Capitán Bonilla, 90 años de éxito a la vista
César Bonilla, propietario de la popular churrería coruñesa, cumple nueve décadas, como el negocio u “¿El secreto? Seguir trabajando”
En Australia hay patatas Bonilla. Es el último de los 22 países en los que las tradicionales patatas fritas coruñesas han llegado al paladar de sus consumidores. Como en Taiwán o Corea del Sur (incluso en una escena de la premiada película Parásitos, de 2019, aparece una lata de refilón), o en Portugal y Reino Unido, más cerca. Bonilla a la vista es tan internacional como familiar. Y la familia Bonilla estuvo ayer de celebración: los 90 años de su capitán (como en la empresa gusta llamarlo) y las nueve décadas de actividad de la firma. Hubo cumpleaños en el clásico Bonilla de la calle Galera: besos, abrazos, saludos, fotos, tarta y churros, cómo no.
“Noventa años pasan muy rápido. Te crees que no llegan, pero no es una broma. Hay que seguir caminando por la vida, que siga echando años, que no pare, o si no los 90 se convierten en 00”, reflexionaba César Bonilla, entre nervioso y conmovido, rodeado de su familia más próxima, como su hijo Fernando, hoy al frente del negocio, y su nieto César.
Estaban ayer en el Bonilla más conocido de los siete que hay en la ciudad. Lo esperaron en la calle para darle una sorpresa, abrazarlo y dejar que se fotografiara delante del local por los periodistas convocados. A continuación entró en el café y fue hasta el fondo para saludar a un grupo de clientas asiduas, mientras el resto de presentes era testigo de la escena. De la cocina extrajeron una gran bandeja de churros, de la que probó uno. Subió a la planta superior para cortar una tarta a la que invitó y recordó alguna anécdota lejana de su familia.
“¿Sabéis por qué tenemos este nombre, no?”, preguntó a quienes lo rodeaban. “Cuéntelo”, le pidieron. “Por mi padre, que era marino en un barco de guerra y llegaba siempre tarde de los permisos. Se acercaba en una lancha a remo hasta el barco y al verlo le preguntaban quién estaba ahí. Y él, que venía colocado, se levantaba y respondía: cabo Bonilla a la vista”. Eso ocurrió hace más de noventa años y hoy la compañía que Salvador Bonilla creó, especializada en patatas fritas y churros que en su origen vendía por las ferias, sigue en pie. “¿El secreto de la empresa? Como el de todas las empresas, que la gente siga trabajando y que los que vengan detrás les interese seguir con este trabajo. Hay que hacer las cosas cada día mejor”, respondió con sencillez.
Bonilla, hoy una institución entre las empresas coruñesas de alimentación, distribuye patatas por todo el mundo, pero solo sus churros típicos se sirven en los establecimientos que hay en la ciudad. Hasta en Qatar se han visto estos días en imágenes con patatas Bonilla difundidas por la celebración del Mundial de fútbol; el distribuidor en Asia, continente que acapara el 10% de la producción exportada por la empresa, movió mercancía en el país que acoge el torneo futbolístico, explican fuentes de la firma.
Recordaban las mismas fuentes que el alcalde Alfonso Molina, que solía trasnochar, cuando salía de trabajar en el ayuntamiento iba al primer Bonilla de la ciudad, en la calle Orzán, para tomar los churros y conversar con César Bonilla. Su familia, original de Ferrol, había abierto el primer Bonilla en la calle Benito Vicetto en 1932 y dieciséis años después se trasladó a A Coruña. Del Orzán cambió a Galera en 1958, el local más popular y concurrido, que apenas ha tenido reformas desde entonces y conserva el encanto de los bares entrañables.
Las patatas y los churros que han probado todos los coruñeses hicieron crecer Bonilla a la vista. En 1988 abre la fábrica Bonilla en el polígono de Sabón en Arteixo, y en las dos décadas siguientes la oferta se sirve en nuevas churrerías: en el centro comercial Cuatro Caminos, en calle Barcelona 43, calle Real 54, Juan Flórez 3 0, Ramón y Cajal 45 y ronda de Outeiro. Expansión internacional y premios y reconocimientos a la trayectoria empresarial jalonan la travesía de Bonilla, una institución de noventa años, los que ayer celebró el capitán César Bonilla en su churrería.
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