Cabanas, el pintor que rompió su destino

Para entender su obra hay que saber que pintaba con los posos del café, con la arena de San Amaro y que hacía dibujos en cualquier parte para no aburrirse

Xaime Cabanas, en una foto tomada por Xoán Piñón.

Xaime Cabanas, en una foto tomada por Xoán Piñón. / Víctor Echave

Cabanas (1953-2013) se aburría enseguida, igual estabas hablando con él, sacaba el lápiz y se ponía a pintar. En el bar El Taller (en el Orzán), dibujaba encima de las mesas. Al dueño le daba pena borrarlas, pero tenía que hacerlo, así que, antes de borrarlas, le hacía una foto al dibujo con una Polaroid”, explica Pedro Vasco, comisario junto a Carlos Pita de la exposición Cabanas MMXXIII, que se puede visitar en el Kiosko Alfonso y en Palexco hasta el 19 de marzo —y que cuenta con un catálogo del mismo nombre—. “Es la primera vez que un artista expone en estos dos sitios municipales a la vez y hubiésemos llenado la sala de María Pita, pero no era la idea”, defiende Vasco, que junto a Pita asegura que la exposición no es “una retrospectiva al uso”, porque su intención era mostrar la obra de Cabanas como nunca antes se había visto, así que, empezaron a reunir algunos de sus cuadros, y se encontraron también con fotos, dibujos automáticos en libretas para comandas de bar, en servilletas y hasta en sobres de correo, y todo, absolutamente todo, tenía una explicación.

Xaime Cabanas, en un retrato de Xoán Piñón; una mujer consulta el catálogo, en Palexco; la obra ‘Can’, de 1995; y Pedro Vasco y Carlos Pita, ante algunas obras del artista, con el libro que recopila el material de la exposición.   | // VÍCTOR ECHAVE

La obra ‘Can’, de 1995. | // VÍCTOR ECHAVE / Gemma Malvido

“Cabanas es un gran dominador del impacto visual, te golpea cuando ves su obra. En Palexco, Carlos Pita proyectó la exposición con las obras con un impacto visual más elevado y en el Kiosko hay una atmósfera diferente, porque aunque son cuadros fuertes e importantes, están más equilibrados”, relata Vasco, sobre esta exposición en la que se puede ver la evolución de Cabanas como artista.

‘Autorretrato’, de 1990. |   // VÍCTOR ECHAVE

'Raspas'. | // VÍCTOR ECHAVE / Gemma Malvido

Alguien que no sepa nada de Cabanas y que decida visitar la exposición debería fijarse en que muchos de los cuadros tienen referencias a A Coruña, algunas más obvias, como la Torre de Hércules y la torre de control, en San Amaro, pintado aproximadamente en 1999, y algunas mucho menos, como su visión de la fuente de Cuatro Caminos o su visión del Eusebio da Guarda.

‘Tango’, una obra de 1996. |   // VÍCTOR ECHAVE

Una mujer consulta el catálogo de la exposición. | // VÍCTOR ECHAVE / Gemma Malvido

“En San Amaro hay que fijarse en la intensidad lumínica del color, es como con la obra de Urbano Lugrís, que tiene unos colores, sobre todo los azules, como si estuviesen graduados al máximo. La luminosidad de los colores de Lugrís no muchos otros pintores la tienen, dicen que puede ser un secreto de alquimia, pero no se sabe. Además, hay unos cuadros de Lugrís que nos marcaron a toda una generación, unos Nocturnos de la Ciudad Vieja con una luz de luna, que estaban en el hotel Finisterre. Eso a Cabanas [nacido en Monte Alto] le gustaba mucho”, recuerda Vasco y, de tanto gustarle, le influyó en su obra. No es el color la única conexión que tiene con Lugrís, también la temática marina, porque si Urbano Lugrís fantaseaba con sirenas que salían del fondo del mar, Xaime Cabanas lo hacía con monstruos entrelazados, anclas y anzuelos.

El pintor que rompió su destino

Pedro Vasco y Carlos Pita, con el catálogo del exposición, en Palexco. / Víctor Echave

En el cuadro San Amaro hay otra particularidad más y es que el fondo está hecho efectivamente con arena de esa playa mezclada con azul añil —un producto que le cogía a su madre y que se usaba para blanquear la ropa blanca y que la dejaba con un ligero tono azulado— y pigmentos, que hace que el cuadro tenga esa rugosidad y no otra, porque quería unir “su pintura al entorno”, comenta Vasco, que recuerda que, si algún amigo iba a su estudio y lo veía “un poco despistado”, enseguida le metía en la mano la peneira para que le tamizase la arena. Con toda esa mezcla en una paleta, hacía el fondo del cuadro, le daba un par de manos y, cuando estaba seco, “le daba unas patadas” para asegurarse de que la arena estaba bien compacta y que no se iba a caer nunca del cuadro.

El pintor que rompió su destino

Bocetos de Cabanas para el bar A Roda, de Malpica. / Víctor Echave

“Xaime presumía de pintor arcaico y siempre recurría a la simbología, desde el románico a los canteiros y, de ahí, él sacaba su fuerza, así que, si quería pintar una taza, la reducía a su esencia y trabajaba sobre el símbolo, sin ser simbólico en ningún momento. Casi podríamos decir que intentaba trabajar como lo hacían los que hicieron los petroglifos. Él no pretendía ser original sino hacer la pintura en la que creía, y, evidentemente, es una pintura con una gran personalidad e identidad”, resume Pita, que destaca también el dominio que tenía a la hora de hacer los fondos. “En sus cuadros hay muchas influencias, mucha mirada y mucha historia de la pintura, pero asimilada de una manera natural, nada académica ni pretenciosa”, relata Pita, que elige, de los cuadros que están expuestos en Palexco, el de Cádiz, porque con muy pocas líneas consigue trazar el perfil de la ciudad.

El pintor que rompió su destino

Autorretrato. / Víctor Echave

“Cabanas rompe el destino. Él nació en una familia que no le permitía ser artista, pero rompió el destino por su talento y ya se metió en el mundo de la pintura, conoció a mi primo Mon Vasco y a su grupo y entonces se nutrían unos de los otros, se empujaban y animaban, porque ser artista en aquellos años era algo heroico, porque malamente podías mantenerte tú como para mantener a una familia... Era una vida muy complicada, pero cuando él ya domina la pintura, rompe con todo y empieza a construir sus herramientas para pintar”, describe Pedro Vasco. A su favor tuvo también otra cosa, destaca también Pita, que siempre creyó en su talento y nunca dudó de su valía, aunque viniesen mal dadas.

El pintor que rompió su destino

'Tango' / Víctor Echave

¿Y sus herramientas para pintar? Pues eran múltiples y variadas, desde la arena de la playa a la ceniza de los cigarros que fumaba, los posos del café que le iban quedando tras una jornada de trabajo, las raspaduras de los carboncillos y cientos de papeles y periódicos que, aunque parezcan elegidos al azar, no lo estaban. “En la taza del café hacía un mejunje y, con los dedos, iba haciendo los fondos, porque a los bares llevaba el lápiz y poco más, así que, para hacer las sombras y los volúmenes y para crear la magia del color, mojaba los dedos en esa mezcla de ceniza, café y carboncillo y lo iba haciendo con la mano”, recuerda Pedro Vasco. Esa manera de trabajar la inmortalizó el fotógrafo Juan Rodríguez, en una serie de instantáneas donde se le ve creando un monstruo marino.

“En el cuadro de Cádiz pegó sobre la madera los periódicos, cogía papel seda, trabajaba con un pegamento casero y le echaba la pintura y lo iba pegando por fragmentos. Tenía un dominio absoluto del dibujo así que, con cuatro manchas, es capaz de construir todo el paisaje”, relata Vasco, que apunta a la importancia de fijarse mucho en los fondos porque en el cuadro Japoneses, de 1998, es esta parte del cuadro la que le da sentido a su título, ya que la componen unas cuartillas con caracteres nipones.

“Él estuvo de joven trabajando en dos imprentas y era un mundo que le flipaba, por eso sabía tanto de papeles y tintas. Para él fue como una facultad de Bellas Artes. Si estudiamos la historia de la pintura, tienen que llegar los impresionistas para dejar los cuadros con los fondos al aire, eso estaba prohibido y por eso los echaron de la academia. Él ya no hace pintura, hace lo que le da la gana, que es todo esto, y que es lo que él lleva dentro”, describe Vasco, rodeado de la obra de su amigo.

Que haya cuadros muy grandes y otros mucho más pequeños responde, según explica Pita, a que Cabanas vivía de la pintura, así que, “tenía que vender” y es por eso por lo que predominan los “tamaños hogareños” sobre los “museísticos” porque no siempre tenía la oportunidad de colocar obras de gran tamaño. Y eso explica que, para montar esta exposición, los comisarios tuviesen que llamar a la puerta de muchas casas, porque, sobre todo a partir de la muestra que hizo en el Kiosko Alfonso en 2001, sus obras se fueron haciendo hueco en los salones familiares de A Coruña.

En Palexco se puede ver en una de las vitrinas la mano de Cabanas pintada por él y, también, decenas de bocetos que hacía como “dibujo automático” y que dejó en el bar A Roda, de Malpica, donde era muy apreciado, y donde siempre guardaron su obra, aunque para él fuesen solo bocetos que hacía a modo de ejercicio “para acostumbrar al músculo a esos trazos y a generar memoria, para que le saliesen cosas que, después, ni él mismo se esperaba”, comenta Pita. Hay pinturas sobre la funda de un disco de vinilo, cuadernos de publicidad de medicamentos y de refrescos. También hay un par de sobres pintados por fuera porque a Cabanas le encantaba el Mail art, que no era más que intercambiar obras de arte por correo con otros artistas para que recorriesen y conociesen mundo. “Fue un movimiento artístico de los años 70 más o menos y el único de nosotros que lo hacía era Cabanas. Recibía las obras con una ilusión... Se imaginaba sus dibujos allá, en Australia”, recuerda Vasco. Y aún hay otra curiosidad que señala Pita. En una de las vitrinas hay dos cuadrados, uno con una taza y otro con un porrón. “Eran los indicativos que había en las puertas del baño del bar Pisa Morena y no había ninguna duda de a cuál tenías que ir”, dice Pita entre risas.

En el Kiosko Alfonso hay también un Xerión, y recreaciones de las calles Juana de Vega y San Andrés, de finales de los noventa, con fondos azules e infinidad de líneas de colores. Los comisarios destacan que para hacer esta muestra no solo contaron con la colaboración del Concello de A Coruña, que apostó por este homenaje a Cabanas “desde el principio”, sino también de los propietarios de las obras, que accedieron a cederlas para que, por primera vez, se pudiesen ver juntas, como un álbum de cromos de toda la vida del artista.

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