Hay hombres que no han nacido para vivir los temores del resto de los mortales; hay hombres que trascienden la pedestre autopreservación. Los hemos visto mil veces en la Historia y la mitología: ellos son los que robaron la chispa del fuego a los dioses; los que saludaron con el sable con impasible ademán a los fusiles que los rodeaban, gritando La Garde meurt!; los que se desposeyeron de la panoplia antes de enfrentar al fiero Grendel y los que decidieron leerse el Pepri. Pero, ¿dónde encontrar tal trascendencia en nuestros míseros tiempos? Cerremos el Mahabharata y el Shita-kiri Suzume: hemos visto a un paisano de Gesar y Gigamesh en la calzada de la avenida de A Pasaxe (llamemos a la vía Vígríðr), en un patinete (llamémoslo Babieca). ¿Y el pleno no le está dando una medalla? Hágase. Cúmplase.