Construir campos de fútbol en terrenos urbanos tiene el inconveniente de que los balones cuando salen de los límites del terreno de juego acaban en ocasiones en lugares donde no se pueden recuperar. Uno de los recintos en los que sucede esto es el de Agrela, en el que una nave industrial ocupa todo el lateral del campo, sobre cuyo tejado caen con frecuencia los balones. Y muchos de ellos se quedan atrapados en la pasarela que recorre todo el borde de esa cubierta, de forma que el pasado domingo podían verse allí seis de ellos, que solo pueden recobrarse advirtiendo de su presencia a los propietarios de la instalación. En el campo de la Leyma, uno de los márgenes linda con una zona ajardinada en cuyos matorrales deben esconderse docenas de balones, mientras que un fondo hay un lavadero de coches que recibe continuas caídas de pelotas desde el terreno de juego.