Miguel Ángel Hernando, Lichis, demostró hace tiempo que es mucho más que la voz de los temas más célebres de La Cabra Mecánica, su proyecto musical más conocido de entre los cientos con los que ha colaborado. Lo volverá a acreditar mañana a las 22.30 horas en la sala Mardi Gras, con un concierto en el que pasará revista a sus últimos trabajos, que conjuga bajo el paraguas de El hombre orquesta.

Lleva un tiempo en proceso de reconversión. ¿Qué versión de Lichis trae a A Coruña mañana?

Traeré el repertorio que llevo haciendo estos años, correspondiente a los discos de Modo Avión y de Mariposas & torneos de verano, más las canciones que incluimos en el disco conjunto junto a Rubén Pozo, el de Mesa para dos. Es el formato de El hombre orquesta, que es una visión muy particular de la música americana y del blues, con guitarra y elementos de percusión que toco al mismo tiempo que la guitarra.

Viene a mostrar un “lado oscuro” más allá de la fiesta de la época de La Cabra Mecánica. ¿A qué se debe?

Es simplemente que no toco canciones de La Cabra, que no es que fuese una cosa fiestera. Hay una imagen estereotipada de lo que pasó, porque, para bien o para mal, en la memoria de la gente queda aquello que conoció a través de ciertos medios de difusión que, en el caso de La Cabra, fueron una época bastante anecdótica en lo que a repertorio se refiere. No es que ahora muestre un lado oscuro, sino que son cosas más centradas en la música americana de raíz, en el folk. Es un camino que empecé cuando grabé el álbum Mesa para dos, con músicos que formaban parte de las grabaciones de Tom Waits, Elvis Costello o Bob Dylan. Ahí hice una apuesta grande por enfocar esto. Es volver un poco a lo que hacía antes y durante la época de La Cabra, cuando tocaba en bandas de blues, rock o country.

Cuando existen temas tan cantados como los de La Cabra, ¿acaban pesando a la hora de pasar página y evolucionar?

En mi caso es comprensible, porque yo no solo abandoné La Cabra, sino que decidí hacerlo por mi cuenta. El primer disco como Lichis se distribuyó con una discográfica, pero el resto de mi carrera ha ido por estos caminos de independencia. Mi trabajo no ha tenido seguramente la difusión que tuvo una parte muy concreta de mi proyecto anterior. Es normal, a lo largo de mi vida he tocado en cientos de grupos, que es algo que la gente no conoce. La gente conoce lo que le llega, porque hay mucha información de eso. ¿Si es una losa? En ocasiones lo es. Es una ventaja y una losa. En muchas ocasiones tengo que estar persiguiendo al dueño de la sala con el por favor, no pongas La Cabra mecánica, o eso de que voy a hacer estribillos pegadizos y ritmos bailables. Uno pretende también que quien te contrata o te entrevista se haya informado un poco de lo que estás haciendo, aunque entiendo que es difícil a veces en estos tiempos de sobresaturación.

¿No le da la impresión de que, después de la pandemia, la gente busca estribillos pegadizos y ritmos bailables?

Yo recuerdo que los tiempos en los que nosotros empezábamos con La Cabra, al margen de mi actividad como bajista, era una cosa un poco extraña. En aquella época, lo que se vino a llamar mestizaje, era esa herencia de la música de Manu Chao, y luego estábamos nosotros, que éramos una rara avis en esa historia. Años más tarde hubo un bombazo de bandas como Estopa, que hizo que la atención se centrase más en nosotros, que llevábamos más tiempo, pero trabajábamos en la sombra. Con los últimos años, ha ido cobrando vigencia, y hay una reivindicación un tanto folclorista de nuestra música, de nuestras raíces. Ha habido un renacimiento de esa versión más lúdica y más nuestra, en un momento en el que yo precisamente me he ido para el otro lado. Está el Kanka, Mr Kilombo, Antílopez... ha habido un auge de todo esto, pero a mí ya me ha pillado en otra frecuencia.

Lleva tres años sin sacar música nueva. ¿Ha influido la pandemia en lo que le apetece componer ahora?

El disco con Rubén [Pozo] salió justo cuando nos confinaron, hace dos años. Aún así, decidimos sacarlo en abril del 2020, y cuando parecía que se abría la puerta para poder volver a tocar, nos pilló más centrados en otras cosas, y el proyecto se paró. En ese tiempo he perdido la salsa para hacer el guiso, que es la observación del exterior. Me he volcado mucho en trabajar en el estudio, en hacer producciones para otros artistas, y hacer canciones con mucha calma. Es posible que en lo sucesivo no saque discos, sino singles, y cuando tenga una cantidad razonable, los compile en un disco. Estoy probando cosas nuevas con la voz, canto un tema en falsete... es un momento para mear fuera del tiesto y buscarte las cosquillas por otros sitios, no hay nada que perder, me permite cierta libertad y cierta falta de presión.

Tras algunos de sus últimos temas, como Girasoles, se le ha colgado la etiqueta de indie. ¿Se siente cómodo con ella?

Me parece tan inexplicable como la que en su momento se me colgó de mainstream. Nosotros no fuimos al mainstream, él vino a nosotros. Estábamos haciendo una cosa y la rueda de la suerte pasó por ahí y nos arrastró. Cantar un tema con María Jiménez era lo más transgresor y lo más kinki que había en aquel momento. De hecho, no sonó en ninguna radio comercial porque no sabían dónde encajarlo. Le ha pasado un poco también al indie: estaba en su sitio, y ahora es el nuevo mainstream. Todos queremos llegar al mayor número de público posible, pero queremos hacerlo sin traicionarnos. Ahora hay gente del indie en formatos como OT.

Y en Eurovisión.

Exacto. Y no pasa nada. Está cambiando la mentalidad. Cuando yo trabajaba en la sombra, me cagaba en las radios que no me ponían, y cuando empezaron a ponerme no me parecía tan mal, era como ¡anda, parece que los bárbaros están entrando en Roma!.