Nací y me crie hasta los nueve años en la zona de O Castrillón junto con mi familia: mis padres, Florencio Caridad y Sara Suárez, y mi hermana, Elena, todos ellos ya fallecidos. Mi padre fue un trabajador muy conocido en la empresa Wonenburger, en la que trabajó toda su vida laboral como fundidor. Además, mi padre, como en la casa había un patio, tenía un pequeño taller con un pequeño crisol de fundir hecho por él mismo, donde fundía y hacía los muñecos de los futbolines y también las ranas de jugar con fichas hierro que antiguamente se ponían en la entrada de los bodegones y bares de los muchos barrios de A Coruña.

Mi primer colegio fue el de don Vidal en el Montiño y luego, ya con nueve años, al irnos a vivir a las casas de Franco cuando se inauguraron, en la zona conocida por Katanga, me mandaron al colegio de don Abraham, ubicado en el alto de la avenida Finisterre, cuyo patio daba a la calle Tornos. En este colegio estuve hasta los 14 años. Fue donde empecé a conocer a los que serían mis amigos y mi pandilla y mi nueva vida en las casas de Franco, donde viví hasta que me casé. Mis amigos de toda esta zona fueron Moncho, Lolo, Chango, Alfonso, Milucho, Alfredo, Antonio, Gelín, Paco, El Chino, Rigo, Charo, Conchi, Mari Luz y Mila, que luego sería mi novia y mujer.

De los juegos de Katanga a maestro de boxeadores José Antonio Caridad ‘El Coti de Katanga’

Esta etapa de juventud fue la mejor de mi vida, donde disfruté con mi gran pandilla de todos los juegos de la época, en la que apenas teníamos juguetes y nos contentábamos con pocas cosas, como jugar a las bolas, chapas, el che, leer tebeos y estar en la calle o en el monte con total tranquilidad, ya que apenas había tráfico. Tengo que decir que, como no teníamos ni un patacón, algunas veces nos íbamos al campo de tiro militar de Penamoa para tratar de coger algunos de los casquillos de las balas de metal que solían quedar sin recoger por los militares para luego juntarlas y, cuando teníamos muchas, llevarlas a vender a la ferranchina. Con los patacones que nos daban, podíamos jugar al futbolín. También solíamos hacer carritos de madera con ruedas de acero para hacer carreras por las cuestas asfaltadas que había. Tengo que destacar también que, en esta edad juvenil, los domingos eran para nosotros un día especial para poder ir al cine con la paga que nos daban si nos portábamos bien. Nuestros cines preferidos eran el España, el Doré, el Monelos, el Gaiteira, el Equitativa y el Finisterre. Frente al cine Gaiteira había una dulcería en la que solíamos comprarnos a escote unos grandes chantilly, pasteles que solían durarnos casi toda la película. En el cine Equitativa, muchas veces, cuando la película era mala o se marchaba la corriente, nos poníamos a patear en el suelo, cosa que volvía loco al acomodador Chousa que, con su linterna, intentaba calmar a la chavalada.

De los juegos de Katanga a maestro de boxeadores José Antonio Caridad ‘El Coti de Katanga’

En verano solíamos ir a las playas de Riazor y O Portiño, donde, en las mareas de Semana Santa, solíamos coger erizos y algún percebe que luego vendíamos por la calle. Cuando empezamos a bajar al centro solíamos pasear por los Cantones, la calle Real y la de los vinos. En esta zona solíamos parar en la sala recreativa El Cerebro, frente al cine Coruña, donde pasábamos unos buenos ratos jugando al futbolín o al billar y a las máquinas de pinball. También solíamos hacer algunas escapadas hasta las fiestas que se hacían en Eirís y Palavea, que para nosotros estaban lejísimos en aquella época, ya que todavía no estaba la avenida de Alfonso Molina y toda aquella zona era monte y grandes leiras.

Pero la buena vida se me acabó cuando empecé a trabajar, con 14 años, al dejar de estudiar y entrar como chaval de recados en la empresa Cofaga, en la cual estuve 50 años, hasta mi jubilación. Tenía que esperar al domingo para salir con la pandilla y poder ir a bailes y guateques.

De los juegos de Katanga a maestro de boxeadores José Antonio Caridad ‘El Coti de Katanga’

Cuando empecé a trabajar, tres de mis amigos entrenaban boxeo en la huerta del Sin Querer, en San Roque, y entonces, cuando tenía tiempo, empecé a entrenar y practicarlo y, después, a participar en combates de amateur, ganando muchos en Ferrol, Carral y Negreira, mientras que en A Coruña no gané ninguno. Boxeé hasta los 17 años, ya que mis padres no querían que lo hiciera y entonces decidí prepararme para entrenador. Empecé como ayudante de Beltrán y, después, cuando saqué el permiso de entrenador, primero regional y luego nacional, llevé la selección gallega durante muchos años, además de llevar a profesionales como Adalberto, Davis Cámara y otros, dejando todo este mundo cuando me jubilé, cansado de tanto trajín, que fastidiaba mucho a la familia. En la actualidad, procuro disfrutar de la familia: mi mujer Mila y mis hijos, Sara y Andrés, y mis dos nietos, Didier y Asier. Y, cuando tengo tiempo, intento reunirme con mi vieja pandilla y peña, llamada Los once magníficos, en la que estamos vivos todos los de aquella época infantil y juvenil.