La Opinión de A Coruña

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Un día de convivencia en la cárcel de Teixeiro: “¿Se porta bien?”

El centro penitenciario organiza una jornada para compartir entre los internos del Módulo mixto Nelson Mandela, que ha cumplido ya un año, y sus familiares y amigos

Arriba, un interno abraza a su familiar, en el patio; abajo, Génesis y Fran, dos de los internos en el Módulo Nelson Mandela, sentados ante el mural del activista africano. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

“¿Se porta bien?”, le pregunta a una de las trabajadoras del equipo de inclusión una madre que ha venido de visita a ver a su hijo al centro penitenciario de Teixeiro. Lo hace como cualquier madre que entra al instituto y quiere saber si su niño ha hecho caso a todo lo que ella le había dicho en casa. Y le responden que sí, y ella se lleva una alegría doble. La primera, porque puede abrazarlo un martes, la segunda, porque seguramente piense que esos achuchones se los podrán dar fuera algún día.

“¿Se porta bien?”

Cuando Mercedes asumió que su hija, su yerno y su nieto iban a entrar en la cárcel, empezó a bucear en internet para saber cómo era la vida en prisión. Ahora, sentada en una de las sillas de la biblioteca, con las fórmulas matemáticas todavía escritas en la pizarra y con las estanterías repletas de libros, confiesa que la imagen que ella tenía de un centro penitenciario era “la de Vis a Vis y la de Orange is the new black”, así que, a los que la acompañan se les dibuja una sonrisa en la cara, porque hace cuatro meses, cuando por primera vez visitó a su hija en Teixeiro, lo hizo pensando que estaría “esposada” o “vestida de naranja”.

Génesis y Fran, que tendrán que quedarse cuando la jornada de convivencia con las familias se acabe, la escuchan y reconocen en sus palabras su pasado, porque ellos, ahora internos en el Módulo mixto Nelson Mandela de Teixeiro —que cumplió el mes pasado un año de vida— conocieron otras realidades, otros módulos que no son como este, de máximo respeto, y en el que la vida discurre con muchas normas, pero en el que viven con “más libertad”.

La tarde del martes fue una jornada de fiesta en el antiguo Módulo 1, en Teixeiro. Ahí están internas 73 personas, de las que 22 son mujeres. Es un espacio de convivencia mixto, que adornaron para la ocasión las presas de otros módulos que asisten a un taller de adornos florales; y en el que se pudo escuchar música en directo, un pequeño concierto a cargo de otros internos que dejaron sus módulos para poder acompañar al músico del Nelson Mandela, que llenó de flamenco, como ya lo había hecho su padre —y que lo acompañó en el escenario para un tema—, los muros de la prisión.

El del martes fue un día como no hay otro, porque, según recordó el director del centro penitenciario de Teixeiro, José Ángel Vázquez, en su bienvenida a familiares y amigos, esta jornada no está recogida en ninguna normativa y se hizo “para premiar el esfuerzo de los internos por hacer las cosas bien” y también para compensar a los que están fuera por el sufrimiento que les causaron “las medidas adoptadas durante la pandemia”.

“Cuando lleguen esta noche a sus casas, si tenían una percepción negativa, como es lógico por los estereotipos, me gustaría que vieran el centro de una forma positiva”, les dijo para despedirles. Y es que, a diferencia de las visitas semanales, en las que pueden tener vis a vis con los internos, en esta jornada de convivencia, las familias pudieron ver el patio, las aulas en las que se forman sus seres queridos y los espacios que se han convertido en su hogar, también conocer a los otros internos y a sus familiares, como una gran comunidad que vive las mismas circunstancias, que se entiende, y que se acompaña en el camino hacia la libertad.

“La imagen que tengo de la cárcel, a través de lo que me cuenta mi hija, es mucho mejor de la que yo tenía, la única queja que tiene es por la comida, que no acaba de acostumbrarse. Que entrase mi yerno era de esperar, pero el golpe horroroso fue que entrasen mi hija y mi nieto, que tiene 18 años. No desde el primer momento, pero sí desde el segundo, empecé a darme cuenta de que era un mal muy necesario y de que esto, a la larga, les va a venir muy bien, tanto a mi hija como a mi nieto, para que no les queden ganas de volver a hacer las cosas mal. A mi hija, lo primero que le dije fue que no dijese que no había hecho nada, que parece que estamos en un santuario porque nadie hizo nada”, comenta Mercedes.

Y, en el relato, hace la broma de que, “con lo que está subiendo la cesta de la compra”, igual se queda ella “una temporadita”. Es un chiste, pero a Fran Amado le hace pensar en todo lo que no tiene a mano. “Lo echarías de menos”, le dice, porque en prisión hay lo que hay, nada más.

El alcohol, por ejemplo, está terminantemente prohibido, el café es de máquina y cuesta 24 céntimos en el economato, donde hay productos de primera necesidad, como compresas o fiambre y poco más.

A Pili le quedan todavía por cumplir tres años de condena e ingresó por primera vez en prisión hace dos meses. Pidió hacerlo en el módulo mixto, así que, no conoce otra realidad penitenciaria que no sea esta. Su historia es muy diferente a la de Génesis y a la de Fran, que se cambiaron al Nelson Mandela en enero.

Todos ellos rompen los moldes de lo que se podría pensar que es un preso pero, tal y como comentan los funcionarios, son personas que “hasta hace unos días estaban en la calle y que volverán a estarlo”, así que, sentados en los bancos del módulo, todos juntos y mezclados con familiares y trabajadores, sería imposible identificar a quién le toca coger el coche de vuelta a casa y a quién sentarse a la mesa a las siete y media para cenar, como todos los días. Quién podrá encender el móvil y conectarse a las redes sociales y quién ya ni lo echa de menos.

Fran tiene una condena de tres años y medio y, tras pasar por el Módulo 8, el de enfermería, eligió probar en el Nelson Mandela y, para él, entrar ahí fue “un pequeño golpe de libertad”, porque tiene muchas responsabilidades, sí, y más o menos, los mismos horarios, pero los lleva “de otra forma”. Génesis ha cumplido ya más de la mitad de su condena. Ella, en Teixeiro, entró directamente en el Módulo Nelson Mandela, su experiencia anterior fue un arresto domiciliario y también una prisión en Madeira. “Si la señora [por Mercedes] hubiese ido a esa cárcel, probablemente, la imagen que hubiese visto sería la que ella tenía en la cabeza”. Para ella, la experiencia fue especialmente dura, porque entró embarazada de tres meses y, cuando se cambió para Teixeiro, tenía los mismos “temores y miedos” de la primera vez. “Con el tiempo entiendo por qué los funcionarios me miraban raro. Yo hacía preguntas que a ellos les extrañaban, como si podía entrar con un cepillo o qué era un economato. Es un mundo totalmente diferente, incluso en el trato”, explica Génesis, que tomó la decisión de no querer ver a su niña dentro de la prisión, después de la experiencia “pésima” de Portugal.

“Cuando ingresé voluntariamente aquí, me dijeron que podía verla, pero no quería porque ella nació en una prisión y tuvimos que estar tres meses allí. Si de mí depende, haré lo que sea para que no vuelva a la cárcel, ni para visitarme a mí ni porque ella haga algo”, comenta Génesis, que cree que en su decisión pesa un poco el “egoísmo”, aunque no lo parezca.

Y es que, las separaciones son siempre dolorosas. “Ella es pequeña, quizá llore un poquito si viene y se va porque su mamá se queda, pero yo voy a estar peor. Hay gente a la que le beneficia, a mí no, porque dejarla fue muy duro. Estar con ella tres horas y ver cómo se va, me da una sensación más cruda de la realidad. De que estoy aquí. Prefiero verla ahora, que me voy de permiso”, confiesa Génesis que, a pesar de todo, quiere verle la cara positiva a la situación que está viviendo. Habla de Teixeiro como el lugar en el que se siente escuchada, en el que ha conseguido saber cuál es su lugar en el mundo y en el que hace planes de futuro, tanto para ella como para su niña, aunque no niega que le da “miedo” la vida ahí fuera.

Para Pili, que nunca había pensado que iba a entrar en prisión, dejar el móvil fue “una liberación”, una de las cosas “buenas” que le está encontrando a este ingreso que, espera, sea el primero y el último. En el módulo tienen una cabina telefónica y otra para hacer videollamadas. No son gratis, pero un cartel anuncia que los precios han bajado, así que, eso también les ayuda a estar en contacto con el exterior, con la vida que les espera cuando salgan.

Génesis dice que, aún así, están conectados de la “forma más bonita que hay”, que es por carta. “De pronto, llegas aquí, y para interactuar entre nosotras, con una amiga que está en otro módulo, por ejemplo, le tienes que escribir”, comenta. Pero, ¿por qué es tan bonito? Ella lo tiene claro, porque la otra persona sabe que has invertido tu tiempo en pensar en ella, en escribirle, en buscar las palabras adecuadas para darle energía y porque esos mensajes, se quedan ahí para ser leídos y releídos todas las veces que el destinatario quiera.

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