"Por respeto y precaución". Es la respuesta habitual que esta mañana dan clientes y trabajadores que continúan usando la mascarilla contra el COVID en el interior de establecimientos pese a que ha dejado de ser obligatoria en virtud del decreto publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE). En mercados, supermercados, cafeterías, fruterías, ferreterías, librería y tiendas de ropa entre otros locales es superior el número de personas que se cubren la boca para comprar o consumir. La mayoría de los empleados lo siguen haciendo y entre los clientes es mayor el número de usuarios de mascarilla.

Tres trabajadores de la ferretería Araújo, en la calle Marqués de Pontejos, usan todavía el tapabocas. Las libreras de Moito Conto en San Andrés también. Como las fruteras de Disfruta en la misma calle, las cajeras de Gadis, las placeras de San Agustín, las panaderas de las tahonas y panaderías, las peluqueras y los empleados de los bancos. En cambio en alguna cafetería los camareros descubren su cara, como Sandra Martínez, de Macondo. "La usamos tan mal, pasándola por la cara, la frente, los codos... que no es ninguna garantía llevarla. Como es voluntario su uso, yo decido no llevarla", cuenta esta camarera mientras atiende a sus clientes; de los diez que hay en ese momento en la bar, solo una mujer tiene mascarilla.

Dos clientas de esta cafetería juegan al parchís, una con máscarilla y otra con ella. "En la calle también la uso", explica María José Tuñas. "Siempre que puedo me la quito, así que ahora hay más libertad", expone su amiga María Isabel de Llano. "Por respeto a los trabajadores que llevan la máscara, creo que yo debo llevarla", afirma Chus Varela, clienta de una librería. "De las cinco personas que han entrado desde que abrimos, cuatro la llevaban y una me preguntó si debía ponerla", cuenta Nadia Rey, de Disfruta, establecimiento que aún conserva en la entrada el cartel que informa de la obligatoriedad del cubrebocas.