Si esta es la sociedad del desconocimiento, sobre lo que trata su último libro y de lo que acaba de hablar en A Coruña, ¿qué factores han dañado el conocimiento?

El desconocimiento no es ignorancia sobrevenida, es vivir en un contexto de mayor incertidumbre. La humanidad sabe muchas más cosas en 2022 que hace cien años, pero hay un gran desajuste todavía entre las cosas que sabemos y las que deberíamos saber si queremos seguir viviendo con los entornos tecnológicos actuales. Ese desajuste genera angustia, desconcierto, desorientación. No es, por tanto, que hayamos ido hacia atrás en el conocimiento, pero al mismo tiempo que este avanza, también avanza un tipo de ignorancia vinculada a ese conocimiento. Por ejemplo, no conocemos los efectos a largo plazo que tendrán en nuestra vida o en nuestra economía tecnologías tremendamente sofisticadas como las vacunas o los robots.

¿Ese desconocimiento se utiliza para manipular a la sociedad?

Es más fácil desorientar a la gente en entornos en los cuales reina confusión y cacofonía. Antes las instituciones, cuando eran más poderosas, nos podían manipular (partidos, sindicatos, iglesias, academias), pero al mismo tiempo te proporcionaban una cierta orientación en el mundo. En este momento tenemos unas instituciones débiles y contestadas que no nos dan una orientación mínima en el mundo que nos permita protegernos mejor de otro tipo de manipulaciones que tienen que ver con algo tan democrático como que se haya ampliado muchísimo el perímetro de la conversación democrática.

¿Quién se beneficia de la manipulación?

De entrada, nos perjudica a todos, y con ello se obtienen beneficios particulares. Me preocupa la manipulación expresa, los mentirosos habituales, el caos informativo. Hemos ganado espacios y posibilidades de expresión, pero su reverso más inquietante es la mayor dificultad para orientarse y tener criterio propio. Me inquieta más el desconcierto de la gente que la manipulación de los malvados.

Si nos hemos acostumbrado a bulos, sesgos y fake news, ¿hay fuentes de información y conocimiento verdaderamente fiables o hay que recelar de todo?

Cada uno tiene que construirse su propio entorno de fuentes y opiniones y autoridades de confianza. Antes eran el director del periódico, el profesor del colegio, el sacerdote o el líder sindical los que nos dictaminaban en quién confiar; hoy, cuando esas autoridades están debilitadas, nos vemos obligados a confiar en alguien porque no podemos saber de todo. Eso no nos viene dado, debe hacerlo cada uno, decidir cuáles son sus referencias.

En ese proceso de buscar nuestro propio entorno, ¿cree que ha cambiado la forma de pensar y la capacidad de procesar toda la información que recibimos?

Sí, porque ahora el gran problema que tenemos no es la carencia de información, sino el exceso y la peculiar basura informativa que genera ese ruido constante de opiniones. Su abundancia es una ganancia democrática, pero al mismo tiempo implica desorientación.

Sus libros llevan en el título el término “democracia”. ¿Tal como la entendemos, corre peligro?

Mi tesis es que la democracia es mucho menos frágil de lo que a veces parece. Uno ve el asalto al Capitolio, las campañas de desinformación o la incapacidad de muchos gobernantes y piensa que la democracia está a punto de morir. En cambio, podemos comprobar que las democracias de mayor solidez tienen la peculiaridad de permitir que cualquiera llegue a gobernar, de forma delirante incluso, como Trump, pero a la vez sin dejar que haga demasiado daño. Y sobre todo posibilitan su reemplazamiento. La mejor garantía de la persistencia de la democracia es la posibilidad de volver a elegir y de revocar.

En su libro Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus, ¿cree que la democracia está hoy condicionada por la pandemia?

El título transmite la idea de que una crisis sanitaria de esta naturaleza pone a prueba muchísimas cosas, entre otras la capacidad de los sistemas democráticos para gestionar la pandemia.

¿La hemos gestionado bien?

Hay tres planteamientos. Uno: ¿son las democracias capaces de prepararse para una crisis como esta? Tenemos sistemas de alerta y prevención débiles, habrá que mejorar. Dos: ¿puede gestionar un país democrático el equilibrio entre lo económico, lo sanitario, lo jurídico, lo cultural? Las democracias lo hacen mejor que los sistemas autoritarios y los políticos populistas porque permiten un espacio de discusión abierta en el que se cometen menos errores y se corrige más. Tres: ¿son las democracias capaces de transformar una realidad que tiene que ver con hábitos de consumo, movilidad, contaminación…? Esta es la prueba de fuego de la democracia en el futuro inmediato.