En uno de nuestros paseos peruleiros, remojados por agua, espiamos a un taxista de nuestra ciudad conduciendo un vehículo tuneado con parafernalia propia de las fiestas: decoraciones blancas y azules en el manillar de las puertas, otra erguida en la trasera del techo como rabo de perro perdiguero, y una estrella sobre el parabrisas cual T-34 cristianizado. Nuestro compromiso con los lectores no llega al punto de pagar una carrera, así que no hemos podido comprobar nuestras sospechas. ¿Es posible que Sus Majestades hayan cedido finalmente a las presiones de Pacma, jubilado a los camellos y subcontratado los desplazamientos? Esperamos que lo hagan en vehículos eléctricos.