Los mejores momentos de la noche, el intermezzo de Schumann y la denostada sonata en mi de Mozart, sublimes. Una tercera de Brahms preciosa, con garra y pasión, falto de piano en muchas ocasiones, pero que hizo estallar en bravos y aplausos un teatro al 70% en platea y palcos. Estos de la Filarmónica parece que sí saben como petarlo, y fue correspondido con un bis de Clara Schumann. Vuelve la música de cámara de nivel a A Coruña.