La mente, una destreza que se entrena “en familia”

Mayores coruñeses acuden cada semana a cursos de entrenamiento cognitivo en el Ágora, que también ayudan a crear comunidad

A Coruña

“Antes de la pandemia, mis amigas y yo hacíamos un montón de cosas: excursiones, tomar café... con la pandemia, se enclaustraron. Fue un año horrible, pero pensé: yo quiero vivir muchos años. Prefiero morirme de COVID que quedarme encerrada. Necesito hablar, relacionarme”. María Teresa Ferreiro pone voz a una generación que se ha sentido de una forma muy concreta durante la pandemia: amenazados por el virus de fuera y por las consecuencias de dentro, con un encierro severo que les privó de la socialización y de la comunidad.

El centro Ágora es, en el entorno del Agra del Orzán, un catalizador de muchas necesidades. También de esas. María Teresa acaba de encontrar su lugar en una de las actividades que el centro ofrece a sus vecinos, los cursos de alfabetización y entrenamiento cognitivo que la profesora, Ana Bruquetas, dispensa con paciencia y dedicación. Las clases, que los participantes secundan dos veces por semana, dispuestos en U alrededor de la maestra, suponen una forma de aprender distinta a la que asimiló una generación acostumbrada a un sistema educativo de todo menos empático con sus alumnos. “La idea es hacer algo dinámico, divertido, que no sientan que es una clase como cuando iban a la escuela.Se trata de romper los cánones educativos que tuvieron de pequeños”, cuenta la profesora.

A juzgar por la recepción de sus propuestas, lo consigue. Juegos de memoria y lógica, ejercicios de letras, actividades numéricas, reglas mnemotécnicas y operaciones matemáticas para romper un poco los esquemas del alumnado. Aunque el reclamo de las clases es la alfabetización, persiguen más bien otro objetivo: el de mantener engrasado el cerebro, y también la conversación. “Hay sesiones en las que no hacemos ni un solo ejercicio, se nos va la hora comentando el fin de semana. Al final es esa necesidad del ser humano de romper rutinas y crear otras nuevas”, confiesa Bruquetas. Sus alumnos refrendan su visión. Una de ellas, Carmen Barquero, lo hace, sin saberlo, casi con sus mismas palabras. “Llevo viniendo cinco o seis años ya, es un hobbie que tengo. Me quedé viuda y sentí la necesidad de ocupar espacios, así que empecé a venir aquí y a hacer gimnasia”, cuenta.

A Ana la escucha atentamente un auditorio que pone rostro a eso que llaman envejecimiento activo, radicalmente distinto a los hábitos de jubilación preponderantes tiempos atrás. Los mayores de 70 no se resignan al hogar o al paseo. Ahora hacen gimnasia, nadan, se matriculan en la universidad sénior y saben mejor que nadie que nunca es tarde para aprender algo nuevo. “Esto no es un curso, es casi una familia. Yo vengo para estar entretenido, para tener la mente despejada. También voy a natación, estoy con los nietos y recientemente hice un curso de Internet”, ejemplifica otro alumno, Manuel Castro.

El Ágora, en este caso, también sirve a su función de centro comunitario. Lo ejemplifican Mari Carmen Rey y María Fernández Lemus, que eran vecinas en la calle Barcelona, pero no tenían trato. Hasta que empezaron a compartir pupitre. “Nos encanta. La profesora es encantadora. La hora no nos rinde nada, se pasa volando”, aseguran.

El primer paso es el más difícil: animarse a apuntarse. La mayoría lo hace cuando nota que la memoria empieza a fallar y que están a tiempo de poner remedio. El resto, insisten, va saliendo solo. “Le dije a mi hija que me faltaba algo de memoria y me apuntó. No estaba muy convencida, pero ahora estoy encantada, voy mejorando mucho”, cuenta Mercedes Estraviz, otra de las alumnas. La mayoría nota más pronto que tarde los efectos de ese entrenamiento sobre los recuerdos, pero también sus consecuencias en otro ámbito: el ánimo. “Esto viene muy bien. Te obliga a salir de casa cuando estás más baja de ánimos. La profesora es encantadora y tiene vocación”, concluye otra de las estudiantes, Asunción Rodríguez.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents