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Casi tres décadas después del último concierto, el estadio de Riazor fue ayer un templo de la música, el escenario de un festival. Del rock y el blues en 1993 al urban, reguetón, indie y electrónica en 2022. Arrancó Morriña Fest y más de 20.000 personas según fuentes municipales —25.000 según la organización por las entradas vendidas— acabaron por ocupar las gradas y el césped del recinto deportivo coruñés, con calvas y vacíos durante la tarde, cubiertos hacia la noche. Pero hubo ganas de música y de fiesta, y eso se notó, dentro y fuera del estadio, desde el principio hasta el final.
Víctor Echave
Casi tres décadas después del último concierto, el estadio de Riazor fue ayer un templo de la música, el escenario de un festival. Del rock y el blues en 1993 al urban, reguetón, indie y electrónica en 2022. Arrancó Morriña Fest y más de 20.000 personas según fuentes municipales —25.000 según la organización por las entradas vendidas— acabaron por ocupar las gradas y el césped del recinto deportivo coruñés, con calvas y vacíos durante la tarde, cubiertos hacia la noche. Pero hubo ganas de música y de fiesta, y eso se notó, dentro y fuera del estadio, desde el principio hasta el final.
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Casi tres décadas después del último concierto, el estadio de Riazor fue ayer un templo de la música, el escenario de un festival. Del rock y el blues en 1993 al urban, reguetón, indie y electrónica en 2022. Arrancó Morriña Fest y más de 20.000 personas según fuentes municipales —25.000 según la organización por las entradas vendidas— acabaron por ocupar las gradas y el césped del recinto deportivo coruñés, con calvas y vacíos durante la tarde, cubiertos hacia la noche. Pero hubo ganas de música y de fiesta, y eso se notó, dentro y fuera del estadio, desde el principio hasta el final.
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