Incluso las mayores tragedias dejan, a veces, espacio a la esperanza. El asesinato de Samuel fue uno de los episodios más desagradables de la historia reciente de la ciudad, que dejó, como no podía ser de otra manera, muy pocas lecturas positivas. Una de ellas tiene como protagonistas a dos jóvenes senegaleses para quien tampoco la vida volvió a ser la misma desde aquella fatídica noche. Ibrahima Diack y Magatte Ndiaye fueron los únicos testigos de la agresión que intentaron socorrer a Samuel Luiz del tumulto que acabó con su vida. Se convirtieron entonces en héroes para la mayor parte de la ciudadanía, en los testigos principales del caso y en el rostro visible de la situación de precariedad y vulnerabilidad que atraviesan los miles de migrantes sin documentos que residen en la ciudad, expuestos y desprotegidos ante la ley.

Ibrahima y Magatte tardaron, como consecuencia de esto, unos días en acudir a declarar. Su entorno tuvo que convencerles de que su integridad y su permanencia en el país no corrían peligro, y que su testimonio era esencial para identificar a los agresores. Unas reservas que engrandecen, si cabe, su valiente acción, pues sabían que, en su caso, intervenir para parar la agresión conllevaba exponerse. Sin embargo, no lo dudaron. “Por nuestra cultura, no podemos ver sufrir a una persona y no ayudarla”, confesaban hace unos meses ante los micrófonos de Radio Coruña la primera vez que hablaron públicamente de lo sucedido aquella noche, que a ninguno le gusta recordar. A ellos, que defienden que el gesto no tenía vocación de obtener nada a cambio y se desligan de la etiqueta de héroes, la vida les ha recompensado, en cierto modo, el haber dado la cara cuando nadie más lo hizo.

El reconocimiento de la sociedad a su valiente intervención provocó que el Gobierno les concediese el permiso de residencia y el de trabajo. Hoy ambos, que hace un año se dedicaban, como muchos de sus compatriotas sin papeles, a la venta ambulante, trabajan en la empresa maderera Puertas Betanzos, y aseguran estar contentos y agradecidos con la oportunidad, cuyo propietario les ofreció nada más conocer su situación y su implicación en los hechos.

Los reconocimientos no acabaron ahí. La Comisión de Honores del Concello les ha concedido, además, la distinción de Hijos Adoptivos de la ciudad, con el argumento de que sus intentos por salvarle la vida a Samuel, aunque finalmente no pudiese evitarse la desgracia, son un “motivo de orgullo” para toda la ciudadanía. Hoy Ibrahima y Magatte son dos vecinos más de una ciudad que no olvida a Samuel a un año de su muerte. Ellos tampoco.