“Nunca imaginé verme en esta situación. Nunca tuve que pedir nada, ni ir a hacer una cola para coger alimentos. Antes tenía una vida normal, y ahora estoy desesperada”. La crisis económica derivada de la pandemia tuvo efectos devastadores en las condiciones de vida de los colectivos más vulnerables, pero supuso un empujón al abismo a las personas que, con más o con menos holgura, iban sacando adelante sus economías familiares. Azzahra Karzazi se define como mujer luchadora y asegura que nunca se vio en la tesitura de tener que pedir ayuda o deber nada a nadie, pero ahora afronta una situación límite que la mantiene en un constante estado de ansiedad que comenzó con la pandemia.

“Me veo en la calle con mi hija de 10 años”

El 28 de febrero expirará, tras varias prórrogas, el escudo social que el Gobierno puso en marcha para congelar los desahucios por impago del alquiler durante la pandemia en casos de personas en situación de vulnerabilidad. La angustia de Azzahra aumenta a medida que se acerca la fecha. “Me veo en la calle con mi hija de 10 años”, asegura.

Su vida cambió radicalmente en marzo de 2020, cuando el negocio en el que trabajaba como cocinera la echó como consecuencia de las restricciones derivadas del estado de alarma. Entonces descubrió que tenía muchos menos meses de paro de los que imaginaba y que había muchas cosas que no sabía. Tuvo que aprender de la peor de las maneras. “Estuve siete meses sin ingresos. Los pocos ahorros que tenía me los comí. Luego descubrí que cotizaba muchas menos horas de las que trabajaba. Ahora sé que eso me perjudica, pero entonces no sabía nada”, relata. Tras un duro período en el que en su cuenta no entró ni un céntimo, encadenó una serie de subsidios que se iban, en su mayoría, en las necesidades básicas de su pequeña. Ninguna de estas prestaciones pasaba de los 500 euros. “No paso hambre gracias a la Iglesia de San Rosendo y a una vecina mía, que me ayuda con la niña. He dejado de hacer todo lo que hacía. Todo es para mi hija”, cuenta.

"Los pocos ahorros que tenía me los comí. Luego descubrí que cotizaba muchas menos horas de las que trabajaba. Ahora sé que eso me perjudica, pero entonces no sabía nada”

La joven, de origen marroquí y nacionalidad española, y residente en A Coruña, que considera “mi ciudad” desde hace 20 años, vivió otro bache significativo cuando se separó del padre de su hija hace unos años, momento en el que tuvo que empezar de cero sin red de apoyo ni soporte de ningún tipo. “Hasta entonces, yo era ama de casa. Tuve que aprender a hacer todo, me formé en hostelería, aprendí a hacer comida española y gallega. Tengo experiencia y ganas de trabajar, no quiero vivir de una ayuda. Sé que el día de mañana mi situación va a mejorar y voy a salir adelante, pero ahora mismo veo imposible encontrar una vivienda en estas condiciones”, asegura.

Sin nómina, ni aval, ni ahorros

Azzahra cuenta que las opciones para encontrar una alternativa habitacional son muy limitadas, al carecer de nómina, aval o ahorros para adelantar. “Si tuviese un aval no estaría en esta situación. Estoy sola, no tengo a nadie aquí”, explica. La joven dice sentirse “avergonzada” ante el dueño del piso en el que reside, a quien debe una enorme suma de dinero debido a los sucesivos impagos de la mensualidad y quien, asegura, “le hizo un favor” al alquilarle su vivienda cuando dejó el domicilio conyugal al separarse. “Yo no tenía ni aval, ni adelanto ni nada. Le comenté la situación, confió en mí y me hizo un contrato. Ahora me encuentro ocupando su casa y no puedo pagarla, me siento fatal. Yo no quiero ser una ocupa ni vivir de la Xunta”, asegura.

“Yo no tenía ni aval, ni adelanto ni nada. Le comenté la situación, confió en mí y me hizo un contrato. Ahora me encuentro ocupando su casa y no puedo pagarla, me siento fatal"

Una situación que ha tenido graves efectos en su salud mental, y que le ha hecho desarrollar una depresión que trata con medicamentos y que va capeando como puede por la responsabilidad de tener que ocuparse de la pequeña, a quien mantiene, en la medida de lo posible, al margen del trance. “Es una niña que entiende las cosas. Esta Navidad no pude hacerle ningún regalo, y lo entendió. Sabe que nos tenemos que ir de esta casa, pero no sabe por qué”, explica su madre.

Su abogado del turno de oficio corrobora su versión. “Los servicios sociales del Ayuntamiento no dan vivienda hasta que esté la orden de desahucio. En principio, está prorrogado hasta el 27 de febrero [el escudo social del Gobierno contra los desahucios durante la pandemia]. Una vez termine, se reiniciará el procedimiento y el juez dictará la orden, pero hasta que no acabe la prórroga, el juzgado no mueve ficha”, explica su abogado. “Las leyes, cuando se hacen desde un despacho, son muy bonitas, pero la realidad es que los servicios municipales no dan abasto. Tendrían que haberle ofrecido una alternativa para no provocar la penuria que está pasando ella ni el perjuicio sobre la propiedad privada”, juzga.

"Los servicios municipales no dan abasto. Tendrían que haberle ofrecido una alternativa para no provocar la penuria que está pasando ella ni el perjuicio sobre la propiedad privada”

El Concello asegura que, cuando llega una persona con un caso de desahucio, “se le atiende con máxima prioridad”, tras lo que se hace un estudio de vulnerabilidad, según fuentes municipales, que añaden que existen recursos de emergencia cuando el desalojo es inminente. “Nunca se ha quedado un adulto con un niño en la calle”, afirman. “Si se determina que la persona es vulnerable, se pide al juzgado que se posponga, algo que habitualmente conceden”, aseguran estas fuentes. Tras estos trámites, las mismas fuentes afirman que “se ayuda a la búsqueda de una vivienda”, gran parte de las veces a través de entidades sociales colaboradoras, y se brinda ayuda económica “cuando se cumplen las condiciones”. Las personas con grandes dificultades, por su parte, se derivan al programa Reconduce de la Xunta, que aporta fondos para el alquiler de vivienda.

La experiencia de Azzahra, asegura, es diferente en cuanto a las alternativas que se le ofrecen: “Me derivaron a una asociación para buscar vivienda, pero la chica me lo dijo muy claro: sin aval o el apoyo de un familiar, no hay nada. Entiendo que hay muchos casos como el mío, pero tengo miedo de encontrarme un día a la policía en la puerta y tener que dejar el piso”.