Desde The Matrix a Ghost in the Shell, de Pacific Rim a Neuromante, la ciencia ficción está repleta de relatos de humanos que manejan máquinas sin mandos, conectándose directamente con su propia mente. No es fantasía: la tecnología, según explica el investigador de la Universidade da Coruña (UDC) Francisco Laport, que acaba de doctorarse con la tesis Nuevos desarrollos de interfaces cerebro-ordenador para el control de un hogar inteligente, ya está ahí, si bien en fase temprana y con altos costes.

Y él trabaja para desarrollar dispositivos que permitan hacerla más asequible, de manera que personas con discapacidad puedan comunicarse, estar vigilados y manejar electrodomésticos con una mirada o con un pensamiento.

La tecnología que lo permite se denomina interfaz hombre-máquina. “Se trata de comunicar señales del cuerpo, como la contracción de músculos, los movimientos de los ojos o la actividad cerebral, para dar órdenes a un dispositivo”, explica Laport ,“por ejemplo, parpadeas o contraes un músculo y la luz se enciende, o mueves una silla de ruedas”.

En su laboratorio, el Grupo de tecnología electrónica y comunicaciones, trabajan con dos sistemas: uno que registra los movimientos de ojos y otro que, a través de unos electrodos sobre el cuero cabelludo, mide la actividad cerebral. El primero es más sencillo, pero más limitado; los impulsos de las neuronas son los que tienen “más potencial para muchos usuarios”, pues lo puede emplear cualquiera, independientemente de su grado de discapacidad.

Pero la implantación es muy complicada, ya que, al menos por el momento, estas máquinas no pueden identificar pensamientos complejos como: “Apaga la luz”. “El cerebro no se entiende del todo bien, y no sabemos dónde se originan, así que tenemos que recurrir a una cierta trampa”.

La “trampa” consiste en utilizar señales más simples y fáciles de detectar, como “la imaginación motora”: pensar en mover un brazo o en contraer una pierna. ¿Y qué ocurre si el usuario está impedido? Es lo mismo, pues, según explica el investigador, “cuando imaginamos mover el brazo izquierdo o derecho se produce la misma actividad que cuando lo movemos en realidad”, incluso si el usuario es inválido o está mutilado.

De 25 a 15.000 euros

En los últimos años se ha producido un boom de este tipo de tecnologías, explica Laport, pero hay diferentes calidades. Los más precisos, y también más costosos, son los que se emplean en investigación y clínica, y que cuestan “entre 15.000 y 10.000 euros”. Hay también modelos comerciales, que no ofrecen las mismas garantías pero son mucho más asequibles: “se pueden encontrar por 1.000 euros, todo montado”, calcula el investigador.

Pero el problema es que este tipo de dispositivos suelen tener una licencia cerrada: ofrecen una serie de horas de uso y luego hay que volver a pagar. Otras propuestas, abiertas, cuestan aún algunos centenares de euros.

Desde el laboratorio de Laport están trabajando para hacerlo aún más accesible. “Queremos reducir el coste, y aportar planos y componentes, para que si el usuario puede encargarle a alguien que lo monte, tenga costes muy reducidos” explica el investigador.

¿Cuánto? “Hemos desarrollado un prototipo muy temprano, con dos electrodos. Los componentes no deben superar unos 25 o 30 euros, si lo monta uno mismo”, cuantifica.

Este prototipo se emplearía sobre todo para tareas de monitorización, como por ejemplo “controlar si el usuario lleva mucho tiempo con los ojos cerrados”: una casa con aparatos inteligentes podría adaptarse para interpretar que está durmiendo, y hacer tareas automáticas como apagar mecanismos que puedan provocar incendios, asegurarse de que la puerta esté cerrada o apagar las luces

Controlando el movimiento de los ojos también se puede ayudar a gente que ha perdido el habla, detectando qué letras va señalando con la mirada en un teclado interactivo que se le pone delante.

Y a medida que se vaya desarrollando la tecnología, las posibilidades se multiplican. Además de para controlar electrodomésticos, “puede emplearse para recuperar funciones motoras: imagino que muevo el brazo y muevo una prótesis, o una silla de ruedas” ejemplifica Laport.

Pero hay que “pulir mucho” la investigación para que sea seguro, pues controlar estos dispositivos con el pensamiento, si hay lecturas incorrectas, puede ser peligroso. Los robots de combate, por el momento, quedan para los libros.