La ciudad encadena siete años seguidos de caída de nacimientos, que bajan un 25% desde 2015
Los sociólogos indican que las mujeres tienen menos hijos de los que desean: “faltan políticas de corresponsabilidad, conciliación y cuidados”
La bajada de niños en las aulas afecta al desarrollo de su sociabilidad, según sus maestros

Varias mujeres pasean con carritos de bebé por San Nicolás. | // VÍCTOR ECHAVE / Enrique Carballo
A Coruña enfrenta un invierno demográfico cada vez más acusado. En 2022 solo nacieron 1.431 niños en el municipio, el dato más bajo desde que empieza la estadística del Instituto Galego de Estadística (IGE) en 1975. Ese año, en un contexto social completamente diferente, nacieron 4.405 coruñeses, pero no hay que remontarse a esa época para encontrar cifras más altas que las actuales: en 2015 hubo 1.907 nacimientos, y, desde entonces, se han vivido siete años de descensos consecutivos, antes, durante y después del coronavirus. En este periodo, el número de partos se ha desplomado un 25%.
Según indica la socióloga Antía Pérez Caramés, profesora e investigadora en la Universidade da Coruña (UDC), “no es nada probable que cambie la tendencia” por un mecanismo que en su disciplina conocen como “inercia demográfica”. El proceso es sencillo: cuando menos niños nazcan, menos lo harán en el futuro porque habrá menos mujeres en edad reproductiva para gestar a la siguiente generación. Además, el descenso es parte de un cambio cultural. “Llevamos cuatro décadas de caída de la fertilidad, no solo en España, sino en general en todos los países desarrollados, y no es previsible una recuperación significativa”, explica Pérez Caramés, que indica que las previsiones demográficas no prevén este escenario.
Sí cabe, indica, una “estabilización”, algo hacia lo que cree que apuntan los datos si se observa la tendencia a largo plazo. La socióloga, que ha trabajado el fenómeno de las migraciones, tampoco cree que se produzca un cambio en el comportamiento de la natalidad por la llegada de mujeres de otros países en los que se tienen, de media, más niños. “Galicia no tiene muchísima inmigración internacional, así que esta no va a revertir los datos”, explica, “y, además, la natalidad se suele adaptar paulatinamente a sociedades de destino”.
También hay un efecto de “selectividad migratoria”, es decir, que las mujeres que inmigran “suelen provenir de estratos sociales en los que no se tienen tantos hijos”, y, cuando llegan, muchas ya han tenido descendencia o no están en edad fértil. “No es una solución”, resume la investigadora. Pérez Carames sí apunta a que las mujeres españolas tienen menos hijos que los que desearían tener, de acuerdo con las encuestas de fecundad. “La mayor proporción de mujeres afirman que quieren tener por lo menos dos, pero luego tienen uno, o ninguno: lo llamamos diferencia entre la fecundidad deseada y la real”, explica. La interpretación, indica la socióloga, pasa porque cuando se les realiza la pregunta “se ponen en un contexto que no tienen”.
Lo que les falta “puede ser algo inalcanzable y que no se tiene que proveer, como que alguien quiera tener cinco casas”, indica, pero no es así en otros muchos casos: los niños son un “bien social” y las personas deberían tener “el tipo de familias que quieren”. Para esto, afirma, faltan “políticas públicas de cuidados, conciliación y corresponsabilidad”. En el mercado laboral tendría que “dejar de existir la penalización por ser madre”, y los hombres, resalta Pérez Caramés, tienen que colaborar más en la crianza y las tareas del hogar.
La juventud sale de A Coruña
La caída de nacimientos en la cabeza de la comarca no solo se explica por el desplome generalizado de la natalidad en Occidente, sino por la salida de población en edad fértil hacia los municipios de la periferia. Según indica el urbanista y profesor titular de la Escuela de Arquitectura de la UDC Jorge Rodríguez Álvarez, “en los estudios de población vemos que la gente joven marcha de las ciudades por el acceso a la vivienda, no solo en A Coruña”. En el caso coruñés, señala, Rodríguez, hay tres factores. Por una parte, durante la burbuja los pisos que se construyeron en el centro eran de “tipologías muy pequeñas”, esto es, una o dos habitaciones, lo que los hacía “fáciles de intercambiar como bienes de inversión” pero dificulta su uso para familias con hijos. A esto se suman los altos precios de la ciudad y la idea de que en la periferia “hay una mayor conexión con la naturaleza”.
Rodríguez considera que este proceso “puede ser reversible” y pone como ejemplo a Pontevedra, en la que “desde el año 2000 el centro ha captado 10.000 habitantes”, entre ellos jóvenes. Y apunta que el envejecimiento afectará al urbanismo, pues los equipamientos se diseñaron “en un momento en el que la natalidad era grande: no tanto las guarderías, que nunca llegaron a estar dimensionadas para cubrir la demanda, pero muchos colegios ya no están cubriendo sus plazas”.
Este punto lo confirma el presidente de la Asociación de Directores de Colegios Públicos coruñesa, Antonio Leonardo Pastor, que lleva más de tres décadas en la enseñanza infantil. “El número de alumnos por aula está disminuyendo: antes teníamos clases de 25 o 23, alumnos ahora las tenemos de 18 o 16”, indica el profesor, que puntualiza que la Xunta “está manteniendo el número de profesores”. Su centro, el Curros Enríquez “tiene este curso más profesorado que nunca, y muy poco alumnado”.
Esto hace que cada alumno pueda recibir más atención, pero Pastor señala que esto es positivo hasta “un límite”. “En los niños, y sobre todo en infantil, el factor más importante es el socializador”, explica Pastor, y “con cuanta más gente nos relacionemos nos enriquecemos más”, algo que resulta difícil si las aulas empiezan a tener ratios propios de zonas rurales. En el Curros Enríquez, “matriculamos en cuarto de infantil a ocho alumnos”, lo que “no es lo ideal”.
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