La Opinión de A Coruña

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Una colombiana refugiada en A Coruña por ser víctima de trata: "Quiero volver a ejercer mi profesión. Soy enfermera"

Ecos do Sur organiza una charla en la que personas migrantes afincadas en A Coruña cuentan su experiencia en búsqueda de refugio y de una nueva vida lejos de su país

Participantes, ayer, en la charla organizada por Ecos do Sur. | // VÍCTOR ECHAVE

Cuando Onyebuchykwy Kelvin David habla de cómo llegó a A Coruña le gusta usar la palabra “destiny” —destino en inglés—, porque, como cristiano que es, considera que tuvo que haber algo más que su propia fuerza para ayudarle a salir de Biafra —un territorio que consiguió su independencia de Nigeria en 1967 pero que solo subsistió como república hasta 1970 y que, desde entonces, ha estado siempre en conflicto— y a llegar vivo al otro lado del Mediterráneo.

En junio de 2020 se hizo al mar en una balsa hinchable, e intentó llegar a España a través de Libia. Estuvo 24 horas, sentado a horcajadas en la embarcación y con una pierna dentro del agua, hasta que los servicios de rescate consiguió ponerlos a salvo. “Estuvimos otros tres días más en el mar antes de llegar a tierra”, cuenta ahora con una sonrisa. Su sueño era salir de su país, tener libertad para “ir a la iglesia”, para "trabajar" y para seguir creciendo y, ahora, considera que está en camino de hacerlo, aunque tiene mucha tarea por delante, como mejorar su castellano.

De los siete refugiados —y tres intérpretes— que ayer participaron en el encuentro Bibliotecas Humanas: Hablemos de Refugio, organizado por Ecos do Sur, para conmemorar el Día Internacional de las Personas Refugiadas, solo él conocía la ciudad y lo hacía por su afición al fútbol y, obviamente, por los años en los que el Dépor jugaba en competiciones internacionales. Su objetivo de entrar en algún equipo y de continuar con su carrera deportiva se truncó con una lesión en el pie, aunque eso no le desanima, porque confía en tener una nueva vida en A Coruña entre fogones.

En el encuentro participó también una mujer colombiana —que no reveló su nombre— que sueña con recuperar la profesión que ejercía en su país, la de enfermera, antes de ser captada por una red de trata de blancas y de ser liberada, después, por la Policía. Sabe que no será fácil, que tiene mucho papeleo por delante y, también, unas oposiciones que preparar, si quiere trabajar en la sanidad pública. "Llegué con mucho miedo, por mi situación no confiaba en nadie", recordaba ayer y agradecía, como sus compañeros, la acogida de la ciudad.

Para Johana, que también es colombiana y tiene 29 años, la decisión de partir de su país se dio por motivos políticos. Ella, a diferencia de otros compañeros, se fue de casa en diciembre de 2019 y viajó a España como turista, aunque sabía que no volvería. Eligió el país para, por lo menos, no tener la barrera del idioma y, cuando todavía se estaba organizando y descubriendo los trámites que tenía que hacer, llegó la pandemia, que ralentizó todavía más su proceso de adaptación. “Yo creo que marcharme fue una decisión muy valiente”, describe Johana, porque está haciendo el proceso migratorio sola, sin su familia a su lado.

El día que estalló la guerra en Ucrania, Sergey, Olena y su hija Kseniya, que tiene diez años y trastorno del espectro autista, se fueron “a la otra punta de la ciudad”, pero tras un mes de ir y venir al sótano, de esconderse y de no dormir, decidieron marcharse. Llegaron a Polonia y, de allí, como tenían un conocido en España, eligieron ese destino y acabaron en A Coruña, donde su niña recibe atención médica y ellos estudian español sin descanso para poder comunicarse sin necesidad de intérpretes.

Geety Mayel, que es afgana, escapó con su familia en cuanto pudo de su país tras la llegada de los talibanes. Ella, que era profesora de arte en la universidad, vio cómo nada de lo que ella hacía interesaba ya en ese nuevo régimen. Cuenta —en español, aunque también habla fluidamente inglés— que su avión fue de los últimos que salieron del país, porque poco después se registró el atentado del ISIS que destruyó el aeropuerto, tanto fue así, que su familia pensaba que había fallecido en los ataques. Geety tiene muchos sueños, uno de ellos es encontrar un trabajo a tiempo completo y seguir explorando y aprendiendo para configurar un proyecto artístico “que sorprenda” al público que lo vea. “Tengo fotos de mi madre vestida así como voy yo hoy [con unos leotardos y una falda], pero cuando me fui de Afganistán yo ya no podía ir así, iba de negro, con la cabeza tapada”, relata Geety que, para aquel entonces, tampoco podía ir en el asiento de copiloto del coche ni salir a la calle libremente, porque los talibanes no lo permitían.

Aterrizar en España fue para Haled Maysara “el momento más delicado” de su proceso migratorio, venía con su mujer y sus tres hijos desde Siria y, saber que habían conseguido escapar de la guerra no era suficiente, porque tenían todavía muchos obstáculos por delante. El primero de todos y más importante, no sabían el idioma ni conocían cuál sería su destino. Pero, cuando llegaron, estaban esperándolos trabajadores de Ecos do Sur, que durante las siete horas de viaje que les llevó llegar a A Coruña, les contaron cómo serían sus próximos días. “Para mí, que los niños vayan al colegio es un logro”, explica Haled, porque le da estabilidad y también la sensación de que se están asentando y que su nueva vida ha empezado ya.

El director Xeral de Inclusión, Arturo Parrado, incidió ayer en la necesidad de que las instituciones escuchen a las personas migrantes para conocer sus necesidades y también para saber en qué puede mejorar la acogida. Aproximadamente 150 personas solicitantes de protección internacional que llegaron a Galicia desde el 1 de junio de 2021 recibieron la ayuda de Ecos do Sur.

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