Cuatro décadas de servicio en María Pita

Adolfo Barrul, uno de los primeros gitanos en entrar en una plantilla municipal, se jubila tras 44 años como ordenanza en el Concello

El ordenanza Adolfo Barrul, frente al Ayuntamiento.   | // VÍCTOR ECHAVE

El ordenanza Adolfo Barrul, frente al Ayuntamiento. | // VÍCTOR ECHAVE / Marta Otero Mayán

Ha pasado más tiempo en las dependencias de la Alcaldía que cualquier regidor que las haya ocupado. Cuando llegó eran dominio de Domingos Merino, un alcalde del que poco se acuerda. Ahora se marcha, 44 años después, con la primera alcaldesa electa de la historia coruñesa, Inés Rey, en el primer sillón de María Pita. Adolfo Barrul cuelga las botas tras más de cuatro décadas de servicio como ordenanza municipal en distintas áreas del Ayuntamiento. Lo hace a un año de cumplir los 65 con un pesar que no se esfuerza en ocultar.

“Me costó mucho marcharme, la verdad sea dicha. Mucho. Para mí era genial, fue una etapa maravillosa”, cuenta ya desde su hogar, entre el bullicio de sus sobrinos y de sus nietos, a quienes toca dedicar ahora todo su tiempo. Así se lo ha propuesto tras colgar el uniforme. “Ahora toca estar con la familia. Compré un piso al lado de mi hijo para estar con ellos, es el objetivo, estar con los niños para arriba y para abajo”, adelanta.

Su contratación en un tardofranquismo en sus estertores tumbó barreras, al ser uno de los primeros trabajadores gitanos en entrar en una plantilla municipal sin rebasar la veintena. Una circunstancia vital que, asegura, pocas veces le ha pesado. “A lo largo de mi vida tuve dos situaciones de racismo en las que me sentí mal, pero lo hablé con las personas y al final me sentí bien atendido”, confiesa. “He vivido de todo, tanto bueno como malo”.

Antes de entrar en la plantilla municipal ya fue un pionero en el mundo laboral, en el que se inició bien joven: lo hizo como el primero de su familia en estar empleado en una empresa, el negocio de pinturas Bianchi, en el que se desempeñó como chaval de los recados. “Llevaba un material de carro de mano con el que recorría toda la ciudad”, recordaba a este diario hace unos años, haciendo repaso de su vida.

No fue esta su única experiencia laboral antes de María Pita, pues también trabajó como mayordomo de capitán de barco en el sector naval. Pero nada como el consistorio, en el que ha dejado compañeros que ya son casi amigos. “Cuesta salir de allí. Cuando se lo dije a las compañeras, no se lo creían. Llegué un día y dije: ‘Me voy y no vuelvo’. Me decían, anda, no digas eso. Se quedaron alucinadas. Al final, tras tantos años, lo quieren a uno”, cuenta. De su etapa en el consistorio, destaca su paso por el Servicio Municipal de Fiestas y Deportes, en el que participó en importantes actos que se celebraron en la ciudad. “Estar allí era un lujo”, asegura.

No es el único que ha roto barreras en el ámbito laboral, uno de los campos que se lo sigue poniendo difícil al pueblo gitano: recientemente, su hija, Alejandra, se graduó en la Universidade da Coruña como la primera estudiante gitana en cursar y terminar estudios de Derecho en la institución académica coruñesa. Ahora el padre trata de readaptar la rutina a su nueva realidad, aunque, confiesa, no está acostumbrado todavía al tiempo libre. “Todavía me estoy adaptando. Antes tenías horarios, ibas por la mañana, por la tarde... pero hay que ir cediendo”.

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