Adiós a las mascarillas: La protección aún se queda en el bus en A Coruña

La mitad de los usuarios mantiene el cubrebocas en la ciudad tras el fin de su obligatoriedad en el transporte público. Los mayores no se lo quitan en el taxi, los jóvenes no lo usan

R. D. Rodríguez

Junto al asiento que ocupa Marcos Lodeiro en el bus urbano de A Coruña una pegatina en el cristal recomienda hablar “bajo” y “siempre con la mascarilla, incluso hablando por el móvil”. Es miércoles 8 de febrero y el cubrebocas ya no es obligatorio en el transporte público en España. Pero Lodeiro lo lleva puesto “por respeto”. “No tengo miedo al COVID, pero creo que hago bien si lo sigo usando, el bus es pequeño, a veces va lleno y la gente tose”, explica. A la misma hora, las 13.30, otras tres personas de distinta edad que viajan en la línea 11 que cubre el trayecto entre la avenida de Hércules y Marineda City también llevan mascarilla; el resto, una docena, no. En el recorrido hasta el centro comercial suben y bajan usuarios, unos con el rostro descubierto y otros parcialmente tapado. Esa ha sido la tendencia en el primer día tras el fin de la obligatoriedad de las mascarillas que han protegido de la pandemia a los ciudadanos en los transportes públicos. “Yo diría que [esta mañana] ha sido un pelín más la gente que aún la lleva que la que no la lleva”, resume el conductor del autobús.

Marcos Lodeiro, con la mascarilla puesta en el bus de la línea 11.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Ángela Torviso y Miguel Menéndez, sin máscara. / CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

En el mismo bus viajan las hermanas Torres, María y Menchu. Una se ha cubierto nariz y boca, la otra lleva la mascarilla en el bolsillo. “Ha sido una liberación, se lo he dicho al conductor nada más subir. La llevo guardada para cuando haya mucha gente, entonces me la pondré”, cuenta Menchu Torres. Su hermana María, que usa el transporte público una o dos veces a la semana, lleva puesto un cubrebocas oscuro “por si acaso”. “Si esto se llena y la gente habla en alto...”.

Mari Rodríguez, se sube al bus con cubrebocas.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Mari Rodríguez, se sube al bus con cubrebocas. | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA / R. D. Rodríguez

También Mari Rodríguez Ventureira, enfermera de maternidad jubilada hace poco tras 45 años de trabajo en el Belén, se sube al bus 11 con la mascarilla en la parada de Marineda City. No quiere sustos. “Yo me protejo a mí misma y protejo a los demás. Tomo mis precauciones y no me molesta tomarlas en un sitio cerrado. De hecho, me pregunto por qué no nos ponemos la mascarilla en el supermercado, donde tosemos o estornudamos delante de comida expuesta. En la farmacia es normal que aún sigamos llevándola porque por ahí pasan personas enfermas que van a por medicamentos”, justifica esta extrabajadora del ámbito sanitario.

Ángela Torviso y Miguel Menéndez, sin máscara.   | // CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

Marcos Lodeiro, con mascarilla, en el bus de la línea 11. / CASTELEIRO/ROLLER AGENCIA

El conductor del mismo bus, que ayer trabajó sin cubrebocas, advirtió más precauciones a primera hora del día que ya entrada la mañana. Los primeros usuarios, “porque no lo tenían muy claro”, le preguntaron si podían viajar sin cubrirse la cara, y al recibir la respuesta y la confirmación del fin de la obligatoriedad, se quitaron la mascarilla. “Otros que no suelen llevarla bien puesta, hoy la ajustaron de forma perfecta”, cuenta. Y entre la gente mayor “hubo de todo”, añade, usuarios “más cautos” y otros con sensaciones “más desahogadas”, aunque a horas de media mañana en las que sube la edad media de los viajeros fue mayor el uso.

Quienes ayer se sintieron más “aliviados” que en sus anteriores desplazamientos en el bus urbano fueron los estudiantes Miguel Menéndez y Ángela Torviso, amigos sentados sin mascarilla en los asientos traseros del bus de la línea 11. “Es una comodidad. Hay que aprender a convivir con el COVID como si fuera una gripe. Lo normal es que ya dejara de usarse la mascarilla en el autobús porque tenemos los centros comerciales y las discotecas con gente y otros espacios cerrados sin que sea obligatorio cubrirse la cara”, opina Torviso.

En la línea universitaria también se vieron más rostros descubiertos que tapados parcialmente. Con los buses casi llenos de estudiantes, la mayoría se despojaron de sus mascarillas, aunque algún usuario de mayor edad optó por llevarla puesta y no guardarla en el bolsillo.

“No me subió ninguna persona joven con mascarilla, o de 50 años para abajo”. La franja de edad la establecen los taxistas en el primer día sin mascarillas en sus vehículos. En cambio, las personas mayores, en general, quisieron seguir sintiéndose seguras en un taxi después de casi tres años con las mascarillas en sus trayectos.

“Los jóvenes, con quienes teníamos que ejercer un poco de policías últimamente, se subieron hoy sin máscara con mucho agrado”, explica Ricardo Villamisar, presidente de Tele Taxi. Compañeros suyos con sus vehículos en la parada de Puerta Real, confirmaban que “los mayores”, algunos de los cuales fueron llevados hasta instalaciones sanitarias, no se quitaron el cubrebocas y el resto de usuarios sí.

“El 90%” sin protección en los trenes"

“El 90% de los viajeros no usaron mascarilla”. Este es el cálculo que hacen los sindicatos del transporte ferroviario en el primer día en el que el cubrebocas que ha acompañado a la población desde la pandemia ha dejado de ser obligatorio. En los distintos trayectos de media distancia entre A Coruña y Vigo, ayer fueron contadas las personas que todavía protegieron sus bocas con la mascarilla en los vagones. Usuarios de este servicio que ayer por la mañana se desplazaron entre A Coruña y Santiago constatan las pocas ganas que tenían los viajeros de llevar mascarilla. “Yo me la puse, pero diría que solo un 10% del vagón la llevaba”, dice Juan R., que todos los días hace trayecto de ida y vuelta entre las dos ciudades. Al llegar a A Coruña se subió a un bus de la línea 11, en el que, en cambio, prefirió quitarse el cubrebocas. “Iba casi lleno y solo tres teníamos máscara”. Otros usuarios del mismo trayecto constatan que hacia Santiago solo dos viajeros se protegieron en un vagón con 25 asientos ocupados; en el viaje de regreso, con el vagón lleno, nadie su cubrió nariz y boca.

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