Edificamos no solo para residir o trabajar, sino también para perdurar; a menudo las edificaciones trascienden a su función y casi siempre a sus constructores. Cuando un edificio sobrevive a su cometido y supera a su época se convierte en monumento, símbolo y mudo testigo de un pasado que aún nos conmueve. Y nos obliga a detenernos a contemplarlo y reflexionar; una obra así es un lugar y un momento para meditar, como con acierto indica la palabra alemana para monumento, “denkmal” (del verbo “denken”, pensar, y del sustantivo “mal”, vez o momento), una ocasión para pensar.

El pasado viernes 1 de julio se cumplieron exactamente cien años de la primera apertura al público de un edificio singular que está llamado a convertirse —si no lo es ya— en monumento: el que desde su fundación recibe el nombre de La Terraza, en los jardines de Méndez Núñez de A Coruña, y que actualmente alberga el centro emisor de Radiotelevisión Española en la ciudad. En su día sustituyó, en el mismo lugar, a una edificación que ya ha logrado el reconocimiento como Bien de Interés Cultural con la categoría de monumento: La Terraza modernista de Sada, a donde fue trasladada pieza por pieza desde la capital de la provincia en 1921. En el caso de La Terraza coruñesa, se trata de una construcción ecléctica realizada en hormigón, que destaca por la factura historicista —neorrenacentista— de su exterior, y que sin duda refleja, como se ha hecho notar, la influencia de la Secesión vienesa.

A partir de un proyecto de Antonio de Mesa y bajo la dirección del arquitecto municipal Pedro Mariño, fue levantada por una sociedad anónima impulsada por los hermanos Feal, Ramiro y Manuel, mis tíos abuelos, y de la que mi propio padre, Pedro Álvaro Feal Ares, llegaría a ser tesorero, de modo que me unen a ella lazos no solo estéticos o intelectuales sino también familiares y afectivos. Conoció su época de esplendor en los años veinte en los que operó como un centro de ocio que acogía en su interior cafetería, restaurante y salas de juego, así como cine, conciertos de música y bailes, entre otras actividades. También se arrendaban locales a distintas entidades: allí estuvieron por entonces las oficinas del Deportivo de La Coruña y de la compañía cinematográfica Metro Goldwin Mayer.

Durante la guerra civil, albergó incluso un colegio en una de sus plantas, requisada por la autoridad militar con ese fin. En la posguerra fue adquirida por Falange Española, que instaló allí la delegación local de su Frente de Juventudes. Recuperada durante la Transición por el Ayuntamiento coruñés, este otorgó a RTVE una concesión por cincuenta años, de la que restan algo más de diez todavía, para el uso del edificio por la compañía estatal de radio y televisión.

Edificio polifacético desde su origen, su propia historia se ha desarrollado como una serie de metamorfosis internas en las que permanece constante su presencia externa emblemática, noble y original, que recuerda a una época pasada que aún nos conmueve y nos hace pensar.