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Kattatoomba, pioneros de la tinta

El estudio, uno de los primeros de la ciudad, cumple 25 años con una jornada dedicada a sus clientes: “Sin ellos no somos nada”

Alberto Cortiñas, Korti, en Katattoomba

Alberto Cortiñas, Korti, en Katattoomba / Arcay/Roller Agencia

a coruña

Estos días, Alberto Cortiñas —Korti para amigos, vecinos, clientes y para casi todo el mundo — se acuerda mucho del puñado de pesetas que le prestó su madre hace un cuarto de siglo para emprender un negocio que, para los corsés de entonces, todavía más apretados que los de ahora, parecía que tenía pocos visos de prosperar. Los malos augurios, si los hubo, se equivocaron. “Hace dos semanas cumplí 50 tacos. Mi madre está orgullosa de su hijo y de las 500.000 pesetas que me prestó cuando tener un estudio de tatuajes era algo marginal”, cuenta orgulloso Korti. Han pasado 25 años desde que puso la primera piedra, junto a otros dos socios—cada uno con su medio millón de pelas bajo el brazo— de lo que hoy es Katattoomba, baluarte del tatuaje coruñés, rincón inapelable del Orzán y parada obligada en la ruta de la tinta de A Coruña. Hoy celebran 25 años de vida con un flash day —una jornada rápida para tatuarse diseños únicos a precios reducidos— en la que participarán varios tatuadores que pasaron por el estudio.

Katattomba celebra su cumpleaños con las manos en la masa. O en la tinta. “Si algo he aprendido durante este tiempo es que sin mis clientes no soy nada. Ellos me dan la posibilidad de dedicarme a esto. Este estudio me ha dado amigos de por vida, y por eso este año quería enfocar el aniversario a ellos”, cuenta Korti, que este mes ha emprendido, además, un ambicioso sorteo de 25 bonos de tatuaje de 60 euros cada uno, enfocado a las personas que algún día pasaron por las agujas de Katattomba, que, a estas alturas, son miles. Mucho han cambiado los tiempos, no obstante, desde aquellos inicios inciertos en los que su negocio todavía era una rareza. “Empezamos siendo tres, ahora hay más de 50 estudios en A Coruña. Después del confinamiento empezaron a abrir una barbaridad, de gente que ni sabías que tenía pensado ponerse a tatuar. A veces es un problema, porque la gente emprende negocios sin tener una base de tatuaje. No basta con saber dibujar y copiar algo de Google; hay que saber de composición, de perspectiva...”, valora Korti.

No solo ha cambiado el panorama fuera del estudio, sino también dentro. Si se esfuerza, todavía visualiza la montaña de revistas del género traídas de Londres con la que aprendieron, estudiaron y apuntalaron el oficio en tiempos en los que las facilidades que traería Internet todavía sonaban utópicas. “Aprendíamos por revistas coleccionables mensuales, que costaban un pastón, 3.000 pesetas la revista, inglesas o americanas. Cuando abrimos, teníamos 200, tras años de coleccionarlas”, recuerda. Los cambios han acaecido, también, a ambos lados del mostrador: empezaron siendo tres socios, ahora él maneja el cotarro. Y aunque al principio era “chico del textil”, no tardó en coger la máquina, a la que se aficionó pronto. “Primero fue un colega, luego otro, luego otro... y pasaron 25 años”, enumera.

En medio siglo al frente de un negocio sujeto a prejuicios, cada vez, no obstante, más diluidos en una marea cada vez más numerosa pieles tatuadas, Katattoomba ha conocido la opulencia y también los tiempos de apretarse el cinturón, pero nunca han faltado las ganas de seguir y de resistir. “Tras el confinamiento, todo el mundo vino a tatuarse. Durante tres meses no faltó el trabajo para nadie. Ahora hemos notado la inflación, pero estamos todos igual. Épocas más, épocas menos”, comenta sin excesiva preocupación. A estas alturas, aunque cambien las modas, en Katattoomba tienen claro que no les faltarán clientes, tras cinco lustros en los que se han granjeado la confianza de los muchos que han tocado su puerta hasta el punto de convertirse en una referencia en la ciudad. “Los celebraremos con ellos y para ellos. En familia”, concluye.

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